Isidro Bautista
El jefe de un gobierno –ya lo sabemos pero conviene recordarlo—, tiene a su cargo muchas responsabilidades y obligaciones. Entre las principales destaca la de brindar seguridad a la población que gobierna, tanto para su integridad personal como para su salud y sus bienes personales, a través de los servicios sanitarios y los cuerpos de protección ciudadana como la policía y las instituciones de protección civil.
Garantizar esos derechos es una tarea nada fácil, porque implica administrar con eficiencia y sentido de oportunidad recursos económicos establecidos en el presupuesto de un gobierno, organizar y dirigir el aparato burocrático para que éste atienda con prontitud y eficacia las demandas y los problemas que la sociedad plantea, o los derivados de cierta coyuntura.
Es decir, el jefe de un gobierno siempre, y más en las circunstancias difíciles, debe actuar con oportunidad; debe tener la inteligencia y sensibilidad para dimensionar un problema y vislumbrar las medidas y decisiones idóneas para resolverlo; debe saber organizar a sus colaboradores y al aparato de gobierno; debe tener la firmeza necesaria para que, al mandar, no se exceda ni se achique; pero sobre todo, debe actuar para ser ejemplo y motivación.
En las difíciles circunstancias que el estado de Guerrero vive desde hace dos semanas, los ciudadanos hemos visto que el gobernador Héctor Astudillo Flores, como se dice popularmente, se ha puesto las pilas. Ha estado atento a los problemas y su evolución; se ha desplazado con prontitud a los sitios donde los fenómenos naturales han causado los más dañinos efectos para llevar ayuda y mensajes de aliento para que no brote el enojo por la desatención o la desesperanza por la magnitud de los problemas; ha recorrido las zonas de desastre para in situ conocer los devastadores efectos del desastre, pero también, tras las evaluaciones necesarias, ha organizado las labores de rescate y ayuda para los afectados.
Cierto: esa es su chamba y para eso fue elegido. Puede decir la gente con razón, que es su obligación. Sí, no se discute. Pero cuando la magnitud de los desastres y la precariedad de los recursos económicos, humanos y técnicos que se tienen la mano son insuficientes, las cosas se complican más. Y eso parece entenderlo HAF, que ha redoblado su esfuerzo personal para superar lo más rápido posible los efectos de la adversa situación y decide con oportunidad lo que debe hacerse.
Sabe que la gente que confió en él y lo hizo gobernador de Guerrero no le perdonará hacer mal las cosas o, como dicen en la costa, tirarse a la hamaca. La gente quiere ayuda, apoyo, en estos difíciles momentos que enfrenta. Quiere resultados, no sólo discursos de aliento y palmaditas en la espalda.
Quieren los guerrerenses que el gobierno, que el gobernador, les ayuden.
Ese clamor lo está escuchando de viva voz HAF. Sabe que de la eficacia y la oportunidad con que la ayuda llegue a la gente en condición de desastre, dependerán muchas cosas. Una de ellas será la consolidación de la legitimidad de su gobierno.
Lástima que algunos de sus colaboradores no lo entiendan así. Carentes de ideas y de voluntad de trabajar bien, se dedican a jugar el papel de Tíos Lolos, y no ayudan. Muchas veces estorban. Y a los estorbos hay que hacerlos a un lado, porque la tarea de gobernar es como una maratón y hay que usar los recursos que un corredor debe poner por delante para llegar a la meta y ganar: corazón, fuerza e inteligencia. ¿Cuántos tienen esto atributos?
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