Alejandro Mendoza
 
Honrar la palabra es un asunto que para muchas personas ya no tiene valor ni sentido. Al contrario, la gente tiene mucha desconfianza al compromiso de palabra que se pueda establecer en un arreglo o acuerdo. Y no es para menos hay infinidad de casos de personas que defraudaron la palabra empeñada.
En el pasado era un honor honrar la palabra que se comprometía entre dos o más caballeros o damas. Era un tema que se concebía como parte del prestigio o la credibilidad de la propia familia. A nadie le gustaba quedar exhibido, es más, era un asunto como de orgullo y prejuicio.
Ahora mal, en la actualidad, parece un tema pasado de moda no sólo respetar la palabra ofrecida, sino que ya no se tiene ni siquiera la mínima consideración de lo que se dice con la boca, en la mayoría de los casos. No sólo se trata de honrar la palabra dicha, sino de tener responsabilidad con lo que se dice.
En tal contexto, se puede considerar la falta de credibilidad en los gobernantes, en los políticos, en los maestros, en los clérigos, en los empresarios, en los padres de familia, en profesionistas, en los albañiles, en los comerciantes, en los burócratas, en los abogados, en los arquitectos, en los ciudadanos que ejercen alguna responsabilidad de dirigencia o liderazgo.
En cultural dominante actual en donde es fácil decir sí, aunque a veces con la mejor intención, es evidente que se ha aprendido a mentir de forma indiscriminada y con tal desfachatez que confunde; a incumplir promesas y compromisos adquiridos, menospreciando los antiguamente sagrados acuerdos; a olvidar o restarle importancia a lo comprometido o a modificarlo a conveniencia propia, expresando de esta manera irresponsabilidad y falta de integridad.
Vale la pena en este espacio recordar lo que dice Miguel Ruiz en los 4 acuerdos toltecas: Honra tus palabras, lo que sale de tu boca es lo que eres tú, si no honras tus palabras, no te estás honrando a ti mismo; y si no te honras a ti mismo, no te amas. Honrar tus palabras es ser coherente con lo que piensas y con lo que haces. Eres auténtico y te hace respetable ante los demás y ante ti mismo.
Es evidente que las palabras poseen una gran fuerza creadora, crean mundos, realidades y, sobre todo, emociones. Con las palabras se puede salvar a alguien, hacerle sentirse bien, transmitirle nuestro apoyo, nuestro amor, nuestra admiración, nuestra aceptación, pero también podemos matar su autoestima, sus esperanzas, condenarle al fracaso, aniquilarle. Incluso con nuestra propia persona: las palabras que verbalizamos o las que pensamos están provocando reacciones cada día.
La estudiosa del tema, Adela Álvarez, nos conmina a entender lo importante que es esto: Las expresiones de queja nos convierten en víctimas; las críticas, en jueces prepotentes; un lenguaje machista los mantiene en un mundo androcéntrico, donde el hombre es la medida y el centro de todas las cosas, y las descalificaciones auto-victimista (pobre de mí, todo lo hago mal, qué mala suerte tengo) nos derrotan de antemano.
El dicho conocido “las palabras se las lleva el viento”, significa que ellas ya no tienen el valor que representaban antes. La palabra significaba entonces responsabilidad, fidelidad, lealtad, seguridad, valor, garantía, compromiso, cumplimiento, seriedad, certeza, confianza, credibilidad y honorabilidad. La palabra representaba el aval de las personas y, con solo comprometerla, la gente sentía esa certeza y seguridad de obtener lo que quería.
Hoy para muchas personas la palabra no vale nada y la pisotean cada día a cada momento.
https://ampalejandromendozapastrana.blogspot.mx