Esas cosas de la fe

 

Isaías Alanís

 

El culto a las vírgenes del temple se extendió por toda Europa, las Astartés negras, como fueron llamadas por historiadores, teólogos y ocultistas están ligadas a la madre tierra y al nacimiento del culto mariano en la religión católica.

En 1492, Cristóbal Colón regresó al Real Monasterio de María de Guadalupe a “dar gracias” por el “descubrimiento de América”. Y tres años más tarde, en 1496 fueron bautizados miembros de los pueblos originarios trasladados al monasterio como prueba de la fe y del poder de la religión cristiana sobre los pueblos conquistados.

Siglos antes, el rey Alfonso XI recibió la bendición de la virgen de Guadalupe para triunfar en la batalla del Salado, y en agradecimiento, sobre la pequeña ermita mandó construir el primer santuario en la provincia de Cáceres. Es una edificación que ha tenido cambios profundos, ha pasado por el gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neoclásico. Actualmente una parte es un hotel de lujo para peregrinos de lujo.

En 1389 se convirtió en monasterio. En sus muros se instalaron los monjes jerónimos y posteriormente franciscanos. En 1879, es considerado monumento nacional y el papa Pío, que no lo fue tanto, porque protegió a los nazis, lo convirtió en basílica.

Diego de Ecija redactó la historia del monasterio entre 1467 y 1534 con el título; “Libro de la invención de esta Santa Imagen de Guadalupe y de la erección y fundación de este monasterio, y de algunas cosas particulares y vida de algunos religiosos”, donde se adora a una de las morenetas templarias.

Lo interesante es la importancia que tuvo el monasterio para Cristóbal Colón. Los reyes católicos se refugiaron en Guadalupe para descansar de su guerra contra los infieles y expulsarlos de España.

Colón tuvo que visitarlos en 1486 y 1489 para que lo apoyasen en su aventura. Curiosamente, en ese lugar, los reyes católicos enviaron ordenanzas al puerto de Palos para que le proporcionaran a Colón las carabelas para su viaje por la mar océano.

Basta con ver la imagen de la virgen morena de María de Guadalupe para identificarla con la Guadalupe-Tonantzin del Tepeyac y de las aventuras que tuvieron que transcurrir para implantar su culto en la “Nueva España” y se le “apareciera” a Juan Diego, como también a otro “natural” de las Islas Canarias.

Y naciera una de los símbolos de la fe más profundos de México-Tenochtitlan.

Las vírgenes del temple existen en toda Europa. Y tiene características comunes a la imagen venerada en el Santuario de María de Guadalupe de Cáceres.

En México, el Nican Mopohua, bellísimo texto en náhuatl es un ejemplo de su justificación.

Siglos más tarde, el defensor de la existencia de Juan Diego de apellido Schulemburg, intentó su canonización y más tarde libró un conflicto de intereses por la arcas guadalupanas con los jerarcas de la iglesia y en Guadalajara, fue intentado quemar con leña verde por Norberto Rivera Carrera al negar el propio Schulemburg la existencia de Juan Diego como respuesta por haber sido “echado” de la basílica millonaria de México. En donde pudo negó a Juan Diego y su canonización exprés ordenada por el papa Juan Pablo II también canonizado por un efecto exprés.

En paralelo a esta brevísima relación sobre el origen del culto a Guadalupe, hay que excavar en el sincretismo mesoamericano y el buen ojo que tuvieron los curas españoles después de la experiencia histórica del monasterio de Cáceres.

Lo muy rescatable, es que pese a que televisa es la dueña del evento del 12 de diciembre, Guadalupe-Tonantzin, “nuestra madrecita” es la imagen de culto más poderoso. El estandarte que ondeo Miguel Hidalgo para la liberación de criollos e “indios” fue bajo el poder de su advocación. Zapata portó el pendón con la imagen de la guadalupana, sobre la que se han tejido extraordinarias historias sobre el origen del tejido del ayate; colores y técnicas con que fue pintada su imagen y entregada a Juan Diego como prueba milagrosa.

El culto a la guadalupana es el eje de la espiritualidad mestiza de México. Y sobre todo, mueve multitudes, y en especial a los pueblos más pobres de los pobres de México que año con año se organizan para acudir a la basílica a pedir la salud y la fuerza para continuar viviendo en un país abstracto y rudo que los ha abandonado.

Guadalupe es el símbolo de los desposeídos, de los desencarnados, de los discriminados, de los campesinos sin tierra, de los humillados, de los sin rostro y sin fosa, de los sin tierra, de los explotados, de los que viven con el salario mínimo, de las mujeres solteras, de los niños de la calle, de boxeadores y gente del barrio, de futbolistas llaneros y prostitutas de Correo Mayor. Guadalupe es el nido, el agua del descanso eterno aquí en la tierra, el tonacayótl de la existencia; la fuerza para vivir en el polvo un año y volver a regenerar la fortaleza y de eslabón por eslabón continuar sus alabanzas de este año para el año venidero.

Y recorrer miles de kilómetros con las rodillas sangrantes y con un cáncer de garganta, diabetes fulminante, un tumor de siglos en el estomago o un sarampión difícilmente detectado por el oscuro sistema de salud mexicana.

La imagen de la Guadalupana es el símbolo más fuerte de México, y quien lo dude que no se exponga a que resurja de las cenizas del templo de México-Tenochtitlan su poder. Y así como acompañó a Hidalgo y Zapata, se convierta en la fuerza necesaria para demoler a un gobierno ciego y amurallado como el santuario de Santa María de Guadalupe erigido hace siglos y de donde salió la mitad de este símbolo, que ensamblado con las tradiciones sincréticas prehispánicas tiene la fuerza y el poder suficiente, y pese a esas cosas de la fe, de cambiar algo en este país.

¿A quién le toca agarrar el estandarte de la Virgen de Guadalupe?

Sin duda que Guadalupe-Tonantzin, es más peligrosa que la izquierda mexicana.