Los enjambres de avispones molestan
Por Felipe Victoria Zepeda
Leí con especial atención el airado comentario del escritor y periodista Don Andrés Campuzano Baylón, uno de esos garbanzos de la libra que lleva décadas haciendo periodismo profesional en toda la extensión de la palabra
Indignado reprueba la mala conducta de turbas que les dice “chayoteros”, que yo califico de “enjambres” molestos, venenosos y peligrosos, como los de avispas y avispones que se aparecen a entorpecer eventos públicos de funcionarios, con el ánimo de ver qué le sacan a los incautos tomándoles el pelo o “peseteando” alguna fotografía digital que les enviarán por internet previo pago.
Para mi es respetable el derecho de los demás a buscar su sostén como sea, siempre y cuando lo hagan de manera decente, pacífica y honesta; usurpar profesiones o suplantarse en un oficio, no reúnen ninguna de esas cualidades, por ende no comulgo con esas hordas de quienes se dicen “periodistas” sin colaborar en ningún medio legalmente establecido y oficialmente reconocido.
No he tenido oportunidad de tener una charla mínima con la funcionaria encargada en el gobierno de Héctor Astudillo Flores, de “lidiar” con la prensa, que a veces se convierte en una pesadilla y dolor de muelas.
Creo que tuve mucha buena suerte cuando me tocó hacer eso en la Policía defeña hace unas décadas; los reporteros de la fuente eran personas civilizadas y los atendíamos comedidamente en un relación de respeto recíproco.
Aclaro que contamos en esos tiempos con el apoyo del entonces regente capitalino, Víctor Manuel Camacho Solís, al que le caían en la punta del hígado las llamadas “entrevistas banqueteras” tediososas, enfadosas e inútiles, así que se tomaron las medidas pertinentes convenciendo a los verdaderos reporteros de respetar el libre tránsito de funcionarios y evitábamos que se colaran intrusos que no justificaban su presencia ni colaboraban en ningún medio.
Curiosamente los más entusiasmados en esas medidas de control fueron los propios periodistas, porque los usurpadores obstaculizaban su labor.
Dialogaba con ellos y sus jefes de información y directivos de periódicos, revistas y estaciones de la radio y canales de televisión para un mejor desempeño del trabajo de todos en conjunto.
Claro está que en casi todos los eventos del regente y el jefe de la Policía y el procurador se conseguía que ofrecieran la correspondiente conferencia de prensa con preguntas específicas, sin que nadie se atropellara ni quitara la palabra, en orden para llevar en paz la fiesta y todos contentos.
¿Cómo controlar –aunque se oiga mal— la presencia de quienes sí iban a hacer algo encomendado por sus medios, restringiendo el acceso a indeseables o metiches?
No era cosa del otro mundo y cuando lo quiera Erika Lührs, se lo explico en persona, pues no doy recetas en público, aunque pareciera grosería, es mera disciplina conveniente.
Con los dueños de empresas editoras por lo menos una vez al mes se organizaba una cena con los titulares de las dependencias para limar asperezas e intercambiar opiniones. Con los directivos era compartir el pan y sal para los mismos fines, y con la tropa reporteril nos reuníamos en desayunos, a veces con mayor frecuencia.
Por supuesto los imprevistos que nunca faltan en un conglomerado urbano tan enorme obligaba a la presencia fija y cotidiana de periodistas en las oficinas de prensa, atentos a todo lo que sucediera; pero todos conocían la norma y a veces antes que se apersonaran en tropel en las oficinas de los jefazos, ellos se apersonaban en los recintos de prensa; inclusive para convivir amablemente con los periodistas o cuando querían hacer algún pronunciamiento especial.
Sí, admito que esa política de buen entendimiento se minimizó por el autoritarismo dictatorial de Joseph Córdoba Montoya, que se creía vicepresidente de México con Carlos Salinas de Gortari y ordenó a todas las oficinas de prensa del gobierno enfriar y distanciar las relaciones públicas.
Se confundieron creyendo que las oficinas de prensa eran atrios de iglesias donde se les tiran migajas a las palomas por aparente caridad; por supuesto que los resultados no fueron agradables para ambas partes y de ahí en adelante fue empeorando esa “política de comunicación social”.
A la prensa menospreciada no se le puede pedir mieles en su trato a los funcionarios endiosados y arrogantes con los que no se pueden ni acercar a saludar de mano.
Entiendo y comprendo los problemones por los que pasa ahora Erika Lührs con el avispero alborotado en pie de guerra contra ella, pero malo si no está al tanto de lo que sí se publica en medios impresos o se transmite en los electrónicos, como si ya no existieran ambos, preocupándose tan solo del chismerío en redes sociales a veces intrascendente, falso o de mala leche, que si bien ha ido desplazado al periodismo tradicional, aún no puede considerársele como tal por la carencia de licitud y normatividad con que opera.
¿Cuánto cuesta imprimir y hacer circular una publicación equis y en cuanto sale subir otra al Internet?, ¿a cuales debería interesar más a los gobiernos apoyar?
Cuidado si se pierde tiempo y energías queriendo acallar el zumbido molesto de los enjambres, descuidando mientras a los que no hacen ruido pero sí forman opinión; ánimo y a ponerse las pilas, demostrando que sí puede con el paquete.