Parte uno: Todo comienza en casa
SADYHEL ASTUDILLO
Si al nacer, nuestros padres estuvieron presentes y tras cierto periodo de estancia en el hospital nos llevaron a nuestro hogar, debemos de considerarnos de las personas más afortunadas del mundo. El motivo de esta colaboración no es demeritar o lastimar a las personas que desafortunadamente no nacieron como reza el refrán popular, con “la torta bajo el brazo”, esta vez quiero generar una reflexión sobre el asunto de la infancia que todos tenemos presentes en nuestro día a día, pero, quizá no estamos conscientes de aplicarlos realmente.
Con los recientes movimientos y manifestaciones que están ocurriendo en toda la república relacionados con los maestros, los medios de comunicación, así como las redes sociales han comenzado a hacer mención de ellos y también, de temas relacionado con los docentes.
En una ocasión me tocó ver una imagen de una pancarta que decía algo así: “Somos maestros, no padres, edúquenlos en su casa”. Algo muy triste y muy cierto. Si bien, desde casa nos inculcan los valores y los modales, por tanto, mientras mejor este nuestro entorno en el que, literalmente daremos nuestro primero pasos, más sólidos estarán nuestros fundamentos de comportamiento ante la vida y más fuerte será nuestro carácter con el que nos vamos a desenvolver fuera del hogar. Es ahí donde –en algunos casos- entra en acción y comenzamos a generar nuestros lazos con nuestra madre o tutora.
La figura materna, si bien no es imprescindible para el desarrollo pleno de un ser humano; sin embargo, tanto su presencia, así como su ausencia siempre se notará en cada uno de nosotros y en nuestro paso por la vida. Desde el momento en que nacemos, el primer contacto humano con que tenemos es precisamente con nuestra madre, nos alimenta, nos protege y nos brinda calor, y no únicamente en ese momento, de ahí en adelante se vuelven nuestras protectoras y primeras maestras.
Ya que salimos del hospital y regresamos a casa, comienzan a acoplar todo para nuestra llegada, una cuna, biberones, pañales, ropa, etc. Bien pues, la vida de ninguno dentro de la casa será la misma.
Comenzamos a comunicarnos con ellas por medio del llanto y las risas, aprendemos a entender gestos y ademanes, nos ayudan a dar nuestros primero pasos y nuestros primeros bocados. Y conforme nos vamos volviendo consientes de nosotros mismos, es la parte en la que más van a profundizar en nuestro comportamiento, ya que, como se mencionó, serán nuestros fundamentos para toda la vida.
Aprenderemos a no molestar a otros niños, a respetar sus cosas, a no llevarnos todo a la boca, a no pelear con nuestros hermanos, a no tirar la basura en el piso, a pedir las cosas de la manera correcta, a respetar a los mayores, a ser agradecido, y un innumerable etc. Todas estas pequeñas pero importantes acciones las aprendemos en casa, y también son fundamentales para que nos comportemos como un ciudadano ético.
Todas esas enseñas, ese tiempo compartido y esas primeras experiencias, están indeleblemente enlazadas con nuestra madre -repito, en la mayoría de los casos- y en nuestro hogar. Por ello cada que alguien nos comente que somos educados o atentos, cada que alguien te agradezca la realización de una acción noble, pensemos y sintámonos agradecidos con esa persona especial que nos inculco parte de lo que somos ahora. Y qué mejor que si son nuestros padres, saber que su sangre corre por nuestras venas.
Es motivo de esta primera colaboración (de varias más) las cuales con el valioso apoyo de esta casa editora, serán publicadas en forma de agradecimiento a diferentes personas. En primera instancia y también de mucha importancia, quiero agradecer a mi madre Ma. de la Luz Ramírez, por todo como me educó y por las enseñanzas que hoy en día continúa dándome, gracias por todo, te amo.
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