Isidro Bautista

El hecho de que José Antonio Meade, candidato de la coalición ‘Todos por México’, conformada por los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Verde Ecologista de México (PVEM) y Nueva Alianza (PNA), haya subido al segundo lugar en el posicionamiento político, a menos de una semana de haber comenzado la campaña presidencial, podría significar que hay y habrá electores que razonarán su preferencia, influidos, obviamente, de cierta forma.
Por eso, seguramente en estos últimos días, entre las estrategias construidas para seguir en ascenso, expuso una con la que también tendría posibilidad de ir en hilo: desafiar a Andrés Manuel López Obrador y a Ricardo Anaya, de las coaliciones ‘Juntos Haremos Historia’ y de ‘Por México al Frente’, respectivamente, a debatir el origen de sus bienes, de la situación patrimonial de los tres.
Ni AMLO ni Anaya, desde luego, aceptaron. Y si no aceptaron es porque no les conviene ir al debate. Han de visualizar que perderían adeptos, y que aquél obtendría más seguidores.
Es justo ése un tema que está en boca del pueblo todos los días y todo el día. Tiene a los partidos y a los políticos en el concepto de corruptos, por lo que observa de su actuación, lo mismo del PRI que PRD, PAN, etcétera. Los precandidatos independientes Armando Ríos Piter y Jaime Heliodoro Rodríguez El Bronco resultaron una decepción brutal.
Por eso Anaya bajó a tercer lugar en preferencia, tras el escándalo de corrupción en que se ha visto envuelto.
Se ha de preguntar la sociedad que por qué AMLO no aceptó o no ha aceptado ese reto, si su lema ha sido siempre ir contra la corrupción, y de pregonar que, sin tregua, lo ataca la mafia del poder, y de que por qué alguien del PRI, con todo y la fama negativa que pudiera éste tener a lo largo de su historia, es el que desafía a discutir su peculio.
Si Meade los retó es porque cree que la razón le asiste, de plano ha de tener pruebas en contra de ambos, o porque ve que en ese tema aquéllos adolecen.
Dicen que Meade tiene sus méritos políticos, como AMLO y Anaya tienen los suyos, pero que no los habían capitalizado bien, a tal grado que lo calificaban como buen presidente y mal candidato, y que no levantaba, obvio antes de entrar a campaña.
Meade no es priísta. Nunca ha sido ni militante, ni miembro, ni simpatizante y ni cuadro de ese partido, al que Anaya y AMLO siempre lo fustigan como de lo peor. Él es, como se dice comúnmente, candidato externo, porque viene de la sociedad civil.

No se le puede echar en cara todo lo malo del PRI.

Según las encuestas hechas públicas antier, en las que el candidato de ‘Todos por México’ rebasó a Anaya del segundo lugar en posicionamiento, hay casi el 25 por ciento de electores que podrían cambiar la intención de su voto, y el 17 por ciento que no sabe aún con quién ir, por lo que las cosas podrían variar al acudir a las urnas.
Es evidente, de momento, que el panista va en picada, y que mientras más conoce o sabe de Meade, la ciudadanía se convence de que éste es la mejor opción. Por eso se explica su ascenso. La gente parece que razona ya su voto; que compara.
Es más fácil hablar mal del PRI, como partido o como gobierno, que de propuestas viables o realistas. Fox prometió y prometió mil cosas, y ganó, pero casi todas no cumplió. Resultó un fracaso. Habrá electores que aún recuerden ese resbalón, y que no lo quieran repetir, como y habrá otros, por qué no decirlo, que se inclinen por aventurarse otra vez.
Ahora la batalla estará seguramente entre AMLO y Meade.
Por lo pronto, en Guerrero convirtieron a Meade, el lunes pasado, en el primer candidato presidencial que integra su ejército de activistas, que arma su estructura, con Armando Soto Díaz como coordinador estatal, al frente de más de 400 seguidores, entre los que muchos son de la sociedad civil.
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