RAÚL SALGADO L.
En el pasado proceso electoral de 2018 las diferentes fuerzas políticas aglutinadas en los partidos políticos sufrieron un contundente golpe ciudadano que los ha colocado en una severa crisis de representatividad y de credibilidad ciudadana.
Los ciudadanos carecieron de alternativas, prácticamente no tuvieron opciones confiables que los condujeran hacia una vía que les despertara confianza y esperanzadora oportunidad para cambiar las graves condiciones sociales, políticas y económicas que se han producido de manera progresiva en el país en los últimos años.
El deterioro crítico de nuestras riquezas y de las diversas fuentes de sustentación nacional, han estado sucumbiendo ante la voracidad, desenfrenada ambición y los descomunales y ofensivos actos de corrupción e impunidad.
La pobreza y la marginación se han acentuado, el desempleo y los bajos salarios han colocado millones de mexicanos en la desesperación y la angustia.
La ausencia de calidad en la prestación de los servicios de salud, educación, y otros, así como el bajo nivel de compromiso de los municipios que se encuentran, mucho de ellos, en fase de agotamiento, ante la falta de recursos y alarmante nivel de endeudamiento, ocasionando una severa crisis social, mantiene al pueblo en un alto grado de escepticismo y desesperación, ante la falta de respuesta a sus demandas.
Razones suficientes hay para señalar que los resultados electorales recientes fueron un vergonzosao rechazo a los partidos políticos históricos, lo que permitió se abriera una nueva página inédita en la historia política del país.
El acumulamiento de errores, abusos, excesos, desórdenes, aislamiento, indiferencia, pasividad, simulación y corruptelas dieron oportunidad a ambientes favorables para que la violencia, la criminalidad, la corrupción y la impunidad hoy sean pesadas losas para el desarrollo de la sociedad mexicana, y la gran preocupación de los gobernantes en turno.
Reitero: razones suficientes dieron paso, quizá, a la única oferta electoral que enarbolaba banderas de todo aquello que tenía fastidiada a la sociedad entera.
Desde luego que la democracia no puede concebirse como tal, sin la presencia de contrapesos, sin la participación de fuerzas políticas responsables, acreditadas de autoridad moral, de buena fama pública y de una fuerte dosis de sangre nueva y purificada.
No pueden acreditarse con credibilidad motores nuevos con carrocería vieja y hojalateada, o bien de motores viejos con estuches corroídos. La sociedad reclama alta confiabilidad en los políticos, con virtudes y condiciones de alta eficiencia.
Hoy los órganos electorales deben actuar con mayor rigor, rechazar aquellos que han encontrado en su aspiración de ser partido político, únicamente para medrar cínicamente de los presupuestos y simular credibilidad popular.
Inadmisible es que “partiditos” que fueron al proceso electoral reciente no sólo malgastaron el dinero público que se les asignó, sino que varios de ellos dejaron millones de pesos en deudas y compromisos difíciles de solventar.
Hoy la sociedad reclama tener cuidado en las propuestas de quienes pretenden conformar nuevos partidos políticos y lanza serias recomendaciones para requerir que candidatos a puestos de elección popular y dirigencias de partido, se vean sometidos a un verdadero escrutinio público.
Es necesario que todos actuemos con honradez y disciplina, que coadyuvemos con quienes la ciudadanía eligió para dirigir los destinos del Estado y busquemos entre todos que nuestra sociedad merezca un mejor destino.
En las condiciones actuales, como observamos a los partidos políticos, habríamos que considerar que si el señor Presidente mantiene con firmeza y cumple las promesas planteadas a la ciudadanía, el destino de los organismos políticos históricos, que hoy no tienen nada o muy poco para ser competitivos, sea el limbo. Si mejora la economía, si hay bienestar para todos, si hay satisfacción ciudadana, ocurriría lo mismo.
No quisiéramos apostar para que al señor Presidente le salgan mal las cosas; pero si eso ocurriera, habría condiciones para participar dignamente, bajo la exigencia de que la recomposición de fuerzas políticas es una fundamental condición para encaminarnos hacia una auténtica democracia.