FEDERICO SARIÑANA

 

Públicamente, correcto. Impecable. Blindado por un impresionante despliegue de seguridad, imposible preguntarle al presidente Enrique Peña Nieto qué siente al estar en Iguala. Esa Iguala trágica donde hace 515 días, murió una decena de personas y desaparecieron 43 estudiantes, y que significó la herida social más importante de México en medio siglo (o más, si se valora peor que el 68′).

 

Esa Iguala…

 

Esa Iguala que está en el estado que era gobernado por su amigo (algunos dicen que hasta compadre), Ángel Aguirre Rivero. Aquel que desafió al PRI y lo venció para gobernar, por segunda vez y por diferentes partidos, el Guerrero Bronco y que hoy está en la historia de la tragedia.
Esa Iguala que tenía en José Luis Abarca un alcalde prometedor: empresario exitoso, alejado de las “mañas” políticas y que hoy está en la cárcel comparado con un genocida.
Esa Iguala nacionalmente discreta y hasta desapercibida de no ser por el Día de la Bandera y su comercio de oro.
El primero, se vuelve a celebrar dignamente después de muchos años. El segundo “se chingó, ya no es lo mismo desde entonces”, sentencia Don Daniel quien, titubeante y quizá sólo por cortesía, responde un par de preguntas mientras espera para levantar la cortina de su negocio. Es un día inusual: el presidente encabezará el otrora tradicional desfile por el Día de la Bandera. Hay muchísima seguridad y más restricciones.
“Si es periodista no ponga mis datos”, advierte. El moño negro en la fachada de la joyería, puede ser la causa del temor.

“El estruendo de un jet F5 surcó el cielo de la ciudad tamarindera y lo tiñó de con colores patrios…”, cronicó, sin medias tintas, un veterano reportero.
Fue el inicio del desfile. El presidente Peña, ausente.
Desfile breve, sencillo. “Sin novedad”, según el parte final.
Al concluir el evento, el gobernador Héctor Astudillo Flores rompió el protocolo y se acercó a saludar a decenas de igualtecos que presenciaron el desfile. Recibió solicitudes, saludos y respondió a los reporteros.
“El mensaje es claro e importante: a la Federación y al Estado nos interesa mucho Iguala. Es una tierra de gente valiente y trabajadora que se ha visto afectada por una gran tragedia. Debemos salir adelante con trabajo y con justicia”, reiteró.
La comitiva partió hacía la cafetería del hotel María Isabel. Funcionarios, alcaldes, diputados, asistentes y hasta colados aprovecharon esos minutos para desayunar, refrescarse y “grillar”.
Las imágenes de una tanqueta empujada por militares, tras descomponerse, fue el tópico en redes sociales.

“Está que hierve…”

“Hay más militares y policías que igualtecos”, se quejó un secretario de despacho luego de que su camioneta entró en el carrusel-laberinto en que se convirtió la ciudad.
Filtros, empujones, vueltas y la característica tozudez de los guardias, eran requisito indispensable para ingresar al estadio Ambrosio Figueroa.
12:33 horas. 33 grados de temperatura (que parecían 5 mil) hicieron que varios niños tuvieran que salir en camilla. La cuenta iba en cinco.
De pronto se anunció el inicio de la ceremonia de izamiento de bandera… en el

 

Cerro de Tehuehue

Sí a un par de kilómetros del estadio.
Dos pantallas gigantes, el calor y las bullas de los estudiantes confundieron a todos.
De pronto, como si fuera producción televisiva, una nube cubrió parte del estadio y la leve brisa que se dejó sentir provocó una escena de promocional: la Bandera silueteaba el cielo igualteco.
Solemnidad, le llaman.
En el estadio había un claro contraste: las pantallas donde el presidente saludaba a los invitados especiales en el Tehuehue y se tomaba selfies con ellos; en la cancha, se veía correr a camilleros para ayudar a los niños doblados por el sol.
“Ya van como 10”, se quejaba una dama, quien se negó a confirmar su cargo al saber que su comentario no fue en voz baja.
Ante la cantidad de niños con “golpe de calor”, se improvisó, detrás de las gradas, un área de atención con personal de Cruz Roja.
– Está cabrón el calor. ¿Cuántos? ¿Unos 35? – Preguntó un diputado del PRI mientras volteaba al área de rehidratación.
– ¿Grados o desmayados? – Reviró su homólogo del PRD.
Una mujer con uniforme de la Marina que era cargada, con todo y silla, por dos militares apuntó a que la cifra, sea grados centígrados o afectados, sí estaba cabrona.

 

Guerrero, de pie…

 

Minutos después, la comitiva arribó al estadio.
“Por su rebeldía, Guerrero ha sido un pueblo de difícil gobernabilidad, pero de gran tesón y compromiso”, dijo Héctor Astudillo, el gobernador del estado con el que Peña Nieto ha tratado en los últimos 120 días.
“No podemos olvidar la tragedia de Iguala, mientras no se de justicia está herida no ha de sanar”, agregó Astudillo, quien citó de manera directa el caso de las personas que murieron y las que fueron asesinadas aquella noche. También la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
“¡Justicia, justicia!”, coronó el gobernador quien mostró sus dotes de orador.
Peña Nieto asintió levemente la cabeza. Señal política de aprobación y coincidencia. La decena de secretarios y titulares de áreas y organismos federales, aplaudió.
Poco que desglosar del mensaje del presidente. Líneas cuidadas en las que destacó la “estabilidad social” de las últimas ocho décadas y la económica (¿?) de los últimos 20 años.

“Iguala es un municipio emblemático en nuestra historia nacional, no puede quedar marcado por estos trágicos acontecimientos. Su gente merece ser conocida por sus fortalezas, por su calidez y firme carácter para alcanzar logros en favor de su comunidad”, lanzó en una de las pocas alusiones al caso Ayotzinapa.

“Durante un año y cinco meses, el Estado mexicano ha desplegado un amplio esfuerzo institucional para procurar justicia a partir de una investigación profunda, transparente y abierta, contando incluso con la colaboración de diversas instancias internacionales”, precisó. Aplausos temerosos en el estadio donde, precisamente jugó —y ganó— el equipo de futbol Avispones de Chilpancingo de Tercera División ante los locales, aquella fatídica noche del 26 de septiembre de 2014.

Tras saludar a los invitados especiales del presídium y tomarse selfies, el presidente ingresó a la cancha. Volteó hacia un grupo de jóvenes de Chilpancingo. Extendió su brazo y su palma derecha la llevó a su pecho para después ofrecerla al frente.

Una leve reverencia y después un abrazo al gobernador, mientras le comentaba algo al oído y ambos sonreían.

 

515 días después…

 

El presidente se fue. Concluyó un día histórico en Iguala.
Iguala. Aquí, donde hace 195 años se confeccionó la Bandera que dio identidad al país.
Iguala. Aquí, donde hace 515 días, esa misma identidad quedó marcada.

PD.

Don Daniel pudo abrir su joyería hasta las tres de la tarde.
“Hay que chingarle, no hay de otra”, ahora lo hizo con una mueca que intentó ser sonrisa.