Alejandro Mendoza
Las personas necias abundan en todos lados. Muchos quisieran que la vida fuera mejor para todos, pero hay quienes definitivamente abrazan la vida que llevan, sea por ignorancia o sea por necedad. Lo cierto es que también hay una estrategia gubernamental para tener sometida a la masa popular.
Me quiero referir a la necedad como factor de peso para que la vida de una persona no cambie y siga sometida en el círculo vicioso y corrupto de la degradación, marginación y pobreza social.
La Real Academia Española define la necedad como “alguien ignorante y que no sabe lo que podía o debía hacer”. Pero además también se trata de una persona “imprudente o falta de razón”; también puede ser alguien “terco y porfiado en lo que hace o dice”; o bien puede tratarse del “dicho de una cosa ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción”.
En general se considera que la persona necia tiene poca inteligencia, o puede ser alguien torpe o con una conducta que no es la pertinente.
En la vox populi se considera que hay casos muy sobresalientes de personajes con evidente necedad, en muchos de los cargos de responsabilidad en las diferentes áreas de la sociedad.
Una de las conductas más notorias es que se trata de personas que no tienden a reconocer sus errores, son propensos a dominar, a tener la razón y solo criticar. Mantener un diálogo con ellos se hace imposible.
Especialistas en el estudio de estas conductas concluyen que tratar de intercambiar opiniones o tratar de hacerles entender algo, es imposible; por esa razón, lo mejor es mantenerse lejos este tipo de personalidades.
Lo más complicado es que a veces no hay otra alternativa que convivir con personas con esa naturaleza. Y se dan casos con la familia, los vecinos, en el trabajo, en el gobierno, en la política, en la sociedad, en todos lados.
En el caso de quienes gobiernan y están en la política, la necedad puede ser la principal causa de actuar fuera de la razón, de la lógica o del sentido común. A veces el proceder de gobernantes y políticos parecen tener cierta predisposición a ser guiadas más por los prejuicios que por las evidencias o el sentido común.
Daniel Asuaje, en su tratado sobre Necedad y Política, enfatiza que la necedad política es tan fuerte como la militar o la de los negocios. Todas tienen en común la soberbia y la osadía de la ignorancia. La necedad es también conocida como terquedad, persistencia, lealtad a la palabra y de mil maneras más.
Afirma: “Para ser necio no basta incurrir en necedades. En verdad parece haber quienes tienen un talento natural para ello. Tampoco cometer una estupidez nos convierte de plano en estúpidos. Se puede ser normalmente inteligente y hasta un genio intelectual y, a pesar de eso, no estar exento de cometerlas. La necedad no tiene piedad con niveles intelectuales. Pero convertirla en una forma de gobierno, en un modo de vida, una manera de ser y de hacer la política, ya es algo que escapa al vocabulario, deja mudo y nos traslada al terreno de la estupefacción”.
Conforme al libro de Proverbios lo contrario a la sabiduría es la necedad del hombre. Y expone que hay tres clases de hombres: el sabio, el necio y el simple o inexperto, siendo el sabio el que conoce de este libro y aplica sus consejos, el necio que cree que no necesita esa sabiduría, pues con la suya le alcanza, y el inexperto que no sabe cuál escoger.
Einstein dijo a propósito de esto que “Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Del universo no estoy tan seguro”. En este contexto la expresión lapidaria es contundente y no deja la mejor duda: quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Y la necedad ha jugado un papel fundamental en ella.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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