* Datos sobre el pitero de los tlacololeros de Chilpancingo
Se ha hablado y se ha escrito en forma abundante sobre la danza tradicional más importante de Chilpancingo, Guerrero, La Danza de los Tlacololeros.
Hay quienes conocen los nombres de cada uno de los personajes y qué papel desempeñan en la danza, se ha comentado de quién y quiénes los ensayaban en diferentes época y en qué lugares, quiénes hacían las máscaras y los sombreros. Dónde conseguían las chaparreras, quién hacía los chirriones y cómo se fueron modificando. Y se ha aportado información con todo tipo de detalles, hasta literariamente calificar, como en su momento lo hizo el prestigiado director de teatro, el querido maestro don Carlos Rodríguez Díaz, que la multicitada danza corresponde a una Danza-Teatro, considerada así debido a los parlamentos que relataban los tlacololeros, y que se han ido dejando de hacer, hasta explicar a detalle el objetivo principal que es La caza del tigre.
Qué bueno que se hayan escritos antecedentes sumamente importantes sobre “La Danza Madre” de Chilpancingo, porque para quienes nacimos en Chilpancingo, si esa danza no existiera, no nos sentiríamos completos y viviríamos ayunos de “un algo” que nos enorgulleciera en los festejos pagano religiosos que se celebran en los barrios locales y por lo cual nos sentimos “reflejados” en cada tlacololero, ese personaje travieso, bragado, atrevido, dicharachero, brabucón, bailador incansable y “reventador” de chirrionazos al aire donde de algún modo la juventud enmascarada y ataviada con gruesos costales y portando un sombrero descomunal de soyate, demuestra su gallardía y orgullo chilpancingueño.
¡Yo Soy el Tlacololero!
Viene a cuento el contexto porque si bien es cierto que hay todo el enjambre de actividades aquí citadas y muchas más que tenemos el interés de detallar en otras entregas para enriquecer el tema, de lo que nadie –o casi nadie- se ha ocupado en investigar, revestir y destacar como parte medular de la danza es al pitero.
Imaginemos a los tlacololeros ya listos para bailar en algún festejo público. Pero, ¿Si no hay pitero que ejecute los 17 sones de que se conforma la danza, cómo lograrán su objetivo?
El génesis de los sones, a estas alturas del tiempo que ha dado algarabía al festejo en todo su existir, es muy complicado de localizar, difícil, sí, pero no imposible.
Entonces, para quien ama las raíces de su pueblo y quiere conocerlas constituye todo un reto. Reto, porque nadie que se precie de investigador ha ido en búsqueda de esos orígenes, reto porque casi no se tienen datos de los creadores musicales de los sones de los tlacololeros, reto, porque solamente nos ha interesado ver bailar a los danzantes, conocer los nombres de los personajes, etcétera, pero el pitero que es la pieza clave de lo que nos procura tanto orgullo, ha quedado prácticamente en el olvido.
Siendo niño, alguna mañana del 24 de diciembre “subí” al jardín del Barrio de San Mateo y me acerqué al lugar donde la danza estaba deleitando a la mucha concurrencia. Me llamó poderosamente la atención el pitero, me acerque a él quien vestía calzón y cotón de manta, cubierta la cabeza con un ya muy usado sombrero de palma y tenía atado al cuello un paliacate rojo. Rostro moreno, muy grave, serio, pero en su música dejaba escapar la alegría que llevaba en el corazón.
Terminaba de tocar un sonsonete y después continuaba con otro. Eran parecidos, pero cada cual tenía un encanto. El único son que conocí por su nombre fue “El Guajito”, porque ya por ahí la había escuchado a alguien cantar.
Tenía letra, una descripción campesina muy próxima a elogiar las virtudes del estropajo o el guaje, una analogía, tal vez. Era el son del guajito algo relativo a la ternura, propia para los niños. Se me quedó para siempre grabada la imagen de ese campesino alto que al terminar de tocar para los danzantes se echó un trago de mezcal que llevaba en una botella de cristal y con una manga de su camisa se quitó el líquido sobrante que quedó alrededor de su boca, y siguió tocando.
Años después, al leer las crónicas que escribió en un libro sobre la feria de Chilpancingo el apreciado doctor Rodrigo Vega Leyva supe que aquel señor se llamó don Aurelio Baltazar Aponte, El Mejor Pitero de los Tlacololeros.
Preguntando aquí y allá años después para elaborar un reportaje, me enteré que el señor al que apodaban “El Tío Guello”, había sido el personaje que me impresionó siendo niño y al que escuché con mucha atención tocarle a los tlacololeros en el jardín del barrio.
Lo primero que quise conseguir de él fue su fotografía. Pregunté a todos los viejos fotógrafos si lo habían retratado y casi nadie se ocupó de ello. Fui con los viejos periodistas a que me colaboraran con su foto, no tuve éxito. Dialogué con muchos viejos tlacololeros y tampoco nadie tuvo una fotografía del tío Guello. Entonces, me sobrevino una especie de reclamo a mí mismo del porqué quienes nos dedicamos a la información, dejamos escapar detalles tan importantes para la historia de nuestro pueblo y comencé a ahondar en la investigación del personaje.
Lo he conseguido.
Creo que este será uno de mis próximos trabajos periodísticos a publicar.
Hemos probado hasta la saciedad que a las autoridades la historia del pueblo no les interesa. Dejan pasar. Las páginas de oro de Chilpancingo, con increíble facilidad, las dejan escapar.
Tengo la firme intención de que algunos chilpancingueños le levantemos un monumento al tío Güello y que sea instalado en el jardín del Barrio de San Mateo. Un hombre que dio su vida a la Danza Madre de Chilpancingo, no debe de hundirse en el olvido.