Don Alberto Saavedra Ramos,

In memorian

 

 

 

Soy mi cuerpo. Y mi cuerpo está triste, está cansado.

Me dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen.

Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían.

Jaime Sabines

 

Isaías Alanís

 

Imposible escribir la historia del doctor Alberto Saavedra Ramos sin tocar al estado de Guerrero bronco rural y en paralelo la historia de Chilpancingo.

Nos hicimos amigos gracias a la edición del libro “Mi amigo Alejandro”,  que escribió sobre don Alejandro Cervantes Delgado, y a partir de entonces cultivamos una amistad ligada a lecturas, libros y a su inmensa memoria; tuvimos larguísimas charlas en el café de Los Portales, en su casa acompañados de un buen mezcal elaborado por el papá de José, su esposa, en Coaxtlahuacán.

Hablar con don Alberto fue gratísimo y en cada anécdota sentir que su palabra cobraba vida. Las peripecias de su padre como secretario  General de Guerrero en tiempos turbulentos para el estado. Los acontecimientos de los sesentas, las balaceras en Chilpancingo, la creación del Hospital Militar, el arreglo de la presa de Cerrito Rico, las fiestas y francachelas con exgobernadores y la intelectualidad de entonces, la muerte del Chante Luna, sus caminatas a caballo por el Guerrero medieval como jefe de los Centros Coordinados de Salud de entonces. Su relación con personales de la política mexicana. Su cercanía con don Alejandro que le puso un cuatro para que aceptara ser presidente de Chilpancingo mediante una cena con distinguidos chilpancinguenses, en esa reunión de notables Don Alejandro le dijo: “mira Beto tengo guardado un dinerito para cambiarle el rostro de Chilpancingo, y solo en ti confió, se presidente municipal”. Al principio se negó pero por la presión de los amigos y del gobernador de Guerrero, me dijo: “No me quedó otra que aceptar, yo ganaba más como jefe de Coordinados y en mi sanatorio”. Durante su gestión se realizaron obras importantes como la remodelación de la Plaza Primer Congreso de Anáhuac, el rastro de pollos que posteriormente fue cerrado y en los barrios tradicionales de la capital guerrerense, y lo mas importante, al término de su gestión tuvo que vender su automóvil porque salió desfalcado de la presidencia, cosa que hoy desgraciadamente es al revés.

Su amplio sentido del humor y sabia ironía se me reveló en intensas charlas al calor de unos “copetines”, como él decía, o en el cubículo que tuve en el entonces Instituto Guerrerense de la Cultura, a donde me confinaron las “fuerzas culturales” zeferinistas y me mantuvieron cercado durante seis años. Ahora ni a cubículo llego, que ironía.

Antes de que Saavedra Ramos llegara al cubículo, escuchaba sus pasos menudos, firmes y marciales de militar, exboxeador y un trotamundos contumaz y prodigioso.

Durante intensas charlas y las cuartillas que él escribiera, hicimos su vida ligada a Chilpancingo. A un amigo escritor le comenté que se trata de un libro de doble lectura, la narrativa y la visual por la enorme cantidad de fotografías que él mismo tomaba. Aficionado a la buena vida y a la fotografía se compró el mejor equipo de entonces y existen maravillosas tomas del Guerrero de antes que no ha cambiado mucho.

Fundó el Hospital Militar, la Cruz Roja, fue director de los hospitales del IMSS, Civil, ISSSTE. Director de la escuela de Enfermería del Colegio del Estado y presidente municipal 1984-86. Y en su sanatorio privado donde tenía el equipo más moderno, nacieron hombres y mujeres ilustres de Guerrero. De vez en cuando, mientras charlábamos y pasaba un político a saludarlo, me decía sonriente en sordina: “a este yo lo traje al mundo”, a aquel lo operé de una hernia. Porque hablar con don Alberto, era meterse en las venas dolorosas de Guerrero. Su cercanía con casi todos los exgobernadores menos con uno. Su bonhomía y capacidad humana la podemos encontrar a lo largo de casi cuatrocientas cuartillas donde él escribió parte de su vida, eliminando algunos pasajes chuscos como el de Cuba, a donde fueron una docena de médicos militares a intercambiar experiencias con médicos cubanos.
El libro que está sin imprimir, es un regalo para los chilpancinguenses.

La ruta marcada con su vida incide en casi toda la historia del Chilpancingo de los últimos ochenta años, cuando menos, y de Guerrero. La anécdota en la cual narra cómo azuzada por los sacerdotes de Chilapa, la gente intentó quemar la escuela y cómo tuvieron que salir huyendo maestros y estudiantes ante el acoso de la gente que unida a los curas, porque se les acaba el negocio de las escuelas privadas, trataron de impedir la creación de la escuela secundaria federal, es un claro ejemplo de lo que hoy en día está pasando con gobernadores que persiguen a universidades porque son exitosas y cumplen una función social, como la UAEM de Morelos.

 

El famoso doctor Saavedra dejó de existir el 28 de octubre de este año. Su legado de rectitud y trabajo han de perdurar en Guerrero mientras hombres como él estén al frente de las instituciones tanto federales, estatales y municipales. Su legado ético es un ejemplo para estos tiempos en que se esquilman a las instituciones, se denigran los cargos públicos y se delinque, como es el caso de Emilio Lozoya Austin con PEMEX, y amparados en la impunidad cometen latrocinios como el de este individuo con la empresa más exitosa de América Latina, Petróleos Mexicanos, que ya no es de los mexicanos.

Saavedra Ramos no solo es un ejemplo a seguir, sino un referente histórico para los que se atrevan a tener un cargo público con eficiencia, honestidad y respeto por las institucionales y la propia Constitución. Hombres como Alberto Saavedra Ramos no nacen todos los días. Su legado es tan amplio que en mil caracteres es imposible sintetizar lo que este hombre de bien hizo durante su larga y exitosa vida como esposo, padre, abuelo, amigo, forjador de sueños y de instituciones, y amigo.

Adiós Alberto. Adiós a mi entrañable amigo.