* Centralismo, la fórmula de Pablo Amílcar
* Congreso, sometido al capricho del poder
* Asoma una rebelión, ante vacío de liderazgo
Jorge VALDEZ REYCEN
Error de cálculo. Ausencia de control o vacío de liderazgo. Un asfixiante centralismo inusual. Falta de diálogo incluyente, que sustituye con imposiciones verticales. Tales posibilidades podrían ser la causa de una crisis interna en la fracción mayoritaria del Congreso del Estado, cuya autoría se atribuye al efímero presidente de la Junta de Coordinación Política que no cuidó su transición al nuevo cargo de “Superdelegado”.
Parecía que todo sería terso, “planchado”, cabildeado, pero la irrupción de porras, músculo, vocerío y gritos propició desde las curules de Morena una inquietante reacción de desaprobación y molestia. La presentación de Luis Enrique Ríos Saucedo como el relevo de Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros –quien no cuidó las formas, al descuidarse su presencia que se interpreta como intromisión por sus propios compañeros de fracción— provocó airadas protestas y enfados, frente a lo que llaman el ejercicio vertical de un centralismo del poder.
Hasta la última semana de noviembre, la mayoría de los diputados morenistas habían declinado ante periodistas sus aspiraciones por asumir el liderazgo de su fracción y automáticamente la Presidencia de la JUCOPO. La prensa interpretó a su manera que el meollo del diferendo no tenía motivaciones de índole político, sino de control financiero. Craso error. En este caso no hay división ni pugna entre el poder político y los recursos: ambos los ejerce una sola persona.
La rebelión alcanzó niveles francamente inocultables y notorios cuando Ríos Saucedo se presentó como el ungido y desplazó a quienes no leyeron los signos enviados por Pablo Sandoval. Tres grupos se asumieron inconformes con el desaseado relevo y la parafernalia del viejo priísmo utilizada desde la gayola. Desoyeron o no entendieron lo que Pablo Sandoval sugería, perfilaba, construía: la entronización de un operador suyo, blindado a las tentaciones y voluntarismos propios del poder.
Uno de ellos, como cabeza visible, de Servando de Jesús Salgado Guzmán, quien intentó un madruguete mediático fallido. Otro, el más “compacto”, donde Mariana García Guillén y Moisés Reyes Sandoval clamaban lealtad y unidad con Pablo Amílcar. Y el otro los tres legisladores arrinconados, segregados y marginados quienes ya amenazaron con abandonar Morena y declararse independientes.
Ese error de cálculo, de suponer que su grupo sería irrompible, leal, quedó evidenciado a las 24 horas de haber pedido licencia al Congreso. También con ello, el liderazgo que no concluyó de fraguar, por la premura de tan solo tres meses. El asfixiante centralismo, inusual en estos tiempos donde las lealtades palidecen ante ambiciones personales, vino a exhibir la peor de las debilidades de personajes sin experiencia alguna en el campo de la política simple.
El propio Sandoval atestiguó en el salón de sesiones la fragilidad de cada uno de sus compañeros que estaban a un paso de la histeria, porque no sabían captar y comprender señales subliminales, ni mensajes indirectos. No se les da, punto.
Ese fue un episodio bochornoso, deplorable, que puso en evidencia la novatez e inexperiencia de un grupo que, al mismo tiempo, exhibió a su excoordinador. Y ese error de cálculo es lo que perdió un supuesto control que se sabía tenía. Vendrán los regaños, los reclamos, con las disculpas y perdones… pero el daño está hecho.
Luis Enrique Ríos Saucedo tendrá sin duda la legitimidad y apoyo de su jefe Pablo Sandoval, pero no del todo gozará de la confianza de esos tres grupos divididos. Un liderazgo cuestionado, que nació producto de una discordia, encono y ambiciones humanas desbordadas. La política es así…
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.
