Carlos Ortiz
La trigésima segunda visita del presidente Enrique Peña Nieto a Acapulco, ahora para inaugurar (o reinaugurar) el Macrotúnel, se convirtió en una fiesta de priistas que aprovecharon el cumpleaños del gobernador Héctor Astudillo Flores, a quien le cantaron hasta en tres ocasiones Las Mañanitas.
A falta de invitación, la mejor ventana para cronicar el evento fue la transmisión vía YouTube de la misma Presidencia de la República. Sin filtros, sin corrales donde encierran a los periodistas, el trabajo se pone al alcance de cualquiera. Se distingue bien a todos aquellos que pelean espacios cerca de las vallas metálicas para tomarse la selfie con el presidente de la República. Se ven los codazos, los empujones y las zancadillas que, casi inmediatamente, son sustituidos por las disculpas y risas fingidas.
Más de 24 horas antes, el tramo carretero Cayaco-Puerto Marqués fue diferente. Vigilancia extrema de policías federales, soldados y marinos. Fue supervisado rigurosamente por el Estado Mayor Presidencial. Desde el mismo puente elevado de El Cayaco hasta su hermano urbanístico situado en Puerto Marqués, la circulación fluyó como nunca, como si el reordenamiento vial alcanzara a esta deteriorada zona, casi en abandono por el ayuntamiento de Acapulco.
Por la noche, en la madrugada, una extensa nube blanca cubrió toda la zona del trébol de entrada y salida del Macrotúnel: era una intensa fumigación para eliminar todos aquellos mosquitos que se habían apoderado de esa zona inundable. Tras el aguacero ocurrido pasada la medianoche, obligó a una acción tan determinante.
Antes de la llegada del jefe del Ejecutivo federal, quien arribó con el gobernador del estado en una Suburban negra con una placa de circulación tricolor, llamó la atención la distribución del presídium.
Al frente, en primera fila: Carlos Slim Helú, el empresario más rico de México; a su lado Ricardo Javier Carranza Gasca, comediante acapulqueño conocido como El Costeño; el titular de Sagarpa (y dizque representante del presidente de México en Guerrero), José Eduardo Calzada Rovirosa; dos restauranteras de Puerto Marqués; el guerrerense que fue superintendente de obra del Macrotúnel de 3 mil millones de pesos; el titular de SCT, Gerardo Ruiz Esparza; el empresario restaurantero Mario Eduardo Witchtendahl Palazuelos; entre otros.
Atrás, en la segunda hilera, sentado y con aparente desplante de incomodidad por la pachanga priista en la que no encajaba, estaba el alcalde Evodio Velázquez Aguirre. Lo acompañaban, fuera de la jugada mediática del evento, la diputada de Movimiento Ciudadano, Magdalena Camacho Díaz, como representante del Poder Legislativo, y Alberto López Celis, del Poder Judicial. Más atrás, pero con más juego mediático se veían Cira La Morena y la supercampeonísima María Eugenia Walls Galindo, conocida como Miss Maru Walls.
La develación de la placa conmemorativa a la inauguración de la primera etapa de la Escénica Alterna Acapulco “Macrotunel” fue el momento propicio para los latigazos del desdén. El gobernador y el presidente municipal nunca se saludaron, ni uno ni otro buscaron chocar sus manos para el protocolo político. Nada de nada.
Enfrente, en la otra primera fila estaba la plana mayor del priismo de Guerrero: el exgobernador Rubén Figueroa Alcocer, Manuel Añorve Baños, el recién desempacado Efrén Leyva Acevedo, el hijo de René Juárez Cisneros y tooooodos los funcionarios del régimen estatal y priistas del Congreso del Estado que nunca se cansaron de aplaudir los anuncios de futuras obras, los logros de una reconstrucción no bien concluida y los agradecimientos de su jefe político el jefe del Ejecutivo federal. Mezclado con toda esa pléyade, el rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, exitoso empresario de escuelas, Javier Saldaña Almazán.
Astudillo fue el responsable del mensaje político y de agradecimiento por toda la obra federal que contribuye a relanzar esta hermosa bahía acapulqueña. El titular de la SCT fue el responsable del mensaje técnico, el que daba los significados numéricos y de alcance ejemplar del túnel carretero más largo del país con más de 3.7 kilómetros quien, además, anunció la publicación de un libro exclusivo sobre la reconstrucción de Acapulco tras los embates de “Manuel” e “Ingrid”.
El chef y empresario restaurantero Eduardo Wichtdendahl dio el mensaje emotivo. Agradeció el apoyo, pero exigió más trabajo con la llaga que tiene Acapulco en materia de seguridad pública. En sentido figurado, el joven acapulqueño dijo que todo está bien en el respaldo, pero recordó que Acapulco, sus colonias, sus calles y sus familias, tienen una herida que sangra, que duele y que hace llorar. Después se perdió con su epítome antibloqueos, olvidó que fueron originados por otra masacre a estudiantes de Ayotzinapa. La vida de unos y otros debería valer lo mismo.
Al término del mensaje presidencial, la misma tónica: empujones, gritos, “arrepegones” y codazos. Ah, y las sonrisitas de disculpas –hipócritas todas—. Todo por una selfie con Enrique Peña Nieto para presumirla, momentos después, en las redes sociales. Así terminó la trigésima segunda puesta en escena de una obra más de la política guerrerense y acapulqueña, en aparente conflicto actual que lo muestran hasta en redes sociales.
Por cierto, lo que ahí se escuchó fue que la fiesta cumpleañera será en Casa Guerrero, con invitación expresa, seguramente.
Una hora después del evento, todo volvió a la normalidad: el caos vehicular y la carrera loca de taxis colectivos contra los camiones urbanos que todos los días sufren los acapulqueños que no aplauden en esas visitas peñanietistas.
Como le decíamos a Amado Ramírez Dillanes (QEPD) y sus crónicas turisteras para Televisa:
-Todos felices, todos contentos…