La violencia en Guerrero 1

 

Isaías Alanís

 

El endemismo histórico de la violencia en Guerrero, no apunta a ubicarla solo una o tres décadas atrás. Es falso ese argumento. Desde el periodo independentista y reforma, el actual estado de Guerrero, creció entra armas, matazones, caciques malos y benévolos; Diego Álvarez y su predilección por sojuzgar donde no había resistencia y la guerra se había terminado.

La revolución estalló en núcleos cerrados. No fue la misma para los indígenas de Zapotitlán Tablas, que para los maderistas de Enrique Añorve en Costa Chica, o el zapatismo de Heliodoro Castillo. Los expertos deben de estudiar estas diferencias.

La violencia creció paralela al nacimiento en 1887 de un estado aislado, hundido en un ruralismo feroz y creativo que alentó a masas de ciudadanos sobrevivir en las montañas más escarpadas de la sierra, lejos de un estado inexistente y un desarrollo inocuo.

En un estudio etnográfico de 1929 que relata un año en la vida de Atoyac, región Costa Grande, y la fábrica del Ticuí, no había línea divisoria entre la violencia de los soldados del batallón encargados de restablecer el orden, con los “armeros” y bandidos.

Ambos citaban a los productores de café y les pedían dinero, la soldadesca para el rancho, y los bandidos para sus haberes personales. Los ciudadanos tenían que plegarse a sus exigencias. Era la ley, plomo o dinero, horca o zarabanda.

Existen casos documentados de ciudadanos ahorcados por robar una vaca. La justicia se hacía por propia mano, sin juez y sin juicio.

De ahí que surgieran valientes famosos qué se enfrentaban a los rurales para arrebatarles el control del territorio, o a bandoleros profesionales que eligieron vivir sin ley, salvo la que salía del cañón de su pistola o de su máuser.

Famosos fueron los “armeros” de Costa Chica, los pistoleros de Atoyac y Acapulco, de Tierra Caliente y Teloloapan.

En este brebaje de un estado sin vías de comunicación, con una naturaleza pródiga que lo aislaba, su desarrollo creció paralelo a ríos de sangre, a la usencia de una plataforma productiva y con grandes núcleos de pueblos originarios invisibilizados, no solo por los señores feudales surianos, sino por el Estado mexicano nacido de la revolución de 1910.

El pasado sábado lo platicaba con un maestro, la figura de Juan Ranulfo Escudero, ha sido negada por la propia historia oficial. Un adelantado para su tiempo en un estado como Guerrero. Renato Ravelo escribió una biografía. Paco Ignacio Taibo la recupera, pero no así los guerrerenses. Amén de instaurar en Acapulco, ante la torva mirada ensangrentada de los españoles porteños el primer ayuntamiento socialista del estado (1920-1923), fue objeto de la saña de los ibéricos tropicales hasta que por fin terminaron con su vida.

Este pasaje es aleccionador sobre lo que sería el manual de desapariciones forzadas y asesinatos instaurado en el estado de Guerrero desde los albores del primer cuarto del siglo pasado. El levantamiento de los hermanos Vidales, las escaramuzas de los indígenas de Costa Chica para desmantelar los latifundios. Posteriormente los crímenes de los copreros en Atoyac y Tecpan, la masacre de Chilpancingo en 1960. Y el surgimiento de la guerrerilla como una respuesta a un estado represor, misógino, rural y asesino. Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres, Genaro Vázquez Rojas y una pléyade de hombres y mujeres que se mantienen a la fecha en la clandestinidad y que han engrosado las filas de la guerrilla que a veces se fusiona con el narco, que sentó sus reales como un experimento tolerado por el gobierno federal a mediados y finales de los años sesentas en la sierra de Guerrero.

Ese periodo de transición entre guerrilla y narcoempresa dio origen a los vuelos de la muerte, a las visitas sin retorno al Pozo Meléndez, a la colusión entre el Ejército (Mario Acosta Chaparro) y el narcotráfico y al crecimiento exponencial de un estado sin desarrollo, salvo por Acapulco que se convirtió en la ínsula económica y que solo sirvió para el enriquecimiento de políticos mexicanos y empresarios extranjeros que impusieron un desarrollo que atomizó no sólo la economía de la región, sino que siguió un patrón anárquico en su planteamiento urbano y de salvaguarda de los recursos naturales.

Y en medio de un estado sin desarrollo, con regiones alejadas, sin caminos, sin escuelas, medicinas, y lo más elemental, surgen las matanzas de Aguas Blancas (la más mediática), la de El Charco, así como la muerte de campesinos ecologistas y líderes sociales.

Y la gota de sangre que derramó el vaso de un estado criminal empresarial sustentable, fue la matanza y desaparición de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. Donde pese a la verdad histórica refutada, hay detenidos, y se siguen líneas de investigación que apuntan a militares y policías; hecho que en pocos días realizó lo imposible, bajar el rating del presidente mediático EPN y colocar en el eje del planeta las violaciones a los derechos humanos en el país. Se esfumó el mexican moment y las reformas estructurales se desvanecieron, y se considera al país como uno de los más corruptos e impunes que de 2006 a la fecha arrastra una cifra de más de 25 mil desaparecidos registrados.

En este remolino violento ante el crecimiento de un estado donde la guerra del opio ha sentado sus reales, surge de nueva cuenta la guerrilla, los movimientos de auto defensa como una respuesta a la negativa del Estado para salvaguardar a la ciudadanía. La guerrilla cuyo objetivo es abolir el estado y crear otro, las auto defensas, le ayudan al tomar en sus manos la seguridad de sus comunidades y cumplir funciones negadas por el Estado por colusión, temor o porque nuestro país tiene un narco-estado-empresarial y criminal de gran aliento, y cuyo primer motor que se avizora es el cuestionado mando único que, en caso de aprobarse, podría deslindar a los grupos cupulares de su participación en el negocio y echarle la culpa a gobernadores, presidentes municipales y autoridades comunitarias.