Alejandro Mendoza

En el pasado la virtud era uno de los valores preciados en el ser humano. Era lo que diferenciaba la condición de las personas. La estima, el honor y el respeto, dependían en gran medida de tan noble característica.
Hoy se puede comprender que la virtud representa la encarnación operativa de los valores y principios. La pérdida de este valor ha deteriorado las relaciones entre los seres humanos.
Una persona virtuosa tiene el don de generar condiciones saludables para quienes la rodean. Era en el pasado, es en el presente y será en el futuro. La verdad es que en la actualidad escasean.
En una sociedad dominada por la ambición y la avaricia hacia la riqueza y lo material, lo valores intangibles que le dan sentido al ser humano resultan inoperantes y arcaicos.
Es cierto que el campo de los valores es más amplio que el de las virtudes. No todos los valores se convierten en virtudes personales. En el lenguaje común se toman como sinónimos y muchos valores llevan el mismo nombre de las virtudes como sinceridad, prudencia, fidelidad, lealtad, etc.
Pero la virtud encierra mucho más como la excelencia, alegría, responsabilidad, amistad, generosidad, flexibilidad, solidaridad, orden, comprensión, fe, credibilidad, laboriosidad, constancia, creatividad, diligencia, esperanza, optimismo, honestidad, humildad, integridad, naturalidad, civismo, sencillez, respeto, serenidad, tolerancia, simpatía, sociabilidad, valentía, autenticidad, confianza, etc.
En las personas en eminencia, en cargos importantes, en liderazgos, en puestos claves en todas las áreas de la sociedad, debiera ser su virtud lo que distinguiera su proceder, pero la realidad es otra.
Coincide con lo que el autor Pablo le escribió a su alumno Timoteo sobre la impiedad en los últimos días: “Ahora bien, ten en cuenta que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. La gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios. Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad. ¡Con esa gente ni te metas!”
Es importante destacar que no todo valor, es una virtud. Por ejemplo: el amor o la calidad son valores, pero no virtudes personales. Las virtudes se conciben como hábitos o disposiciones estables, que convienen a las posibilidades que hay en la persona y su actuación en bien de los demás.
Cuando hablamos de una persona generosa nos referimos al modo habitual de vivir el valor de la generosidad, a su disposición de dar y darse a los demás. La virtud permite obrar con mayor facilidad, buscar más eficientemente la excelencia en la vida personal y la operatividad de los valores a nivel social.
Es cierto que el trabajo es la actividad humana fuente por excelencia de virtudes. Ahí se ponen a prueba esas fuerzas interiores adquiridas con la práctica constante, que no se cultivan para tener algo que mostrar a los demás, sino como el camino concreto para que exista una conducta recta, conforme con la razón humana y con las aspiraciones de felicidad y bien que hay en todos.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz.
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