Alejandro Mendoza

 

Es cierto que en las últimas décadas en gran parte de los países de América Latina se ha agudizado la crisis de gobernabilidad, alentada primordialmente por los excesos de la corrupción gubernamental y política. Y aunque no es privativo de nuestro país, lo cierto que como nunca antes, México está en el ojo del huracán en la comunidad internacional.

A tres años del terrible suceso de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa ‘Raúl Isidro Burgos’ y que marcó la administración federal del actual presidente Enrique Peña Nieto, México ha entrado en una espiral de violencia y corrupción como nunca antes en la historia de la nación.

Junto con la propagación de los fenómenos globales como el narcotráfico, terrorismo y corrupción, la cada día más insultante incapacidad de los sistemas políticos tradicionales, como partidos políticos, gobiernos y congresos, agrava la terrible realidad social, económica, política y cultural de México.

De igual forma los movimientos sociales se encuentran ahogados y pasmados. Algunos, convertidos en movimientos políticos, han conseguido llegar directamente al poder e institucionalizar sus proyectos de acción política. Otros en cambio, en abierta rebeldía contra las fuerzas políticas tradicionales han desafiado abiertamente la institucionalidad democrática. Y también están algunos más que han pactado con estas mismas fuerzas los términos de alianzas de gobierno que han resultado efímeras e ineficaces.

Es necesario que el ejercicio político busque verdaderamente una solución de compromiso entre los valores y las necesidades pragmáticas del día a día. No debería haber política sin valores y, en la otra cara, la política teórica debería estar reservada a los libros. En la cotidianidad, lo que existe es una permanente lucha entre la realidad y los deseos. En nuestros días, esa lucha nos ha llevado a votar por cosas lamentables, indebidas o inviables, o a no votar. Depende del caso.

Llama mucho la atención la burda situación que viven los partidos políticos con la renuncia que hacen de sus prerrogativas a las campañas políticas del próximo proceso electoral, cuando en realidad es dinero del pueblo. Es al final de cuentas una mentira más del sistema político mexicano. Lo que valdría la pena es que cada político pusiera de su dinero, de sus bolsillos, y no de la prerrogativa que son producto de los impuestos a los mexicanos.

Muchos elucubran sobre la identidad y el ideal político que debiera prevalecer en la actualidad, pero la realidad dista mucho de ese escenario. Y aunque toda crisis es una oportunidad para reencauzar el rumbo, parece que en el sistema político mexicano no es así. Por el contrario, se trata de hundirlo más.

Es evidente el descrédito y la desconfianza que generan los partidos políticos. Los movimientos sociales y sus organizaciones se han convertido en medios de expresión y canalización de demandas de ciertos grupos o sectores de la sociedad. Aunque los movimientos sociales sólo representan una parte de la sociedad civil, no se puede desconocer que éstos pueden ser generadores de nuevas identidades que den lugar a nuevas formas de representación política.

En medio de la crisis de representación y el desencanto de una opinión pública decepcionada por los actores políticos, se necesita un profundo cambio en la visión en quienes dirigen la cúpula política, ya no hablemos del bienestar que generaría eso a la población si rigiera el bien común, sino para que cuando menos salvaguarden hasta sus propios intereses mezquinos. No tienen de otra.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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