Alejandro Mendoza

Hablar de política, es hablar de la lucha por el poder. Al menos así la concibe en la visión inmediatista los líderes de los partidos políticos en funciones en su gran mayoría. De hecho, la práctica del ejercicio del gobierno viene antecedidos por la práctica política en los partidos.
En este escenario se puede comprender la tensa relación política entre el gobernador Héctor Astudillo Flores y el delegado único del gobierno federal en Guerrero, Pablo Amílcar Sandoval. Pero se tiene que ir más a fondo para comprender la esencia de la conflictividad.
Mucha de la desconfianza reinante entre el colectivo popular ha sido ganada a pulso: la práctica política hunde sus raíces en la corrupción y las prácticas autoritarias de muchas de las organizaciones políticas existentes. Pero en ese proceso también ha sido determinante la entronización de un discurso populista que describe al partido como un agente patológico de la democracia y la encarnación de todas sus miserias.
Coincido con la postura del analista político Kevin Casas, publicada en el diario New York Times, en su artículo El espejismo antipartidario: Por años se ha aplicado a nuestras democracias el supuesto bálsamo de personalizar la representación, pese a que no hay
evidencia alguna de que ello haya robustecido la legitimidad de las instituciones. A partir de la década de los ochenta, trece de los dieciocho países de América Latina han introducido alguna modalidad de lista abierta, voto preferencial o candidaturas independientes.
En tal sentido, el apoyo a la democracia en la región, así como la satisfacción con ella, son hoy considerablemente más bajos que hace dos décadas, como lo son también los niveles de confianza en partidos políticos, congresos, gobiernos, poderes judiciales e instituciones electorales. Donde se han aplicado, esas reformas han dejado una larga estela de raquitismo partidario e ingobernabilidad. Eso no se puede ocultar ni negar.
Queda claro que en un mundo de organizaciones políticas débiles y vagas ideológicamente, la vida política es, para usar la expresión de Hobbes, “desagradable, brutal y corta”. Desprovista de organizaciones políticas capaces de intermediar entre gobierno y sociedad y de agregar intereses sociales diversos, la democracia acaba por ser una descarnada disputa entre grupos de presión, que deshilacha el interés nacional y privilegia a los más organizados y mejor dotados de recursos. En ese juego corporativizado los pobres siempre pierden.
La debilidad de los partidos es uno de los problemas más serios de la democracia en México, en Guerrero y en Chilpancingo. Negarse a enfrentarlo es resignarse a tener una política balcanizada, volátil, caudillista y, por ello mismo, nefasta. Una política que engendra todos los monstruos que la democracia debe liquidar de una vez por todas.
Es cierto que la política sin partidos fuertes es el reino de los caudillos, los improvisados y los empresarios con ambición de poder político.
En este contexto se puede entender que el Instituto Nacional Electoral (INE) recibió hasta la fecha 30 solicitudes de organizaciones pidiendo oficialmente su registro como partidos políticos nacionales. Sin embargo, es necesario diseñar reglas electorales que eviten la imparable fragmentación del sistema de partidos, que condena a la disfuncionalidad y a la corrupción a un país como México.
También valdría la pena considerar que el financiamiento de los partidos debe utilizarse para sufragar menos activismo electoral y más tareas permanentes, particularmente de formación, educación y promoción de liderazgos. Y, por supuesto, hay que ser irreductible en exigir mayor transparencia, democracia interna y representación de grupos vulnerables en los partidos.
El debilitamiento de los partidos y su sustitución por andamiajes personales y transitorios es una ruta con pocas victorias para la democracia. Y cómo dice Casas, América Latina no necesita sustituir a los partidos; lo que necesita urgentemente es fortalecerlos y hacerlos más democráticos. Eso hace falta en México y, principalmente, en Guerrero.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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