Isidro Bautista
Hace aproximadamente tres meses, Marco Antonio Leyva Mena solicitó licencia al Congreso del Estado para separarse del cargo de presidente municipal de Chilpancingo por tiempo indefinido, la cual le fue concedida por unanimidad, sin discusión.
Argumentó a los legisladores que quería retirarse por motivos personales, que, desde luego, no precisó, como normalmente ocurre en este tipo de casos. Únicamente dicen: asuntos personales.
El clamor de que ya se fuera del puesto era, de plano, casi generalizado entre la población, por el desencanto que provocó con su actuación, específicamente por el tiradero de basura en que se había convertido a la capital del estado.
Muchos trataron de ayudarlo con ciertos consejos para resolver ese problema. A unos les decía que sí, y a otros ya no les contestaba el teléfono, según por arrogancia. Se percibió como que no se dejaba ayudar.
Hay quienes lo conocen como informal desde antes de que fuera alcalde.
Cuando abandonó el cargo, la gente como que tuvo un respiro de alivio. Con el perdón de la expresión, pero muerto el perro se acaba la rabia, llegaron muchos a decir.
Y resulta que ahora quiere regresar. Es más, prácticamente regresó, hizo función de edil. Entró a sus anchas al palacio municipal y ocupó la silla de Jesús Tejeda Vargas, su sucesor en el puesto, al que el Congreso colocó en sustitución de aquél.
Dijo Leyva Mena que solicitaría al Congreso que le autorizara su reincorporación al cargo, pero por el otro lado, su irrupción fue interpretada como una bofetada para los legisladores. Les faltó al respeto. Y le faltó al respeto al mismísimo Cabildo, al mismísimo ayuntamiento, porque se metió al despacho presidencial a la brava.
Le faltó al respeto a Tejeda Vargas. Fue una acción como un síntoma de desafío.
¿Qué estará pasando con la denuncia penal que fue interpuesta en su contra?
Ayer se amaneció con la noticia de que la Corte echaba a la calle a dos presidentes municipales por desacato, uno de Puebla y otro del Estado de México, así como regidores y funcionarios de los mismos ayuntamientos.
El ayuntamiento de Chilpancingo está en ruina financiera. Funciona casi de milagro. Está en bancarrota. Todavía no se sabe a ciencia cierta del destino de millones de pesos que manejó Leyva Mena.
Y ¿así quiere regresar?
Tiene el derecho constitucional de pedir su regreso. Pero hay cosas que pesan más que ese derecho: la dignidad o la vergüenza.
A veces tiene uno que irse por una de esas dos cosas. Si se hace una encuesta, en una cuadra o en todo el municipio, el reclamo generalizado sería: que ya no regrese. En todo caso, no debió haber pedido licencia, o ¿algo quiere?
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