EE.UU.— Thaddeus Daniel Pierce llegó al mundo como un hito en la historia de la medicina reproductiva: nació de un embrión que estuvo congelado durante más de 30 años, lo que lo convierte en el “bebé más viejo del mundo” en términos de origen embrionario.
La historia comenzó en 1994, cuando Linda Archerd congeló cuatro embriones tras un tratamiento de fecundación in vitro. Tres permanecieron almacenados por décadas hasta que, gracias a la agencia Nightlight Christian Adoptions, fueron adoptados por Lindsey y Tim Pierce, una pareja con dificultades para concebir.
Este caso evidencia los impresionantes avances de la criopreservación embrionaria. El embrión fue congelado en la fase de blastocisto mediante vitrificación, una técnica que permite su conservación indefinida a -196°C en nitrógeno líquido, sin envejecimiento ni deterioro celular.
Aunque no existe un “vencimiento” para los embriones congelados, su viabilidad depende de factores como la calidad inicial del embrión, las condiciones de almacenamiento y el protocolo de descongelación.
Más allá del logro científico, el nacimiento de Thaddeus plantea dilemas éticos y legales: ¿cuánto tiempo es razonable conservar un embrión? ¿Qué implicaciones tiene nacer décadas después de ser concebido? La ciencia avanza, pero también exige nuevas reflexiones sobre el futuro de la reproducción humana.