CARLOS ORTIZ MORENO
Primer acto
El 12 de mayo de 2012, Andrés Manuel López Obrador visitó Iguala como parte de su gira proselitista en busca de la Presidencia de la República. Venía de Jojutla, Morelos.
Ese mediodía, el entonces dirigente perredista de ese municipio, Óscar Díaz Bello, quien peleaba la candidatura perredista para la alcaldía de Iguala, le entregó un sobre manila donde decía que había documentos importantes.
Acercándose al oído del candidato presidencial, para evitar ser escuchado por los que tenía alrededor, le dijo:
—Aquí tienes las pruebas que demuestran que José Luis Abarca y su esposa están metidos con el grupo delictivo Guerreros Unidos.
López Obrador le respondió, a gritos, frente a todos:
—En la democracia siempre hay polémica, discrepancias, inconformidades. Sólo en las dictaduras hay imposiciones. Vamos a unirnos para salvar al país.
En ese entonces, se despidió de todos y durante el trayecto del templete a su camioneta se tomó fotografías, firmó libros y escuchó otras demandas de perredistas inconformes que las guardó en el baúl del olvido.
La fila de enormes y vetustos tamarindos fueron mudos testigos.
Segundo acto
La noche del 26 de septiembre del 2014, María de los Ángeles Pineda Villa, rendía un informe de actividades al frente del DIF Iguala. Todo era música y baile… hasta antes de las diez de la noche. Ella es la esposa del alcalde José Luis Abarca, quien estaba distraído de tantas llamadas telefónicas que recibía.
Y era obvia su distracción. Según las declaraciones ministeriales de la hija de ambos, el presidente municipal de Iguala recibió muchas llamadas.
Pero la señora Pineda Villa estaba feliz. Bailaba y baila con la gente que la acompañaba, de la gente que recibía prebendas a cambio de aplaudirle y de hacerle la vida fácil.
Yamilet señaló que luego del informe de su mamá, María de los Ángeles Pineda Villa, acordaron en familia ir a comer tacos. Estando en la taquería, agregó, José Luis Abarca comenzó a hacer y recibir muchas llamadas. Entonces eran poco antes de las 11 de la noche.
—En el transcurso de la cena me percaté que personas que se encontraban en el evento del informe de mi mamá le marcaron a su celular a mi papá y le comentaron que en el centro de Iguala estaban personas encapuchadas con palos, haciendo disturbios.
—“Mi papá comenzó a realizar diversas llamadas sin saber con quién.
Escuchaba que decía que no atacaran a nadie y que actuaran con cautela” –dijo la joven en su declaración rendida ante la PGR.
Esa noche, Iguala vivió la peor de sus pesadillas. En tres ataques, más de una veintena de hombres armados, apoyados por las policías municipales de Iguala, Cocula y Huitzuco, corretearon a estudiantes normalistas de Ayotzinapa que querían llevarse camiones a una marcha a la Ciudad de México y balacearon un camión de un equipo de futbol de Chilpancingo.
Fue la noche de “Los Guerreros Unidos”. Mataron, según fuentes oficiales a seis personas y desaparecieron a 43 estudiantes de la escuela normal rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa. Según nuevas aportaciones de investigadores de Estados Unidos, esa noche hubo más de doce muertos y desaparecieron a 60 personas, entre las que se encontraban los 43 jóvenes.
En el informe de la señora Pineda Villa, la fila de enormes y vetustos tamarindos fueron mudos testigos.
Intermedio
Madrugada del 1 de junio, 2013.
—¿Quieres una cerveza? —preguntó José Luis Abarca.
—No, yo tomo mezcal, como la gente humilde —contestó Arturo Hernández Cardona, mientras era sometido en el suelo.
—¿Qué tanto estabas chingando con el abono? Te daba gusto pintar mi ayuntamiento, ahora yo me voy a dar el gusto de matarte —amenazó Abarca, que sostenía un arma larga.
Los cómplices del alcalde de Iguala —entre ellos Felipe Flores Velázquez, secretario de Seguridad Pública municipal— levantaron del suelo a Hernández Cardona y lo llevaron al borde de una fosa.
Abarca levantó el arma y le disparó al lado izquierdo del rostro. El cuerpo —aún con vida— no cayó por completo en el agujero; tuvieron que empujarlo.
Flores Velázquez le dijo a Abarca:
—Métele otro putazo para que se lo lleve la chingada, porque ya va a llover.
El presidente municipal de Iguala apuntó el arma hacia el interior de la fosa y disparó por segunda ocasión. A los pocos minutos el hoyo donde yacía el cuerpo de Hernández Cardona se inundó por el agua de lluvia.
Seis colaboradores de Hernández Cardona, que también fueron secuestrados, presenciaron el crimen. Asustado, Félix Rafael Balderas Román trató de escapar. No tuvo éxito. Su ropa se atoró en una alambrada. Ahí fue alcanzado por los cómplices de Abarca, quienes lo mataron a punta de golpes y pedradas. Luego enterraron el cuerpo.
La tortura y el interrogatorio de los que seguían vivos continuaron durante la tarde del 1 de junio. “Nos amenazaron de muerte y nos preguntaron nuestras direcciones y la relación que teníamos con el ingeniero [Hernández Cardona]. Entre ellos se decían que tenían que esperar para ejecutarnos, se dedicaron a cavar fosas… después los sujetos recibieron una llamada, les ordenaron sacar los cuerpos porque ya se había puesto cabrón”.
Los cadáveres de Hernández Cardona y Balderas Román fueron exhumados de sus improvisadas tumbas y metidos a una camioneta. “A nosotros nos pusieron encima de los cuerpos y nos colocaron una cobija de cuadros… nos llevaron a Mezcala [a 55 kilómetros de Iguala], ahí tiraron los cuerpos… cuando nos bajaban de la camioneta Ángel Román Ramírez trató de escapar, pero uno de los sujetos le dio un balazo, lo jaló del brazo y cayó muerto”.
Tercer acto
El viernes, 25 de mayo del 2018. Andrés Manuel López Obrador es recibido por centenares o miles, según las fobias o las filias. Otra vez visita Iguala como parte de otra campaña para buscar la Presidencia de la República.
Su discurso, como todos, lo dedicó contra la mafia del poder, contra los corruptos, contra las pensiones presidenciales, contra el avión que ni Obama lo tiene. Se extasió de los aplausos. Seguro, detectó esas miradas de esperanza de la gente de Iguala.
Detrás de él, como un bien montado escenario, estaban los familiares de esos muchachos desaparecidos. Con grandes mantas muestran las fotografías de sus hijos.
Y López Obrador ofreció justicia, dijo que formaría la Comisión de la Verdad, que terminaría con la sospecha, que se aclararía todo.
Y el público espectador le gritó:
—Justicia, justicia, justicia, justicia.
Como en los dos anteriores actos, la fila de enormes y vetustos tamarindos fueron mudos testigos.
Fuentes:
http://www.milenio.com/politica/lo-que-abarca-no-le-entendio-a-amlo
http://www.cambiodemichoacan.com.mx/nota-n29841