Pequeñas haciendas
Por Chanssonier
El pasado domingo mi hijo Héctor y su familia, me invitaron a comer en el campo haciéndolo en uno de los figones, que hay sobre la carretera libre México-Acapulco, en la cercanía de un punto conocido como Agua de Obispo. Antes de iniciar el paseo el tanque del automóvil, fue abastecido en toda su capacidad haciéndolo en la gasolinera que denominan “Carreto”; frente a ese expendió existe un negocio llamado “La Haciendita”, que recuerda que en ese lugar hubo un trapiche, en donde se molía la caña de azúcar, para transformarla en piloncillo o panocha.
Aun cuando la gente solía llamarla simplemente 1 haciendita, su nombre era San Nicolás, habiendo sido su antigua propietaria la señora Teófila Viguri, quien más adelante la vendió a su pariente don Ignacio Viguri, hombre acaudalado que también era dueño de la hacienda de San Juan Ayotzinapa, quien se la vendió al gobierno federal para edificar la escuela normal rural, que ahora se conoce con el nombre de Raúl Isidro Burgos.
La hacienda de San Nicolás era de una pequeña extensión, lindando al sur con tierras propiedad de don Antonio Leyva Vélez y señorita Amalia Leyva Mancilla, las que terminaban en un predio conocido como Tepango. Cuando era tiempo de molienda de caña, se hacían presentes alumnos de diversas escuelas, quienes asistían para ver cómo se elaboraban productos extraídos de la caña. Los menores por lo general llevaban bolillos, a los que les ponían miel para hacerlos agradables al paladar, expendiéndose en botellas para traerlos a casa.
A mediados de la década de los años cuarenta del pasado siglo, el trapiche cerró sus puertas para siempre, habiendo comprado el amplio predio el gobierno jefaturado por el general Baltasar R. Leyva Mancilla, con la intención de fraccionarlo para construir casas a sus empleados, lo que no se hizo.
A la entrada de la ciudad de Tixtla existió por muchos años, un extenso cañerío el cual irrigaba agua que allí brotaba, que servía además para alimentar las numerosas legumbres, sembradas por agricultores las que por lo general tenían como destino esta ciudad. El crecimiento poblacional obligó a cancelar la siembra de caña de azúcar, la que ahora es añorado recuerdo.
Sin que quepa la menor duda, la hacienda cañera más grande en el centro del estado, fue la de San Cayetano, establecida en el poblado de Tepechicotlán; en ella aparte de producir panocha o piloncillo, se elaboraba azúcar inclusive alcohol; el lugar se miró precisado al cese de labores, cuando un grupo de campesinos exigió su reparto pa crear un ejido, a lo que estuvieron de acuerdo quienes eran sus dueños, miembros de la familia Calvo radicados en esta ciudad.
La siembra de caña más extensa que hubo en la entidad, estuvo en el pueblo de Cocula la que se beneficiaba en el ingenio que llevaba el nombre del poblado. En la actualidad en Guerrero no produce caña; el azúcar que consume la población viene de otros lugares. Esto mismo sucede con el ajonjolí, que habiendo sido el primer productor nacional, ahora ha dejado de sembrarse optándose por otros cultivos, por ejemplo el mango y el aguacate entre otros.
El reparto agrario iniciado en el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, acabó con los grandes latifundios porfiristas; por desgracia el campesinado no ha podido sacarle provecho a la tierra, por lo cual muchos de los productos que se consumen, tienen que adquirirse fuera del país, por carecer de las técnicas necesarias.