Alejandro Mendoza

El tiempo que se vive exige de liderazgos fuertes y comprometidos con el bienestar de los demás. En todas las áreas de la sociedad urgen de personas que realmente sientan y tengan el deseo ferviente de que las cosas cambien para bien. Los resultados electorales del pasado 1 de julio indican el camino de la transformación verdadera en todos los rincones de la sociedad.
Más allá de quedarse anclados en los intereses de los poderes fácticos, económicos, de los partidos políticos y del gobierno mismo, se requiere de ir al fondo del asunto. Nadie puede negar que hacen falta hombres y mujeres que vean más allá de bienestar común, personal o grupal.
Comparto la idea que un liderazgo bueno y fuerte es lo que más necesita el mundo de hoy. También es cierto que a donde quiera que miramos, desde nuestros gobiernos, partidos políticos, hasta los negocios, colonias y hogares, se pueden constatar los devastadores resultados de la inestabilidad, a indecisión y la corrupción.
No se trata de pensar en dirigentes que viven de la necesidad de los demás o que se enriquecen a costa de quienes dirige. No se trata de hablar de los dirigentes corruptos, dinereros, cochuperos y todos los calificativos que usted quiera agregar. No se trata de los dirigentes que buscan el beneficio propio.
A lo largo de toda la historia, e incluso en el mundo actual, la mayoría de los problemas se remontan a la falta de líderes competentes. El mundo necesita líderes preparados. Los beneficios de un liderazgo bueno y sólido se reflejan en el orden que se establece, cuando no es así, se genera el caos.
Incluso cuando un gobernante es entendido en cuanto a su rol y responsabilidad más allá de los intereses que puedan existir, el orden se mantiene. Las naciones, las familias, los negocios y todo proyecto, sólo son fuertes y permanecen cuando hay un buen liderazgo.
Hoy más que nunca se requiere de líderes sensatos y honrados para que haya estabilidad. En medio de tanta conmoción y cambios repentinos que hoy vivimos, como ocurre con la nueva geografía política en el país, estado y municipio, la estabilidad ha de ser el puntal que nos permita sobrevivir como sociedad.
La estabilidad sólo se podrá hallar por medio de liderazgos buenos y firmes. En la pirámide del liderazgo se produce estabilidad cuando aumenta el número de líderes de igual forma que las tareas correspondientes. Si las tareas exceden al número de líderes, la pirámide se derrumba. Y eso fue lo que ocurrió a los partidos políticos, PRI, PAN, PRD y a los demás, los cuales algunos hasta su registro perdieron.
Lo cierto es que nada sucede hasta que alguien proporcione liderazgo, como fue el caso de Andrés Manuel López Obrador al arrasar en las urnas. Es una ley de la vida. La historia lo demuestra. Mientras no apareció un hombre llamado Martin Luther King y dijo: “Tengo un sueño”, el movimiento de Derechos Civiles de Estados Unidos no era nada. El programa espacial de la NASA casi no existía hasta que el presidente John F. Kennedy dijo: “Vamos a poner un hombre en la luna antes que termine una década”. De igual forma, nada pasaba con el sistema de partidos políticos en México, hasta que AMLO formó su Morena y dijo: “Vamos a hacer la cuarta transformación”.
Cuando en tu familia hay problemas, no sucede nada hasta que alguien asume el liderazgo y dice: “vamos a hacer algo al respecto”. En resumen, todo se edifica o se derrumba según sea el liderazgo. Donde no hay líderes, la gente hace lo que mejor le parece. Y la consecuencia de esto es la inestabilidad.
Sea como sea, el liderazgo es influencia, para bien o para mal. Y en el contexto que se vive en el país, en el estado y el municipio, en todas las áreas de la sociedad, pero principalmente en la perspectiva político-social, en un escenario idóneo para el surgimiento de líderes que puedan llevar a mejores escenarios a la presente y siguiente generación.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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