Alejandro Mendoza
La gente deja de creer que un día las cosas pueden mejorar en todos sentidos. Un terrible sentimiento de impotencia y de conformismo se ha enraizado en el corazón de muchas personas. Nadie puede dejar de tener pensamientos negativos y llenos de incertidumbre hacia el futuro.
También se puede constatar que tal sombra de pesadumbre posa hasta a los que están en eminencia. Y no es para menos, pues el accionar de la maldad se ha empoderado de importantes espacios en la toma de decisiones.
Todo el mundo es consciente del proceso de degradación que se está sufriendo actualmente. Para algunos es una tragedia que pone al filo de algún abismo difícil de definir. Buscan las causas, pero no suelen encontrar otras que la malicia de la gente. Todo es perversión, corrupción, pérdida de valores.
En este contexto se puede afirmar que hay una predominación en la ausencia de la fe y aunque existe gente que goza de una relativa felicidad con su familia y trabajo, pero sienten que les falta algo. Es la fe perdida o quizás dormida. Y no falta quien se pregunte: ¿podré recuperar la fe perdida o dormida?
La respuesta puede ser variable y cada quien puede argumentar de acuerdo sus propias vivencias o creencias. Sin embargo, la realidad indica que la gente deja de creer en un futuro promisorio porque se pierde la fe en las personas, en las circunstancias, en las promesas, en la palabra, en los acuerdos, en general en la vida.
No se puede minimizar la acción que cometen de manera deliberada, alevosa, premeditada, personas que en su afán de lograr sus propósitos personales o de grupo pasan por encima de quien sea, a costa de lo que sea.
En todas las áreas de la sociedad y la vida se viven situaciones que pueden justificar o no la ausencia de fe hacia una vida mejor en todos sentidos. Y la falta de esperanza agrava las circunstancias de por sí adversas o terribles que se tienen que enfrentar como parte del proceso de la vida.
Es común encontrar a personas que terminan conformándose a la condición de vida que atraviesan por diversas razones, que puedan ser justificadas o no. Y mientras la vida y sus retos se imponen arbitrariamente, hay quienes no tienen la fuerza ni la templanza para salir adelante.
En todos los niveles socioeconómicos y en todas las familias hay casos de quienes dejaron de creer en la posibilidad de que las cosas mejoren o que los proyectos, sueños, anhelos, objetivos, propósitos pueden realizarse favorablemente. Dejan de creer en los amigos, en la familia, en la religión, en la política, en el gobierno, en la ideología, en la vida.
Es trágico, en este escenario, que haya personas que su fin sea arrebatar, robar, destruir o matar la fe de quienes tienen toda la intención de que la vida sea mejor. Y es claro que la intención no basta, pues se requiere de una verdadera convicción para seguir creyendo a pesar de todo.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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