* Habitantes de esa comunidad de Apaxtla, lograron sobrevivir ante el asedio del grupo criminal ‘La Familia Michoacana’, hasta la semana pasada

* El arreglo del camino de terracería que comunica con la cabecera municipal fue lo que provocó que los delincuentes atacaran el pueblo, tras lo cual decidieron abandonar sus hogares

BERNARDO TORRES

APAXTLA.— Huir o morir, fueron las dos opciones que miembros del grupo criminal ‘La Familia Michoacana’ pusieron en la mesa a pobladores de San Felipe del Ocote, quienes decidieron salvar a sus familias.
Desde hace poco más de 10 años, esta comunidad ubicada en la sierra de este municipio de la zona Norte, en los límites con el de Arcelia, que bastión de ese grupo criminal, se habían mantenido de manera neutral, aunque eran obligados a proveerles de alimento, agua y hospedaje a los dos grupos criminales que se disputan el territorio.
Esta era su única manera de protegerse en un sitio que está lejos de la mirada de los tres niveles de gobierno, sometidos por la delincuencia organizada, y donde la única opción es sobrevivir.
La bomba de tiempo estalló la semana pasada. La más ligera rebelión de ciudadanos de San Felipe detonó en una fuerte irrupción armada, durante la cual cuatro personas, entre ellas una mujer, resultaron gravemente heridos.

El conflicto

Hasta hace unas semanas la carretera de terracería estaba destrozada, lo que implicaba hacer por lo menos tres horas de camino hasta la cabecera municipal, Apaxtla, para abastecerse de víveres o acudir al médico.
Después de varias solicitudes al gobierno municipal, finalmente les fue enviada una motoconformadora que rastreó el camino, lo que incomodó a la célula criminal que opera en la zona y en represalia secuestraron al operador de la máquina, de nombre Moisés.
La población lo había protegido mientras trabajaba, pero poco pudieron hacer contra las armas de grueso calibre y, con todo y maquinaria, la tarde el pasado jueves los criminales se lo llevaron con rumbo a Arcelia, y advirtieron que regresarían para matar a todo el pueblo.
Incomunicados, desarmados y sin vehículos para huir, el mismo jueves por la noche decidieron tomar las armas y proteger incluso con sus vidas a sus hijos, mujeres y ancianos.
Se desplegaron en puntos estratégicos alrededor del pueblo con armas austeras. A las 06:00 de la mañana llegaron los delincuentes disparando desde los cerros y sembrando el terror en la comunidad. Fueron cinco horas de enfrentamiento.

La huida

Con la capacidad de respuesta mermada, con un saldo de cuatro personas heridas, los vecinos de San Felipe contuvieron al grupo criminal mientras organizaban su huida.
Los pobladores relatan que en una camioneta tipo pick-up, la única que había en el pueblo, subieron a unos 30 niños, desde recién nacidos hasta de 10 años y los enviaron a Liberaltepec, la localidad más cercana. De esta forma también pudieron solicitar ayuda.
Un segundo grupo conformado por aproximadamente 40 mujeres, fue el siguiente en emprender la huida, pero esta vez caminando.
A mitad de su trayecto fueron halladas por miembros de la policía comunitaria del Movimiento Apaxtlense Adrián Castrejón (MAAC), que iban en su auxilio ya cerca del mediodía. Relata un testigo: “cuando las encontramos, se amontonaron como borreguitos, pensando que podríamos ser de los malos y que las íbamos a matar”.
Con intervención del MAAC, los criminales se replegaron y la totalidad de la población se pudo trasladar a la cabecera municipal, donde permanecen en espera de determinar su futuro.

Futuro incierto

A cuatro días de su desplazamiento forzado, y ya con la presencia del Ejército Mexicano, policía estatal y el resguardo de la policía comunitaria, sólo han acudido en grupos a su comunidad para sacar sus cosechas y algunas pertenencias. Ya no quieren regresar a sus hogares.
“Sólo le echamos la bendición a nuestro pueblo”, dice una mujer durante una reunión con el presidente municipal, Salvador Martínez Villalobos.
“Ya nos salvamos esta vez, ya mejor nos quedaremos por acá”, señala otra de las asistentes, quien incluso propone que el gobierno municipal destine un predio cercano a Apaxtla, donde puedan ser reubicados.
Otros, que conocen la situación en la que vive la zona, se irán a los estados vecinos de Morelos, Estado de México, a otras ciudades y hay quienes dijeron que se irán a buscar a sus hijos a los Estados Unidos. Pero regresar a San Felipe del Ocote ya no es una opción para la mayoría de los desplazados.

