Alejandro Mendoza
Cuando una persona recurre a prácticas de comportamiento convenencieras dependiendo de con quien esté, regularmente se dice que se trata de alguien demagogo que sólo busca aprovecharse del sentimiento y emociones de las personas.
Aunque con mayor frecuencia se habla de la demagogia para el caso de la política, lo cierto es que los hay en todas las áreas de la sociedad. De hecho, se puede constatar que hasta en la familia existe tal conducta, en donde hasta con las necesidades se lucra, se abusa o se utiliza para beneficios personales.
La demagogia es una estrategia que se utiliza para conseguir poder político. Pero la política no sólo es partidista, si no se da en todos los lugares en donde se disputan posiciones, cargos o espacios de poder en donde se toman las decisiones.
En todos los casos es el mismo modus operandi: se apela a prejuicios, emociones, miedos y esperanza de las personas para obtener apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica y la propaganda.
Se sabe que Aristóteles fue quien individualizó y definió por primera vez la demagogia, definiéndola como la “forma corrupta o degenerada de la democracia” que lleva a la institución de una autoridad o gobierno tiránico hacia las clases inferiores o, más a menudo, de muchos o de unos que asumen decisiones en nombre de la mayoría.
La demagogia consiste en el gobernar, o tomar iniciativas de manera populista, es decir, buscando satisfacer de manera simplista las demandas más triviales y emocionales de la gente, en el corto plazo. Etimológicamente significa simplemente “guiar” o “llevar” a las personas o al pueblo.
Si bien puede parecer algo bueno, incluso noble, en realidad es una forma emocional y cortoplacista de hacer política, en donde no se mira al futuro intentando construir un mejor país, sino que se buscan votos y apoyo apelando a los deseos más básicos y ciegos de los sectores populares en la población.
Partiendo del entendido que cuando se habla de política nos referimos no sólo a la partidista, sino también a la económica, social, cultural, etc. En la iniciativa privada hay políticas que respetar como las hay en el magisterio, en la vida eclesiástica, en la familia, en fin, en todos lados.
La demagogia hunde las esperanzas de salir realmente adelante. Un ejemplo muy burdo, pero que sirve para representar el concepto, sería el lanzar sistemáticamente billetes o cheques a las multitudes, literalmente; el pueblo se alzaría en ovaciones ante tan “noble” acto, entregando sus votos entre lágrimas de alegría, sin saber o pensar por un instante en las consecuencias negativas futuras.
En tal sentido, Aristóteles sostenía que cuando en los gobiernos populares la ley es subordinada al capricho de los muchos, definidos por él como los “pobres”, surgen los demagogos que halagan a los ciudadanos, dan máxima importancia a sus sentimientos y orientan la acción política en función de los mismos.
Aristóteles define al demagogo como “adulador del pueblo”. Lo lamentable de tal descripción es que tal acción ha invadido todas las áreas de la sociedad. La infección es terrible en casi todos los centros de trabajo.
En estas condiciones, los demagogos, asumen el derecho de interpretar los intereses de las masas, confiscan todo el poder y la representación de la mayoría, instauran una tiranía o dictadura personal.
Es común en todos lados confundir al político con el demagogo y a la política con la demagogia. Es también verdad que muchas veces el político tiene mucho de demagogo y el demagogo mucho de político, pero es indispensable que aprendamos a diferenciar las características de cada uno de ellos. La madurez política de la gente consiste en identificar tal condición.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz.
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