Alejandro Mendoza

 

Nada más lamentable que ver a un gobierno distanciado de su pueblo. Teniendo como herramienta por excelencia la mentira, los malévolos planes hechos en lo oscurito, avanzan de manera avasalladora en perjuicio de la gran mayoría.

La única cosa que cuenta, que vale la pena, para muchas y muchos encumbrados gobernantes y políticos es la ambiciosa tarea de enriquecerse a como dé lugar. No importa que la pobreza y la marginación lacerante sigan hundiendo a miles de familias en la degradante y paupérrima condición de vida.

Expresiones como “cero corrupción”, desaparecen ante la evidente forma discrecional de distribuir los recursos públicos. La deteriorada calidad de vida da cuenta de la pobreza y pobreza extrema prevaleciente. Las acciones de gobierno llegan a cuenta gotas. Lo que se distribuye tiene como destino entre sus allegados o, peor aún, entre los de su partido político. Es el gobierno que gobierna para un partido político, y no para todos.

El gobernante debe prevalecer en un interés genuino por hacer el mejor de los esfuerzos para mejorar la calidad de vida de sus gobernados. Y aunque los intereses que implican la misma posición (justificados o no) siempre serán su carga, lo cierto es que debe ponderar siempre el bienestar de quienes dice gobernar.

En la historia sobresalen los casos de gobernantes que optaron por el enriquecimiento ilícito y la humillación del pueblo que gobernó. Muy en menor medida se han registrado casos de quienes gobernaron al lado del pueblo, con sensibilidad, austeridad y honestidad.

Usar el poder para hacerse ricos es una práctica reinante en quienes sus pensamientos y acciones están obcecados por la ambición, la avaricia y la codicia.

Generar en verdad condiciones para un esperanzador y glorioso futuro a las próximas generaciones no es un asunto que esté como prioridad elemental en la agenda de quienes, el destino de un país, de un estado, o de una ciudad, está en sus manos.

El evidente descrédito de las instituciones, de las autoridades y de los partidos políticos, tiene razón de ser. Y esto se agrava con la apatía, el desinterés, la poca participación de la ciudadanía en los asuntos públicos, en la política, en el quehacer gubernamental, en la elección de sus gobiernos y de sus representantes populares.

El poder y la riqueza, son los fines que dan sentido de existencia y razón de ser en la gran mayoría de quienes tienen y hacen vida política. En tal escenario se ha consumado la más terrible acción como inevitable consecuencia de la degradación en el ejercicio de la política y el gobierno: la traición al pueblo.

La gente en su mayoría ya no cree (salvo los que por alguna razón tienen un interés político), parece en nadie. La participación en las votaciones refleja la deteriorada confianza de la población hacia la práctica política. Al menos un 50 por ciento no acude a elegir a quien quiere que los gobierne o represente.

Sin duda alguna, hay quienes, por convicción, participan de una u otra manera en la actividad política, porque en realidad quieren que verdaderamente las cosas cambien para bien de todos.

Estoy convencido que el verdadero poder no ha sido ejercido. Y el verdadero poder lo tiene la sociedad unida y organizada. No hay tiranía ni antidemocracia que resista a un pueblo activo, participativo, luchón y consciente de la gran necesidad de exigir su legítimo derecho de tener las condiciones necesarias para una mejor calidad de vida. Ningún tirano puede contra tal poder.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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