Periodismo riesgoso

 

Felipe Victoria

 

Dedicarse al oficio de la comunicación nunca será por casualidad ni por necesidad, pues es de las actividades más mal pagadas por las empresas del ramo, que hacen peripecia y media para subsistir publicando en impresos o la electrónica y cibernética.

Más bien, ejercer el periodismo en cualquiera de sus géneros obedece a una enfermedad incurable, progresiva y a veces mortal de necesidad; por ello está clasificada la actividad entre las más riesgosas, como la policial y la política, o dedicarse al espectáculo en deportes extremos, como la fiesta brava, el box y las luchas o carreras de autos, motocicletas o lanchas y la acrobacia aérea.

Pero hay enormes diferencias entre esos oficios donde arriesgan la vida: policías y periodistas resultan ser los más jodidos y menospreciados en ingresos.

A los agentes de la Ley y la autoridad ANTES les correspondía salvaguardar el orden, la paz, la seguridad y bienes de los habitantes; hoy pasó a la historia porque resulta insoslayable que dejaron de estar del lado de la Ley y del pueblo, cobardemente o por conveniencia a los que “cuidan” es a los malandrines organizados que trafican drogas y extorsionan impunemente. Estamos bajo el imperio de la Ley de Plata o Plomo.

No es gratuito que la gente considere tener que organizarse para su defensa y tomar la justicia en mano propia, linchando delincuentes, porque los que institucionalmente cobran dizque por cuidar habitantes no lo hacen por angas o por mangas, pues los que les improvisan o ponen de jefazos imponen cuotas que van a dar en apoyo de funcionarios superiores o patrocinios de campañas de políticos.

Claro que en México sí hubo épocas en que las corporaciones policiacas fueron eficaces y eficientes, porque la verdad sea dicha, honestas, lo que se llama honestas, sería una utopía, porque  con el arca abierta hasta el justo peca.

Bien comentaba el editor Octavio Colmenares Vargas en mi estudio sobre la corrupción policiaca, que desde tiempos de Venustiano Carranza, éste mandatario tomó por estrategia pagar salarios ínfimos a policías, ministerios públicos y personal de los juzgados para que por necesidad forzaran entradas extras y así poderlos manipular a favor del sistema.

Sin embargo, muchos años la consigna fue primero cumplir con el deber y después ganarse la propina, pero claro que los codiciosos siempre iban más allá forzando las dádivas.

Aunque sigue siendo riesgoso el oficio policiaco, dejó de serlo tanto desde la moda burocrática del “irrestricto respeto a los derechos humanos” que inhibió la energía legal contra maleantes; hoy en día mejor disimulan y se llevan su lanita, dejando al garete e indefensa a la población.

En cambio, el periodismo no ha olvidado su sagrada misión de informar, orientar y denunciar pillerías de quien sea, sin importar riesgos ni consecuencias y que les paguen por eso o no.

Les doran la píldora declarando que tienen el derecho humano y la garantía constitucional para gozar de libertad de expresión, pero el riesgo a los desquites y venganzas ni Dios Padre se los quita; no  existen protocolos de protección para periodistas, más que pésames de dientes para afuera cuando los asesinan y promesas huecas de investigar y esclarecer los crímenes, algunas veces ordenados por quienes se molestaron al ser exhibidos y acosados.

El reportero Cecilio Pineda Birto, muy conocido en Coyuca de Catalán por su línea dura de denuncia frecuente, ya había sufrido un atentado y estaba advertido, pero lo dejaron solo y a su suerte, husmeó demasiado en el paradero del famoso “Tequilero” que no aciertan a encontrar y la maraña que envuelve a un diputado que protegen del desafuero; por eso no se puede ver al caso como “hecho aislado” que lo ejecutaran mientras esperaba que lavaran su automóvil, avisado de que se callara ya estaba muy antes y siguió insistiendo.

De pronto ni caso tiene llevar el conteo de periodistas asesinados en el estado, algunos fue por líos personales y otros sí por cuestiones derivadas de su quehacer profesional; pero el caso es que la mala historia siempre se repite: alharaca y presiones al gobierno estatal exigiéndole justicia, reflectores para protagónicos en busca de fama y de ser integrados a comisiones especiales de seguimiento para ver qué consiguen, hasta que el enojo amengua y el incidente se olvida,   empolvándose en los archivos de la nula procuración de justicia.

De todos modos a enchincharle la borrega al ahora fiscal general Xavier Olea Peláez, quien llegó a Guerrero con el santo de espaldas porque cuando no le llueve le llovizna, pero eso sí muy autónomo respecto al gobernador Astudillo, alegando que no es su jefe.

Lamentablemente una prensa desdeñada y justipreciada dejó de ser aliada de las autoridades policiacas, amén de las de procuración y administración de justicia, en un resentido amor-odio de antaño donde como en la canción del comal y la olla se echan bravatas descalificándose.

Si los periodistas guerrerenses quieren sobrevivir, deberán quedarse en silencio y esperar a ver qué es lo que oficialmente quieren dar a conocer las autoridades para refritearse los insatisfactorios boletines editorializados, con mucha paja y poca información convincente.

¿Desaparecerá la nota roja de los medios por elemental precaución?