Javier Cadena
Sin lugar a dudas el tema de la migración es uno de los más álgidos que existen en México y en el mundo entero, y se ha agudizado en los tiempos actuales debido, entre otros factores, a la política que el presidente Trump quiere imponer para su país y que, seamos sinceros, nos afecta directamente.
Además, pareciera que al presidente de Estados Unidos se le han olvidado dos aspectos de suma relevancia: que su país está lleno de inmigrantes; y que una gran parte de su territorio antes fue mexicano…, y para algunos, lo sigue siendo como lo plantea la doctora Elisa Cuevas en su libro “Pérdida de Texas: la versión no contada (1825-1835)”, publicado por Rosa María Porrúa el año pasado.
Y después de leerlo uno llega a dos conclusiones: que Texas es territorio mexicano, por lo cual los ilegales son los angloestadounidenses que ahí viven; y que Antonio López de Santa Anna no vendió Texas por 15 millones de dólares –como todo el mundo cree-, sino que simplemente oficializó, la situación ya existente en aquel entonces.
“Pérdida de Texas” es un pequeño gran libro porque su autora no tuvo la necesidad de escribir toda una enciclopedia compuesta por infinidad de páginas para mostrar con erudición y pasión la invasión de Texas por parte de los angloamericanos, aún antes de la firma del “Tratado de Guadalupe Hidalgo”, el 2 de febrero de 1848, mediante el cual se formalizó la pérdida de casi la mitad del territorio mexicano de ese entonces a favor de Estados Unidos.
Asimismo, en pocas páginas desarrolla uno de los temas que aún hoy en día hieren la sensibilidad de muchos mexicanos: la actitud de Antonio López de Santa Anna ante este hecho, misma que para estos mexicanos fue una traición para con la patria, perpetrada cuando precisamente apenas se estaba construyendo la patria.
Y la autora lo aborda con una perspectiva que le permite decir que toda “la historia que se escribe a partir de las campañas por recuperar Texas, la aprehensión de Santa Anna, su captura y la firma de los Tratados de Velasco, así como la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, no son más que un corolario de lo que se fijó y fue definitivo durante las décadas 20 y 30 del siglo XIX en que el territorio norte fue tomado de facto por los estadounidenses”.
Y a renglón seguido, la doctora Cuevas pone entre paréntesis unas líneas que, con un poco de conciencia, se tendrían que valorar en su justa dimensión y, por lo mismo, convertirse en el inicio de un debate que redunde en acciones orientadas a corregir lo descrito.
La socióloga anota: “… los angloestadounidenses (quienes desde entonces son los ilegales establecidos en las tierras que pertenecían a los pobladores originarios y que los filibusteros angloestadounidenses les robaron –a quienes hoy califican, desacertadamente como ‘ilegales’ cuando los dueños originarios de esas tierras son los mexicanos)”.
Sobre la actuación de este “caudillo de caudillos”, como Enrique Krauze lo llama, Elisa Cuevas dice en las últimas líneas de su texto: “Es por eso que sostenemos que la figura de Antonio López de Santa Anna tiene que dejar de usarse como una figura oprobiosa para reducir la explicación de la aprobación ilegal e ilegítima de los angloestadounidenses, porque con ese uso sólo aminoramos y legitimamos el acto invasor de EEUU”.
Duras pero certeras estas palabras, mismas que permiten afirmar que este libro se diferencia de todos aquellos que están de moda y que pretenden rescatar con añoranza añeja y conservadora, los dos imperios mexicanos y el porfiriato –con sus personajes y momentos incluidos-, en que en ningún instante intentó exculpar a este “seductor de la patria”, como lo describe Enrique Serna, de sus errores, ni mucho menos transformarlo de ser humano de carne y hueso, a uno cercano a los dioses y al que se debe adorar y revivir.
Por lo demás, su lectura no es complicada y se disfruta mucho porque está escrito con un lenguaje que hasta provoca creer que la autora está sentada a un lado platicando lo que narra, así que sin duda alguna hay que consultarlo.
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