Isidro Bautista

En el asunto de las encuestas sobre preferencias electorales que encontramos por todos lados en abundancia (palabra favorita de la hoy villana Karime Macías, esposa del corrupto exgobernador de Veracruz Javier Duarte, Javidu), cada quien las lee y las interpreta como se le pega la gana, y cada quien opina como quiere de los resultados de un estudio demoscópico en particular. Si una encuesta se parece más o menos a la que en su esquema mental una persona cree que está colocado su candidato preferido, entonces es confiable y es buena; si no, está cuchareada, alterada o simple y sencillamente no es creíble. “Está adulterada”, como las bebidas alcohólicas de los antros de mala muerte, diría un inconforme.
Para muchos, es irreversible la tendencia que tiene colocado a ya sabes quién en el primer lugar de las preferencias electorales, pero para otros más eso no es cierto. Falta un mes para la elección, y en un mes pueden pasar muchas cosas, aducen. Sobre todo porque en casi todas las encuestas que se han levantado en las últimas semanas hay un considerable porcentaje –que va de los 17 puntos hasta los 28— de encuestados que mantienen su voto oculto, que dicen no saber todavía por quién votarán, o simplemente no quieren decir a quién le darán su voto. Esos son millones de votos que andan en la nube, volando, y que como la cigüeña van a aparecerse el domingo 1º de julio próximo.
Las experiencias recientes nos enseñan que no hay que confiar del todo en las encuestas. Las hay, sin duda, que son confiables y serias. Pero son muchísimas, la gran mayoría, las que son patito, en las que no se puede confiar porque son inventadas o carecen de rigor metodológico. Son un fraude, pues.
Basta revisar los estudios de opinión pública que se dieron a conocer hace doce y seis años para darse cuenta que no es recomendable creer a pie juntillas lo que dicen las encuestas.
Pero si uno tiene un poco de sentido de observación y analiza la situación política con la cabeza fría, sin apasionamientos, si interactúa con otras personas igualmente interesadas en el futuro de este país, se dará cuenta que si bien es cierto hay un marcado rechazo a muchas cosas del presente, que hay inconformidad contra el estado de cosas que vivimos, también es cierto que los potenciales electores no están dispuestos a dar su voto por un cambio que no está muy claro, que despierta incertidumbre, y que se ve como un salto al vacío… sin paracaídas.
A José Antonio Meade lo han acusado, la mayoría de las veces infundadamente, de muchas cosas porque ha sido, de todos los candidatos, el que más experiencia tiene en el servicio público, el que más cargos ha ocupado en el gobierno. Fue cinco veces secretario de Estado. Es un experto en cuestiones financieras, en temas de desarrollo y de políticas públicas para combatir la pobreza, en relaciones internacionales. Es, sin duda, un hombre con un destacado perfil profesional y político.
En el último par de semanas, sobre todo a partir del segundo debate organizado por el Instituto Nacional Electoral, Meade es quien ha marcado la agenda política y mediática. El asunto de la candidata a senadora por Morena acusada de ser secuestradora, Nestora Salgado, le hizo tomar el mando y control del debate, y eso le ha significado más respaldos y simpatías del electorado.
Es un hecho innegable que en los días recientes los bonos de Meade están subiendo mucho. Ya desplazó a Ricardo Anaya del segundo lugar y va por el primero. Y a eso a muchos les hace recordar la conocida frase de… caballo que alcanza, ¡gana!