* Remembranzas y anécdotas de Astudillo

* A un año de aquel destape reivindicativo

* Seis meses de campaña con Astudillo Flores

 

JORGE VALDEZ REYCEN

 

Era el preludio de lo que venía para Héctor Astudillo.

A un año del destape, el entonces diputado local Héctor Astudillo Flores figuraba a la cabeza en la quinteta de aspirantes a la gubernatura de Guerrero, por el PRI. Lo seguían de cerca Manuel Añorve Baños, Cuauhtémoc Salgado Romero, Mario Morenos Arcos y Héctor Apreza Patrón.

Hubo una jugada de amarres internos, donde Añorve y Apreza cerraron filas por Astudillo. Nadie vio lo que se veía venir, entonces.

En el salón de sesiones del Congreso del Estado,  el todavía diputado local Astudillo Flores no daba a conocer nada, ni un gesto, ademán, señal o signo. En el pasillo lo saludo. Me dice: “¿estás seguro?”… Y se alejó sonriendo, recordando aquella anécdota que a continuación les comparto.

En 1989 el entonces gobernador José Francisco Ruiz Massieu acostumbraba caminar por la Plaza Primer Congreso de Anáhuac en compañía de Florencio Salazar Adame y Héctor Astudillo Flores. Lo hacía como parte de digestión y para “placearse”. En el quiosco nos encontramos. Iba con mi hijo Jorge David, de tres años, caminando y nos saludamos cordialmente. Un brillo lleno de malicia en su mirada percibí del gobernador Ruiz Massieu, cuando me soltó: “¿Es tu hijo?”… Le dije “¡claro que sí, se llama Jorge, como su padre y mi padre!”.

–¿Estás seguro? –me volvió a preguntar, soltando la carcajada, junto con sus acompañantes.

–¿Qué pasó, gobernador? ¿Ya nos llevamos así? –le dije en seco.

–No, no, no… Es broma, es broma –y siguió riéndose con Florencio y Héctor.

Para quienes conocieron a José Francisco era difícil que él ofreciera su amistad. No sé si fue verdadera o no, pero nos llevamos bien. Le gustaban las crónicas. Algunas lo hacían carcajearse y otras no tanto.

Astudillo, hace un año, iba ya en la ruta de convertirse en candidato de unidad por el PRI en alianza con el PVEM. Y solo era cuestión de esperar la publicación de la convocatoria, como trámite. Él ya lo sabía, pero, como todo político de oficio no debía decir nada.

Los siguientes seis meses de campaña lo seguí. Manejé casi 20 mil kilómetros en un Tsuru, con el equipo de fotógrafos y camarógrafos, con quienes compartí cientos de anécdotas y las comidas eran una variedad de descubrimientos gastronómicos para ellos, los chilangos.

En los más de 90 días efectivos de campaña, publiqué las crónicas, con el color del proselitismo. Atestigüé los compromisos en Tierra Caliente, la Costa Chica, Zona Norte, Costa Grande, Acapulco, Zona Centro y la Montaña. Fueron intensos días de lluvia, sol, calor y sudor.

Astudillo debatió sin ofensas ni injurias, soportó embustes y diatribas. Sorteó trampas y eludió la confrontación estéril. Convenció a la mayoría y ganó el litigio de impugnaciones postelectorales de adversarios.

A Héctor lo conocí en 1987, siendo secretario particular de Florencio Salazar Adame, en el Palacio Municipal de Chilpancingo de los Bravo. Lo seguí en los años de su trayectoria como político: ni muy cerca, ni muy lejos.

Hoy que es gobernador de Guerrero,  lo veo igual: ni de cerca… ni muy lejos.

Nos leemos mañana, SIN MEDIAS TINTAS.