RAÚL SALGADO L.

Nuestra entidad, Guerrero, cuenta con una considerable población Indígena que se localiza particularmente en la parte sureste del estado una región con una singular complejidad lingüística, geográfica y social. Podría considerarse como la región con mayor rezago económico y social, y con altos índices de marginación. Es, por así decirlo, el área más pobre y olvidada del estado.
La lengua de mayor predominio es la náhuatl con el 35.9%, posteriormente la mixteca con 28.7%, la tlapaneca con 24.6% y la amuzga con el 9.5% de la población que se calcula en aproximadamente 357 mil indígenas.
Es incuestionable que la Educación es el factor determinante en el desarrollo y destino de los pueblos; sin embargo, la complejidad de la lengua ha sido un factor importante para impulsar una adecuada prestación del servicio. La ausencia de proyectos serios, específicos e integrales ha dejado en evidencia la escasa efectividad de los esfuerzos emprendidos durante varias décadas.
La educación en la Montaña de Guerrero sigue siendo hasta nuestros días una pesada deuda que no sólo ha postergado a esa región, sino que retrasa en buena medida el desarrollo del estado. De las 7,071 personas que ofrecen el servicio docente, 4,770 están en las áreas de preescolar y primaria y de ellas sólo el 60% cuentan mayoritariamente con bachillerato y unos cuantos con pasantía de profesor.
De 990 escuelas de primaria indígena, el 60% son unitarias, bidocentes y tridocentes y son muy escasas las de organización completa.
Las instituciones formadoras de docentes, lamentablemente, no educan para este contexto, con excepción de la Escuela Normal creada en la ciudad de Tlapa, la que a pesar de que fue concebida con ese propósito, es el momento que no  ha logrado cumplir con las expectativas esperadas.
De las 1,914 escuelas secundarias existentes en esa zona, la gran mayoría no tiene el enfoque indígena, además de que muchos de los docentes asignados a cada asignatura carecen de los perfiles adecuados y no responden a las condiciones elementales de adaptabilidad. Este esquema ha permanecido casi inalterado durante muchos años y han sido innumerables los apoyos económicos para impulsar la educación indigenista, pero tal parece que el escenario de entonces casi en nada ha cambiado la vida de los habitantes de la región.
Esta breve reflexión reclama con urgencia la atención de todos, particularmente de quienes hemos tenido la oportunidad de salir adelante y no permitir que siga existiendo esta lamentable situación. El reclamo debe ser legítimo de quienes se han quedado por años en el olvido y en el rezago.
La educación de los indígenas debe ser un asunto de seguridad nacional. Urge el replanteamiento global de la delicada problemática de los pueblos originarios. Es impostergable que a este importante núcleo de población se le garantice una educación de primera y deben redoblarse esfuerzos para rescatarlo de la postración social. Ya no es posible que sigan recibiendo una educación de nula calidad, como si fueran mexicanos de segunda.
¡El reto no puede esperar!