¿Piñatas vacías?
Felipe Victoria
Conste que dejé de mencionar a funcionarios estatales para que no se esponjen algunos mandos medios, con una visión algo intolerante a críticas constructivas y propositivas que quizá afecten intereses de algunas cofradías y camarillas.
Conozco algo la personal manera de pensar del gobernador Héctor Antonio Astudillo Flores, siempre abierto a opiniones ajenas, ¿pero cómo hacérselas llegar si se nos cierran las puertas y obstruye el desempeño periodístico quien sabe por consigna de quiénes?
Estoy perfectamente consciente de que escribir y publicar libros sobre lo que acontece en Guerrero no es ningún pecado, pero en fin, ¡al tiempo!
¿Cuantas invitaciones a posadas tienen los amables lectores en puerta a partir del 16 de diciembre?
Indudablemente quienes tuvimos la oportunidad de disfrutarlas de chamacos tenemos hermosos recuerdos; cuando en el vecindario se organizaban los habitantes para mantener vivas nuestras tradiciones mexicanas.
Todo olía a ponche de frutas en tanto se organizaba la procesión cantando la letanía primero. Iluminando la penumbra con velitas de colores mientras lucían majestuosas las piñatas de picos y estrellas forradas de papel brillante y de china, rellenas de frutas como jícamas, tejocotes, mandarinas, cañas, cacahuates, naranjas, limas, confeti, chocolates, dulces, colación, juguetitos, silbatos y monedas.
Una vez hecho el cántico pidiendo posada y entrando, a formarse de inmediato por edades y estaturas para ir pasando a pegarle con el palo y los ojos vendados a las piñatas: “dale… dale… dale… no pierdas el tino, porque si lo pierdes… pierdes el camino”.
Comenzaba la algarabía, palmeaban y se escuchaba: “no quiero oro ni quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata”
En mis tiempos eran fabricadas con ollas de barro muy resistentes, forradas de papel periódico engrudado para que al romperse no se fragmentaran demasiado y pudieran lastimar a alguien de la chamacada, que si sufría lesiones leves era por la arrastrada y jaloneo sobre el piso disputándose el botín. Claro que no faltaban los que por ansiosos, acercándose demasiado, salían descalabrados o con peligrosos golpes.
Prohibidísimo a los niños grandes meterse a las piñatas de los más pequeños, alegre regocijo cuando los papás y las mamás también rompían piñatas para los mayores y hasta para los abuelitos, celosos guardianes de lo tradicional mexicano.
Muchas veces en eso consistían aquellas posadas a la antigua, paseando los peregrinos y un pequeño nacimiento con la representación de la Sagrada Familia en un establo.
Pero los tiempos fueron cambiando y el fenómeno de la transculturación y “agringamiento” permitieron el acceso a la escena a los arbolitos de Navidad, el trineo con renos y el gordito barbón de rojo.
Claro que sí había bailongo después de cumplir estrictamente con la tradición religiosa; el “piquete” en el ponche para los mayores y el aprender entre primos y primas o vecinitos a bailotear, aunque muchos no aprendieron bien, pero no faltaban también los juegos como los encantados y las escondidillas.
Ya de adolescentes las transformaciones hormonales imponían alejarse un poco para jugar a la botella y darse besitos decentes; muchos jugamos a los enamoramientos descubriendo que las niñas eran hermosas y no tan chocantes; lo máximo era conocer a qué sabía un besito un poco más atrevido.
De jóvenes ya, seguían las piñatas y más bien se buscaba el bailadero con las primeras novias, o las copitas a hurtadillas cuando se descuidaban los mayores.
Celebrábanse obligadamente las primeras ocho posadas, porque la novena era en reuniones familiares cuando se arrullaba al niño y se rezaba mucho pidiendo salud, bienestar económico y sobre todo paz, igual se recordaba y veneraba a los familiares que ya no estaban físicamente.
Insustituibles los romeritos, el bacalao, lomo, pierna y el pavo, con espagueti, ensalada de frutas, la sidrita fría y más ponche cargadito, también las frutas secas.
La Nochebuena era festejo familiar anual por excelencia, en tiempos de que varias veces a la semana, si no es que diario, se compartían los alimentos entre padres e hijos en las misma mesa a la misma hora y se platicaba de todo lo de todos, para estar enterados y comunicados; también en los hogares afortunados había un solo televisor para que disfrutaran la programación todos juntos, los chamacos hasta cierta hora temprana de dormirse
Imagino que quienes vivieron ese México amable lo extrañan y lamentamos que esos “lujos” ya no se los podamos dar ahora nuestros hijos y nietos. Inmensa mayoría de familias modernas disfuncionales ya solamente duermen bajo el mismo techo, pero a veces pasan días en que ni coinciden.
Urge hacer un gran esfuerzo por recuperar unidad y armonía en las familias, donde no falten los valores éticos ni la sana convivencia, si se puede ¿y por qué no?, con religiosidad, normas y responsabilidades; manteniendo el orden con una sana disciplina, inculcando en los chamacos el respeto a los demás y sus mayores.
Deberíamos todos en Guerrero escuchar más seguido a Doña Mercedes Calvo Elizundia y su marido.
-¡Tilín, tilín!- Suena la campanita escolar.
-Maestra Pizarrina, ¿habrá posada antes de salir de vacaciones?
-Qué más quisiera chamacos, pero con eso que nos amenazaron con tumbarnos parte del aguinaldo los extorsionadores, ya nos urge no venir a las escuelas.
-Aaarajo teacher maestra, pretextos nunca les faltan para no cumplir con su deber.