Roberto Ramírez Bravo

El partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) vive en Guerrero un momento inédito en sus tres años de vida: se ha convertido en lo que parece ser la principal fuerza política en el estado, al menos, la única en crecimiento, después de que apenas hace tres años no tuvo ninguna posibilidad de competir por la gubernatura, y en el municipio más importante, donde se concentra un tercio de la población votante, Acapulco, no tuvo ni siquiera candidato.
Es un salto cuantitativo y cualitativo muy importante que, sin embargo, solo se puede ver en encuestas, porque hasta ahora no se ha reflejado en ninguna elección. Su prueba de fuego será en la jornada del 1 de julio próximo.
Ese crecimiento inusitado se debe básicamente a algunos elementos, como el crecimiento de su candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, y en lo local, se debe también a la crisis que se anotó el PRD al llevar como su candidato presidencial a un panista heredero de la ultraderecha en México. Esos dos asuntos provocaron dos socavones importantes en el principal bastión de izquierda en la entidad, pero no fueron los únicos, porque luego el reparto de candidaturas en el PRD volvió a provocar otros socavones, que beneficiaron por una parte al PRI, y por muchas partes a Morena.
Ayuda a Morena la reubicación de los votantes no partidistas, que en Guerrero han simpatizado con la izquierda y que siempre habían votado por el PRD. Esas personas es lógico que no estarán con el sol azteca esta vez, pues, libremente, sin la coacción de la militancia, no encaja dentro de su esquema votar por un candidato del llamado PRIAN. Si se recuerda, el concepto PRIAN –la alianza fáctica del PRI y del PAN para imponer las tesis del neoliberalismo— se creó desde el PRD, es decir, desde la izquierda. Por eso ahora se habla del PRIANRD y eso, finalmente, beneficia a Morena.
En Guerrero, Morena ha tenido dirigencias caóticas desde que nació como partido político. Primero, fue César Núñez Ramos el dirigente. Era un tiempo de participación testimonial, que no arañaba ni tantito al PRD ni al PRI, por eso nadie reflexionó en el autoritarismo que caracterizaba a su dirigente. Luego vino Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros, de quien lo único que se pudo notar, es que mantenía un jaloneo constante con su antecesor. Sandoval ejerció la fuerza de la autoridad que le confería el CEN e impulsó su propio estilo, pero como se pasaba la mayor parte del tiempo en la Ciudad de México, los grupos locales, encabezados por César Núñez, se fueron reorganizando. Así se crearon tres grandes bloques, encabezados por Núñez uno, otro por el secretario general Marcial Rodríguez Saldaña, quien prácticamente había sido vetado porque tras ser destituido en el cargo, peleó y ganó en tribunales su restitución. El tercer grupo es el de Sandoval.
Luego surgió una alianza interna, entre Marcial y César, y un agregado: Rubén Cayetano. Este bloque se conoció como Maceca, que después se mantendría frente al de Pablo Amílcar.
Pero el dirigente estatal y su equipo fueron perdiendo poco a poco las batallas. Marcial Rodríguez, vetado como estaba, empezó a crecer. El bloque Maceca operó el cambio de género en los principales municipios del estado –donde iban varones como candidatos— y el grupo de Pablo Amílcar no fue capaz de revertirlo aunque hizo todo tipo de alianzas para ello, impulsando lo mismo a Javier Solorio en el PT que al PES.
El jaloneo llegó a tal nivel que en su visita a la Convención Bancaria, Andrés Manuel López Obrador regañó en público tanto a César Núñez como a Pablo Sandoval y les exigió ponerse de acuerdo. Esto hicieron ambos, pero para ello hicieron a un lado a Rodríguez Saldaña.
Así quedaron fuera todos los marcialistas, empezando por Micaela Cabañas, la hija de Lucio Cabañas; por Ángeles Santiago Dionisio, hermana de Octaviano Santiago; Carlos Manríquez, secretario de Organización, y Silvestre Arizmendi, ex secretario de Comunicación del comité estatal; y quedó fuera el Frente Progresista Guerrerense, uno de los principales activos en la causa morenista. Quedaron fuera Eloy Cisneros, Isaías Arellano, y hasta este martes se hablaba de la sustitución de Rodrigo Ramírez Justo y Leticia Castro Ortiz, por Javier Solorio y Alba Patricia Batani, en las dos sindicaturas de Acapulco, y varios otros.
En cambio, lograron cabida con todo e impugnaciones, por supuestas irregularidades, los familiares de César Núñez, como Dante Ríos en Coyuca de Benítez, quien no estaba inscrito en el proceso interno; Arturo Martínez Núñez, a diputado local en Atoyac, a pesar de tener una impugnación en curso; y Pablo Amílcar fue incluido como diputado local plurinominal en la tercera posición, desplazando de ahí a Eloy Cisneros.
Eso recuerda al PAN de los años 90, cuando era dirigido por Enrique Caballero Peraza, quien tenía en los cargos a casi todos sus familiares –él diputado federal, su esposa diputada local, su hermano regidor, su cuñada regidora, e igual con los familiares de un pequeño clan—. Le llamaban “la familia feliz”, era el PAN y eran los 90. Caballero definía así a las protestas en su contra: es la crisis del crecimiento; el PAN no era nada y ahora logra posiciones y todos se pelean.
Quizá Morena vive su propia crisis de crecimiento, incluida la postulación de familiares de los dirigentes, la exclusión de luchadores sociales, incluidas las zancadillas y los golpes bajos. Pero es innegable un hecho: está en su mejor oportunidad.
Una visión pequeñita permitiría a los líderes seguir peleándose los cargos y olvidarse de que ya está la campaña presidencial y por el Congreso federal, y están en puerta las elecciones locales. Ese es un buen camino si lo que se busca es perder. Pero si de veras se piensa en la transformación de este país, los líderes tendrían que comportarse con esa estatura, y eso incluye a las candidatas y candidatos ya definidos. No se trata de ver por la próxima elección, aunque así lo parezca; lo que está en juego es la próxima generación.