* Las desgracias se acumulan en ese pueblo y los habitantes creen que es por la maldición del Generalísimo José María Morelos y Pavón, quien fue capturado en ese lugar

 

JONATHAN CUEVAS

 

ATENANGO DEL RÍO.— En este lugar no hay casa que no presente daño estructural. La devastación llegó con el sismo del pasado martes 19 de septiembre, pero sus habitantes han sufrido una tragedia tras otra desde la época de la Independencia.

En este pueblo hay altos índices de migración y varios ancianos cuyas casas colapsaron total o parcialmente, quedaron solos y sin un lugar donde vivir, porque la mayoría o todos sus familiares viven en Estados Unidos.

El día del sismo de 7.1 grados con epicentro en Axochiapan, Morelos, las familias de Atenango vivieron momentos de angustia y terror. Es el temblor más fuerte que han sentido, afirman los más ancianos del pueblo. “Jamás hubo algo igual”, coinciden varios.

Caminaron entre escombros dos días, tratando de rescatar sus muebles, aparatos y documentos en sus viviendas destruidas. Algunas personas quedaron atrapadas en sus humildes viviendas durante el movimiento telúrico.

Atenango del Río está a 95 kilómetros de distancia, por carretera, del epicentro del sismo, pero en línea recta es casi la mitad de distancia.

Por eso se convirtió en el centro del desastre de Guerrero. El terremoto dañó casi 600 casas en la pequeña cabecera municipal, pero de esas 253 presentan afectaciones severas y unas 50 se vinieron abajo totalmente.

La gente en el pueblo asegura que hubo un muerto cerca de la cabecera municipal durante el temblor y se lo informaron al subsecretario de Finanzas, Tulio Pérez Calvo, quien acompañó el pasado miércoles al gobernador Héctor Astudillo Flores en su visita a este lugar.

“Aquí la gente acostumbra que cuando alguien pierde la vida, se lanza un cohete al cielo en señal de luto, y ese día, después del temblor, escuchamos el cohete detrás del cerro, y allá hay unas casas”, dijeron al funcionario mientras le señalaban la zona.

Sin embargo las autoridades estatales o municipales no acudieron al sitio a verificar la información, por lo que este dato no se hizo “oficial”.

 

La maldición de Morelos

 

En Atenango hay estructuras antiguas que resultaron dañadas, algunas que fueron edificadas desde los tiempos de la Independencia de México, o incluso, una de ella, con 400 años de antigüedad.

Esta casa colapsó totalmente por el sismo del martes y se cree que es la única que el general Morelos dejó de pie cuando quemó todo el pueblo en 1815, tras maldecir a sus habitantes por haberle negado ayuda para cruzar el río Amacuzac cuando huía del virreinato de la Nueva España.

Tras esta acción, el generalísimo fue capturado y descansó una noche, encadenado, bajo un árbol de Atenango donde, frente a él, sus soldados fueron fusilados en lo que hoy es el jardín de niños que lleva su nombre, y que también está fracturado por el temblor.

La gente de este lugar tiene la creencia de que el pueblo fue maldecido por el Siervo de la Nación debido a que no le ayudaron en aquella época a escapar, y que esa maldición se habría hecho efectiva porque, recuerdan, Morelos era cura.

Por eso hoy, principalmente los más ancianos, ruegan a Dios que los libre de la maldición y evite más desgracias que les han caído una y otra vez desde aquellos tiempos, pero que se agudizaron desde la tormenta tropical ‘Manuel’ y el huracán ‘Ingrid’, que azotaron todo Guerrero en el año 2013.

 

De la inundación al sismo… y la violencia 

 

Durante la contingencia de 2013, el río Amacuzac se desbordó e inundó parte del pueblo, dejando a decenas de familias damnificadas que tuvieron que esperar dos años para que el Gobierno reconstruyera sus casas; unas construcciones pequeñas levantadas en la misma zona de la desgracia.

Hoy, junto al río Amacuzac lucen las estructuras hechas a través de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) con recursos del programa: “Plan Nuevo Guerrero”.

Una de estas viviendas es la de doña Reyna Moreno, que cada temporada de lluvias tiene que mudarse. De hecho, apenas el 15 de septiembre se salió de su casa ante una recomendación de Protección Civil porque el río Amacuzac estaba subiendo su nivel.

