Javier Cadena Cárdenas
Llega el mes de mayo, y con él, año con año, hacen acto de presencia las celebraciones del Día del Trabajo, del Día de la Santa Cruz, de la Batalla de Puebla, del Día de las Madres, del Día del Maestro, y todas tienen un origen, un desarrollo, una consolidación, y así hasta convertirse en una tradición.
El escritor argentino César Aira, en su libro “El cerebro musical”, escribió que “las tradiciones no pueden extraerse de las sociedades que las crearon”, y eso es cierto, tan lo es que, por ejemplo, la celebración del Día de las Madres es el fiel reflejo de la sociedad mexicana que hace casi un siglo lo instituyó, y que su principal característica, por cierto, era la contradicción existente entre sus integrantes, tal como sucede hoy en día.
Respecto al Día de la las Madres, en 1982 la antropóloga Marta Acevedo se cuestionó si sería ocioso investigar cómo surgió esa celebración, y por fortuna se dio cuenta que dicha interrogante no era nada banal, que al contrario, que el conocer cómo se dio el origen de tan importante fiesta nacional ayudaría mucho a entender, entre otros puntos, lo comercializada que ya estaba hace casi cuatro décadas.
De entrada, la investigadora descubre que esa casi inocente fiesta escolar y familiar que se realizaba, en un principio, con un festival y con regalos hechos en clase, tiene, en su origen, mucha relación con los movimientos sociales que se dieron en Yucatán a principios de los años veinte del siglo pasado.
En su importante libro titulado “El 10 de mayo” —publicado por la Secretaría de Educación Pública y Martín Casillas Editores—, Acevedo comparte el hecho que provocó la iniciativa de realizar esta celebración: el arribo de Felipe Carrillo Puerto a la gubernatura de ese estado del sureste mexicano el 1 de febrero de 1922.
Y es que con el nuevo gobernador hicieron acto de presencia las ideas progresistas y de reforma a favor del divorcio, del combate al sectarismo de la iglesia, del impulso a las ligas feministas, y de la promulgación leyes inquilinarias, para la educación y el trabajo.
Estas acciones, aunadas la publicación y difusión del folleto “Regulación de la natalidad o brújula del hogar”, en el que Margarita Sanger describe métodos anticonceptivos, encendieron la ira de los sectores más conservadores locales y del país entero.
Así, y para contrarrestar esta “campaña suicida y criminal en contra de la maternidad”, como en ese entonces la calificó el periódico Excélsior, el director de este diario propuso que al igual que en Estados Unidos, México dedicara el 10 de mayo “a enaltecer a la madre, a hacer un monumento de amor y de ternura a la que nos dio el ser, a manifestar en una palabra que todas las infinitas ansiedades de que es capaz el corazón de la mujer cuando se trata de los hijos, sean valorados por estos”.
Esta iniciativa de Rafael Alducin recibió inmediato apoyo de José Vasconcelos, flamante secretario de Educación, de la iglesia católica, de las aristocráticas damas de la Cruz Roja, de las cámaras de comercio del país, así como de las divas Lupe Inclán y Celia Montalván, por lo que el miércoles 10 de mayo de 1922 los mexicanos celebraron por primera vez el Día de las Madres.
Con esto, dice Marta Acevedo, “el diario de la vida nacional invierte el papel que el socialismo del sureste del país proponía a las mujeres. De un papel activo, de hablar de ellas, de proponer y participar, se pasa a que los hijos hablen de ellas, se consagra su pasividad y sus atributos congénitos. De definir ellas lo que anhelan, se dispone lo que ellas quieren y necesitan. Pasividad de las mujeres es productiva en términos sociales, es el amortiguador que absorbe los golpes que el trabajador recibe fuera. La sociedad capitalista no iba a renunciar a esto”.
Y sí, los conservadores y los comerciantes no iban a renunciar a sus privilegios, ni lo iban a hacer hace casi un siglo, ni lo harán hoy en día, por lo que se antoja preguntar cuántas planchas se regalarán este año a fin de hacer gala y alarde del afecto que le tenemos a nuestra progenitora.
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