El Héroe del Perdón
Por Chanssonier
Pocos hombres han sido dueños de una vida generosa, como la del general Nicolás Bravo Rueda, quien habiendo recibido la orden de fusilar a 300 prisioneros españoles, como venganza del ahorcamiento de su padre don Leonardo Bravo. El comunicado el joven capitán Bravo lo recibió por la tarde; en la noche todos sus pensamientos los concentró en lo que se le sugería hacer con los prisioneros.
Antes que saliera el sol, Bravo ordenó sacar al zócalo del pequeño poblado de Medellín, Veracruz, a quienes puso en sus manos el destino. En una pequeña arenga les dijo del ahorcamiento de su señor padre, por instrucciones del virrey Venegas, comunicándoles que en lugar de quitarles la vida les daba la libertad, pudiendo marchar a donde quisieran. Varios soldados realistas se unieron a la insurgencia, entre otros un joven llamado Joaquín Rea, quien más adelante se casaría con una hija de don Leonardo Bravo, padre de don Nicolás.
Cuando el emperador Agustín de Iturbide fue destronado, obligándolo al destierro, pidió que fuera Bravo el jefe de su escolta. Al término de la lucha armada que trajo consigo la independencia de México, el general Bravo se dedicó a las tareas políticas, llegando a ser presidente de la república.
En el curso de la invasión de los Estados Unidos contra México, volvió al servicio de las armas comisionándolo el presidente Santa Anna, a defender el castillo de Chapultepec, fortaleza que cayó en poder del invasor, por falta de armamento; en el momento de ser detenido el capitán yanqui le preguntó nombre y rango. ¿Es usted aquél soldado que combatió por la independencia de su país?. No pudo pronunciar una sola palabra porque su corazón sangraba.
A partir de entonces don Nicolás y su esposa doña Antonina Guevara, decidieron regresar a la tierra que los vio nacer; él murió por causas naturales el 22 de abril de 1854; se le sepultó con todos los honores a su alta investidura, en la iglesia de la Asunción; años más adelante su cuerpo fue exhumado, para reposar en la Columna de la Independencia, en la ciudad de México, en donde yacen los principales héroes de esa gesta libertaria.
Felicitaciones a educadoras
Desde hace algunos años el calendario cívico nacional, tiene contemplado el 21 de abril como fecha para festejar a las educadoras, profesionistas que tienen en sus manos el inicio de la escolaridad a menores, que por vez primera han dejado las caricias maternales, para saber que hay muchos como ellos. A esa edad se forman las primeras amistades, muchas de las cuales se conservan toda la vida.
Hace casi ocho décadas asistí al único jardín de niños que había en esta ciudad, el que se llamaba “Benito Juárez”, ubicado en la esquina de Madero y Teófilo Olea y Leyva. Eran solamente las señoritas Ernestina Guesso y María Luisa Guarneros quienes lo atendían, debido a su matrícula escasa.
A todos los niños nos ofrecían un cariño maternal, por lo cual las llegamos a querer mucho. En cierta ocasión nos facilitaron unos dados para jugar; a la salida del edificio me alcanzó la niñera Loreto “N”, para entregarle los dados que me disponía traer a casa. Este hecho me ocasionó copioso llanto.
Al celebrarse el Día de la Educadora, he recordado a estas dos nobles mujeres, quienes fueron las primeras guías en mi vida. Dios las guarde en su santo seno.