Andrés Campuzano Baylón
Muy chavo –demasiado jovencito—, flaco, siempre flaco, Pablo Martín Obregón se acercó a las oficinas de EL REPORTERO en el centro de Chilpancingo. Quería ser reportero, pero sus estudios le complicaban el horario. Era el año de 1986, quizá.
Al no ser reportero optaba por pasar casi todas las tardes y noches por las oficinas de la redacción.
Veía y observaba con atención las discusiones en que nos enredábamos con otros compañeros del oficio, ahí mismo, en EL REPORTERO, en el número 9 de la calle Juan Ruiz de Alarcón de Chilpancingo, Guerrero.
Pablo Martín veía entre sorprendido y divertido lo que nos decíamos –al calor de un jaibol— don Juan R. Campuzano, Arturo Soto Gómez, Leonel Villalón, Juan Cervantes, José Manuel Benítez, Marcial Campuzano, Tomás Campuzano y uno que otro invitado, como Gustavo Salazar, José Gómez Sandoval y Jaime Irra Carceda. Alrededor de un coctel escuchaba las discusiones sobre periodismo y literatura en que nos enfrascábamos en un pequeño pero confortable privado que yo tenía en ese domicilio.
De pie, pero recargado su mentón sobre su antebrazo, Pablo Martín se nutría de montones de consejos que todos se disparaban entre sí en esos memorables días de EL REPORTERO.
Pero no sólo fue eso. Estaba el mundial de futbol y entonces patrocinamos a un equipo de futbol que le llamamos “la ola roja” de EL REPORTERO, jugamos en las canchas del CREA y muy entusiasta Pablo Martín sí le entró al equipo.
Era bueno para jugar pero no dejó ser duro, “hachero”. Duro, como fue su carácter. Medio broncudo o broncudo y medio…
Convertido en reportero de la empresa Televisa, de Chilpancingo fue comisionado a Acapulco. Trabajó quizá unos 15 años en la corresponsalía de Televisa.
En Chilpancingo también hizo lo propio. Aquél chamaco que nos veía y oía discutir se convirtió en un buen reportero televisivo.
Pero no abandonó ese duro carácter personal.
Hablé con él hace unos 10 años, me comentó que la diabetes lo traía enredado. Que se había acercado a Dios tratando de llegar a un refugio dónde hallar la cura.
Hace un par de semanas pasó por el centro de Chilpancingo. No me vio, pasó lejos de mí, pero lo mire extremadamente delgado; era flaco, pero estaba mucho más flaco…
Hoy, Pablo Martín me dicen que tomó el camino más doloroso y difícil, el de quitarse su propia existencia.
No era viejo, yo creo que apenas rozaba 50 años.
Descanse en paz, mi amigo Pablo Martín…