Alejandro Mendoza
Todos estamos inmersos y sometidos en nuestra vida diaria a diferentes sistemas. Así es como funcionan las cosas en este mundo. Y en la mayoría de los casos, si no es que en todos ellos, el sistema es inviolable, arbitrario e inalterable.
Hay quienes se cuestionan: ¿Por qué los seres humanos tienden a mantenerse fieles a los sistemas o instituciones en los que están inmersos -ya sean éstos un gobierno, una empresa o un matrimonio- aunque no se sientan satisfechos con ellos? ¿Por qué las personas se resisten a cambiar los sistemas, aunque éstos sean corruptos e injustos?
Expertos y especialistas en la materia coinciden sobre las condiciones que determinan la tendencia de los individuos a defender su status quo, aunque éste no les merezca la pena.
Esta tendencia humana a proteger los sistemas ha sido descrita en el marco de la llamada “Teoría de justificación del sistema” de la psicología social, la cual propone que la gente tiende a afanarse por defender y sostener su situación, esto es, por verla como buena, legítima y deseable, aunque no lo sea.
Y es así como las personas no sólo mantienen actitudes favorables hacia sí mismos (justificación del ego) y hacia su propio grupo social (justificación del grupo), sino que también lo hacen hacia órdenes sociales mayores (justificación del sistema).
De acuerdo con “Tendencias Sociales, no sabemos qué nos pasa y eso es lo que pasa”, en su página de internet, destaca que según una teoría de la psicología cognitiva conocida como “justificación del sistema”, los seres humanos tienden a defender los sistemas en los que están inmersos, aunque éstos sean corruptos o injustos.
Una investigación realizada por especialistas de este tema ha revelado que esta actitud se da principalmente bajo cuatro condiciones: 1.- Cuando el sistema está amenazado, 2.- Cuando se depende del sistema, 3.- Cuando resulta imposible escapar al sistema y 4.- Cuando los individuos pueden ejercer un escaso control personal.
Los resultados de este estudio explicarían porqué las poblaciones, a menudo, no se alzan contra situaciones que dañan sus propios intereses.
Pero el sistema más dañino es el sistema político que está infestado por la corrupción política y se refiere al mal uso del poder público para conseguir una ventaja ilegítima generalmente de forma secreta y privada.
Sabemos que el término opuesto a corrupción política es transparencia. Por esta razón se puede hablar del nivel de corrupción o de transparencia de un Estado legítimo.
El profesor Hernández Gómez, José R. en su obra Estado y Corrupción señala que la Corrupción es cualquier acto desviado, de cualquier naturaleza, con fines económicos o no, ocasionada por la acción u omisión a los deberes Institucionales, de quien debía procurar la realización de los fines de la Administración y que en su lugar, los impide, retarda o dificulta.
Las formas de corrupción varían, pero las más comunes son el uso ilegítimo de información privilegiada y el patrocinio; además de los sobornos, el tráfico de influencias, las extorsiones, los fraudes, la malversación, la prevaricación, el caciquismo, el compadrazgo, la cooptación, el nepotismo, la impunidad y el despotismo.
En tal sentido vale la pena reflexionar sobre si es corrupto el sistema o las personas. Desde luego que entendemos que corruptos son las personas, corruptores son las personas y corrompidos son fundamentalmente los sistemas y las instituciones.
Sólo las personas son las que estructuran, promueven, dirigen y se benefician con la corrupción de los sistemas y no sólo político, sino todos aquellos que existen en la sociedad.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz