En el mejor clima. Por Elino Villanueva
El desastre provocado en Acapulco por el huracán Otis hizo aflorar toda una serie de asuntos mucho más graves que los daños en la infraestructura hotelera, en servicios, instalaciones comunes y, por supuesto, en los hogares. Ni qué decir de la pérdida de vidas humanas, de familiares a quienes la fuerza del huracán les quitó la vida. Los daños materiales pueden repararse, pero las vidas de las personas, nunca.
No alcanzarían varias entregas para enlistar todos los temas preocupantes expuestos por la tragedia, por eso, vamos a referirnos al alcance de la gravísima crisis de valores en la sociedad, en las familias. El que los ladrones cobijados en la anonimidad de la rapiña se llevaran hasta los maniquíes de las tiendas, los anaqueles mismos, revelan el nivel de degradación al que hemos llegado.
¿Qué le dirá un padre, una madre, un familiar mayor, a un muchacho que llega a casa cargando un artículo, un producto o un mueble, cuyo origen no puede explicar? Se prestó a un robo colectivo, a un saqueo. Tal vez sea entendible que una población afectada por una emergencia lleve su situación al extremo de robar, sin que parezca justificación, el hecho de sustraer alimentos de la canasta básica.
Robar arroz, frijoles, azúcar, lácteos, comida, hubiera sido entendible, pero cargar con las cortinas, los electrodomésticos, las botellas de vino, las cervezas, los productos secundarios, y en el colmo de la barbarie, de la salvajada, despojar de sus mercancías a las tienditas, a negocios modestos, por ejemplo, los puestos familiares asentados al lado de las carreteras, es inadmisible, abominable, despreciable.
Robarse, como se ha dado cuenta en El Sol de Chilpancingo, hasta las pulpas de tamarindo y las cocadas de los expendios ubicados a la salida de Acapulco sobre todo hacia el norte, hacia Chilpancingo y la ciudad de México, ¿en qué ayuda a la recuperación de la emergencia, del desastre? ¿Qué se resolvió con hurtar las mercancías de la gente que no tiene otra opción para vivir más que el ingreso que le generan esos productos en venta a los turistas de paso?
Un gran tema expuesto por la tragedia de Otis en nuestro histórico y glorioso puerto de Acapulco es, así, el nivel de descomposición social al que hemos llegado. ¿Qué estamos haciendo los padres de las generaciones actuales para inculcar en nuestros hijos el respeto por los demás, la responsabilidad colectiva, desde lo individual, para construir y disfrutar entre todos de un mundo mejor, más empático, generoso, solidario, y sobre todo un mejor planeta?
¿Se requiere la ayuda urgente para quienes resintieron daños en Acapulco, y que esa ayuda sea bien organizada y mejor dirigida? Sí, por supuesto, nadie en su sano juicio se atrevería a contradecirlo. Pero también se necesitarían muchos espejos para que todos, desde nuestra individualidad, nos miráramos en el reflejo y viéramos lo que hemos hecho por nuestra sociedad, por el mundo, por todos. Sí, pues.