Alejandro Mendoza
Cuando una persona llega a un espacio de responsabilidad, o algún cargo de autoridad o de poder, inmediatamente son puestas a prueba su madurez y conciencia del papel que le toca jugar. La mayoría de las veces ocurre lo que el adagio popular dice: “se subió al tabique y se mareó”.
Es cierto que el abuso de poder o autoridad es la principal fuente de la maldad y corrupción moral. Y es que resulta que tales acciones denotan que tal persona se rehúsa a aceptar responsabilidad por el bienestar de otros, especialmente por el bienestar de aquéllos naturalmente bajo su cargo directo.
Muchas de las ocasiones se manifiestan conductas inapropiadas por parte de quienes, al ostentar ese poder, se niegan conscientemente a ejercer ese privilegio en beneficio de los demás, sino que su prioridad es el beneficio personal.
El abuso del poder es una acción que emprenden quienes, ciegos y enfermos por la vanidad, el egoísmo, la soberbia y la arrogancia, asumen comportamientos, posturas y decisiones en perjuicio del futuro mejor para la gran mayoría de las personas.
El abuso del poder es el uso ilegítimo del poder. Es aquella situación que existe cada vez que alguien quien tiene poder sobre otros, esto es, la capacidad de imponer su voluntad sobre esos otros, por ejemplo, debido a su superior destreza mental, posición social, fuerza, conocimiento, tecnología, armas, riqueza, o la confianza que tienen en él o ella, utiliza ese poder injustificadamente para explotar, dañar a esos otros, o mediante su falta de acción permite que esos otros sean explotados o dañados.
Es importante que exista una clara preparación y responsabilidad en las personas que reciben poder o autoridad delegada. Hay casos extremos en todas las áreas de la sociedad en donde los gobernantes, directivos, jefes o líderes, se aprovechan de su posición para obtener prebendas, canonjías, beneficios personales tanto económicos como políticos o de cualquier otro tipo.
Derivado de esto, hay quienes enfatizan que el más importante y tal vez el único principio de la ética y moralidad humana, debería de ser el evitar el abuso de poder.
Esta reflexión dice mucha verdad: Se debe de notar que la decisión de adoptar un principio ético como propio es puramente personal, y no se puede forzar sobre alguien. Sin embargo, no se puede adoptar un principio que no se sabe que existe. Además, no es muy probable que alguien vaya a adoptar un principio que no sea congruente, que no encaje o ajuste, con su estructura mental influenciada tan poderosamente por las experiencias en su temprana infancia.
De acuerdo a lo anterior, es una falta extrema contra la ética el colocarse a uno mismo o permanecer en una posición de conflicto de intereses, en la que el beneficio o ganancia propia dependan del dañar o explotar a otros. Y por supuesto, el poner a un subordinado o subordinada en una posición de conflicto de intereses es prueba de una completa ignorancia de la ética.
Otra consecuencia es que, quienes quieren detener o impedir los abusos de poder o a los que se les haya encargado este deber, no tienen suficiente poder, aunque fuera solamente poder moral, ellos y sus esfuerzos servirán únicamente de hazmerreír para quienes abusan del poder.
El abuso del poder es, en sí, el anuncio de un fracaso más de quienes pretenden levantar sus ilusos paraísos personales, que tarde o temprano, llega a su fin.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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