La señora de más de 60 años de edad, sufrió en 2015 una caída que le lastimó la columna y no volvió a caminar. Ahora está en silla de ruedas.

Tiene a su hija Joana, de 40 años, en cama, enferma de esquizofrenia, desde hace doce años también.

Su esposo es don Porfirio que trabaja por temporada como agricultor y, en ocasiones, como peón de albañil. Es quien se encarga de sostener a la familia con un ingreso bastante bajo que apenas les alcanza para medicinas y sencillas comidas.

Doña Reyna y su familia se refugiaron desde el pasado 15 de septiembre en casa de una de sus sobrinas, y es donde estaban cuando ocurrió el temblor de pasado martes.

En su relato, la mujer dice que el día del sismo estaba en un cuarto con su hija, cuidándola, pero al sentir el movimiento de la tierra sólo se recostó sobre ella y dejó sus vidas en manos de Dios. Ni siquiera hizo el intento de salir porque ninguna de las dos puede caminar.

“La abracé fuerte y ella nomás se me volteó a ver espantada porque se mecía fuerte el suelo. Le dije: no te espantes mamita. Y la apreté fuerte y le dije a Dios: Dios, pongo nuestras vidas en tus manos, tú sabes si nos quieres llevar. Pero cuando le dije eso, el temblor ya se empezó a calmar”, recordó doña Reyna entre ademanes y llanto.

El cuarto donde estaban solo tuvo leves cuarteaduras, pero en la parte de la casa que da al patio hubo varios pilares de concreto fracturados. La casa de su sobrina, Elizabeth Cervantes, fue una de las tantas que resultaron con daños de consideración, porque además, parte de la fachada se derrumbó.

La señora Reyna, hasta el miércoles, ni siquiera había ido a revisar como quedó su casa ubicada junto al río.

Ese mismo día, estuvo esperanzada que durante su visita, el gobernador pasara a verla y poder exponerle su situación, pero no llegó a donde estaba. Doña Reyna recuerda que fue su promotora del voto cuando se postuló por primera vez para gobernador, en 2005.

En Atenango, a los problemas por desastres naturales se suma la violencia que los rodea. Tan sólo el 15 de septiembre pasado, durante las fiestas patrias, fue asesinado un hombre en el centro de la cabecera municipal.

 

Las ruinas, el llanto y la indolencia

 

Después del sismo del 19 de septiembre, Atenango quedó prácticamente en ruinas. En las calles había piedras, tejas, madera y vara, que se desprendieron de cientos de viviendas.

Los techos de varias casas colapsaron, sepultando muebles y aparatos.

“Si hubiera sido de noche el temblor, hubiera matado a mucha gente este temblor”, advierte Jesús Sánchez, quien fue de los primeros en denunciar en redes sociales que en Atenango había ocurrido un desastre.

La casa de doña Katia es una de las que se derrumbó totalmente. Incluso, a ella le cayó una teja en la mano y otra en la cabeza, pero alcanzó a salir antes de que se le viniera el techo encima.

Sin embargo, hoy ha quedado en la calle y entre sollozos, agitada por el temor todavía, un día después del sismo, pedía a reporteros que documentaran las condiciones en las que había quedado su casa, construida al menos un siglo antes de la Independencia.

Ante las cámaras lloró y mostró su mano hinchada y el chichón en la cabeza. Dijo que no sabía dónde iba a vivir ahora, porque el albergue que había habilitado el Ejército Mexicano en el casino de la localidad, estaba saturado y ella prefería rescatar las cosas que pudiera sacar de su domicilio.

La mujer caminó entre escombros dentro de lo que quedó de pie en su casa a pesar de las réplicas que se seguían presentando. El dolor y la impotencia podían más que su miedo.

Otra de las casas más antiguas y grandes del pueblo es la de la familia Villegas, que se ubica frente al parque central. Ésta se partió a la mitad pero en forma lateral, quedando una de las partes convertida en polvo.

Pero hay otras casas pequeñas que colapsaron total o parcialmente, como la de don Onorio Sánchez y su esposa Meche, dos ancianos que quedaron en la calle y perdieron casi todos sus modestos muebles.

Ellos viven prácticamente al pie de una enorme casa propiedad del diputado de la región, Moisés Ensaldo Muñoz, quien tras esta contingencia se limitó a recorrer las calles saludando a la gente. (API)