Avanza la desolación

San Felipe del Ocote se suma a una decena de pueblos fantasma que hay en esa zona, entre los que destacan Tlanipatlán de las Limas, Laguna Seca y Rincón del Vigilante, en la frontera entre la zona Norte y la Tierra Caliente.
Años de ausencia gubernamental, abandono institucional, marginación y pobreza, han dejado una zona desolada. Tan sólo en el municipio de Apaxtla de Castrejón, 25 comunidades aproximadamente están al borde de su desaparición, sólo quedan algunas parejas de ancianos que han decidido quedarse y se aferran a morir en sus tierras.
San Felipe se encuentra a unos 50 kilómetros de distancia de Apaxtla, la mayor parte del camino es de terracería. El primer pueblo en la ruta es Tlanipatlán de las Limas, donde sus habitantes corrieron con la misma suerte y hace seis meses que las últimas familias que vivían ahí, abandonaron sus hogares.
A 40 minutos, está Liberaltepec, donde al paso del convoy de tres camionetas con policías comunitarios y una patrulla de la policía estatal, los pobladores cierran puertas y ventanas de sus casas. Nadie se asoma, ni siquiera para saber de quién se trata. En unos días este pueblo será la frontera entre las bandas rivales.
Al llegar a San Felipe, sobre la calle principal sólo hay costales y cajas de cartón, donde algunos pobladores han empacado sus pocas pertenencias, recuerdos, y con toda su vida acomodada en camionetas tipo Nissan de estaquitas, se van para siempre.
En San Felipe la historia se repite, como ha ocurrido en los municipios de Teloloapan, San Miguel Totolapan, Zitlala y Chilapa, donde el crimen organizado sigue ganando terreno.
Ahí se quedan sus casas, las pertenencias que nos los pueden acompañar en este viaje; los animales que fueron compañía y fuente de trabajo también se quedan a su suerte. Los perros les miran irse. Tal vez sepan la razón, tal vez no, pero los despiden con ladridos.
Ahí se quedan las casas con sus azoteas llenas de maíz, con la mazorca a medio desgranar, como si se hubiese tratado de una desaparición espontánea; queda el tecorral a medio construir, una siembra a medio cosechar.
En cuanto se retire el Ejército, la policía estatal y la comunitaria, la tierra será de ‘La Familia Michoacana’, que sembrando el terror ganó esta batalla, y ya pone sus ojos en la siguiente comunidad, “y no dudo que pronto los tengamos en la cabecera municipal”, dice un policía comunitario con una voz entre cortada, oculta detrás de una máscara.

Con miles de carencias, contiene MAAC el avance de la FM

El Movimiento Apaxtlense “Adrián Castrejón”, conformado en 2013 como una policía comunitaria, contiene a pesar de sus múltiples carencias el avance del grupo delictivo ‘La Familia Michoacana’.
Desafortunadamente, coinciden dos comunitarios que acompañaron a un grupo de reporteros a San Felipe del Ocote, “no podemos brindar seguridad a todas las comunidades como quisiéramos”.
Para proteger a las comunidades como hubiese sido en este caso, se requiere de por lo menos 600 pesos de gasolina diaria para cada vehículo, alimentación, el agua escasea, refacciones para las unidades, atención médica por cualquier lesión que les pueda ocurrir, armamento y municiones.
“No lo tenemos y nadie no los da”, señalan, por lo que esta vez sólo pudieron frenar el ataque por algunos días y una vez que ya no haya nadie a quien proteger en este pueblo, regresarán a sus bases en Apaxtla.
Esta policía comunitaria surgió por la incapacidad gubernamental para garantizar la seguridad de la población, cuando una ola de secuestros y asesinatos se desató en la región.
Los miembros de la comunitaria comentan que no quisieron meterse a “la maña”, lo que también les ha costado ser víctimas.
Uno relata que en tres ocasiones ha sido “levantado”, y en una de esas tuvieron que pagar una fuerte suma de dinero para lograr su libertad, pero fue golpeado y torturado.
Aun así, sin el apoyo, ni el reconocimiento como policía comunitaria por parte de ninguna instancia de gobierno, han sobrevivido y esperan proteger al menos la cabecera municipal, donde también viven sus familias. (API)