* La vorágine electoral se desata a galope
* Sin estridencias, Astudillo inicia relevos
* ¿Cuáles son los motivos del pacto, Obispo?

Jorge VALDEZ REYCEN

Las elecciones concurrentes (federales y estatales) de este 2018 serán las más vigiladas, cruciales y determinantes para el futuro. Entramos al umbral de una vorágine electoral formal de los 90 días en busca del voto. Lo que ocurra hasta el 1º de julio será el ejercicio real de acierto-error entre los candidatos de las coaliciones partidistas y una independiente.
Guerrero abona a este terreno preelectoral una estela de violencia con pérdidas de vidas que hacen como nunca un ominoso sendero en la conquista por el sufragio libre. No es poca monta lo que debe representar para quienes aspiren a cargos de elección popular comprender que está en juego la permanencia de instituciones, un orden legal y la legitimidad de autoridades electas por decisión popular.
Ya, de por sí, predomina la percepción de que en municipios dominados por delitos de alto impacto social se han suplantado y usurpado funciones sustantivas de la autoridad constituida por mandato del pueblo, vía el voto libre. Y en lo sucesivo no se puede tolerar o simular que la fiesta cívica electoral sea un mero trámite para que todo prevalezca y los relevos de mujeres, hombres y jóvenes sean solamente un requisito.
Lo que permea no es si el PRI pierde o gana Morena. Lo real es que se juega la permanencia de instituciones que han sufrido un vergonzoso desgaste en su credibilidad y confianza: la procuración y la impartición de justicia. El imparable fenómeno de la corrupción y la ausencia de instituciones que lo combatan eficazmente. El desafío de los grupos criminales ligados al narcotráfico, pero que en delitos como secuestro, extorsión, robo de vehículos, trata de personas y feminicidios han colocado al Estado mexicano en alerta y evidenciado la impreparación e improvisación en su combate.
¿A quiénes van a gobernar los que ganen? A víctimas de delitos. A familias truncadas, disgregadas, desplazadas por una violencia irracional que no se explica: ¿es por odio, por ambición económica o por el poder político?
Es la vorágine electoral llena de confusiones, distractores y “espotiza” aturdidora que nada dice.
En Guerrero, sin estridencias, Héctor Astudillo Flores recompone el mapeo del organigrama de la administración pública. Fiel a su costumbre, buscará los enroques y perfiles sin entrar en confusiones. Muy similar al estilo de José Francisco Ruiz Massieu, pero con cuadros guerrerenses, la diferencia.
Astudillo seguramente leyó con sobresalto y franco enojo las noticias insólitas, inéditas, protagonizadas por el señor Obispo de la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza. Pero no sólo el jefe de las instituciones políticas quedó realmente indignado, sino un amplio sector social, por la simple razón de que jamás, nunca antes, un alto prelado del Episcopado Mexicano había ido más allá de los linderos de la ley y la Constitución General de la República para pactar un alto a la violencia con capos del narcotráfico.
¡¡Es para Ripley!!
Salvador Rangel Mendoza ya se convirtió en un factor de inestabilidad política, un riesgo a la seguridad nacional y un interlocutor de quienes han quebrado el orden legal por la comisión de ilícitos. Lo dijo así el secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, pero con otras palabras.
¿Cuáles son los motivos, obispo Rangel? Esperamos más explicaciones… antes de que lo cambien a otro estado del país. Cosa que seguro ya se pidió a la Conferencia del Episcopado Mexicano y al más alto nivel del representante del Papa Francisco. ¡Qué historia!
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.