Alejandro Mendoza

 

El que busca salir adelante en cualquier área de la sociedad tiene que enfrentar la mala voluntad de quienes le impiden avanzar. Porque es práctica común que dirigentes, directivos, gobernantes pretendan someter a los que no siguen o no están de acuerdo con su línea.

Hay la constante intencionalidad de quienes están al frente de cualquier grupo existente en la sociedad de tener súbditos incapaces de pensar y reflexionar. Es una práctica común el hecho de que quien tiene talentos, dones y virtudes, primero se tiene que formar o hacer fila para esperar su oportunidad de seguir adelante.

Y es en la práctica política donde más se puede observar esta conducta. Y se recurre a instrumentos como el miedo y el terror contra la persona para pretender un sometimiento para tal o cual objetivo o interés.

Por ejemplo, Xabier F. Coronado en su artículo ‘El miedo como instrumento de presión’, sostiene que el miedo es una de esas sensaciones incómodas que todos sienten. El miedo y el temor, con sus variantes de angustia, fobias y demás dispersiones psíquicas, están siempre presentes en nuestra existencia, y de manera directa o indirecta, todos padecen sus consecuencias en la vida.

Vale la pena mencionar que Thomas Hobbes en su ‘Leviatán’ expuso la relación del temor con la organización política. Y en la actualidad la utilización del miedo como instrumento de sumisión desarrolla una metodología sofisticada con el objetivo de intimidar personas, comunidades, pueblos y manejar sus reacciones ante estímulos de temor inducido.

Desde luego que el individuo se vuelve completamente manipulable cuando los métodos de control y sumisión se enfocan a afectar sus finanzas, su estatus quo, su salud, su familia.

Ahora bien, se puede entender que la motivación de quienes se obsesionan con ejercer presión, temor o control sobre sus subalternos es en gran medida por el temor de perder su posición encumbrada o ser rebasado por la capacidad o talentos de un neófito.

Obviamente nadie está sólo en la sociedad y se necesita tener relaciones unos con los otros para una sana convivencia. Sin embargo, ésta muchas veces no se concreta porque quienes están al frente de las decisiones prefieren salvaguardar sus intereses que fortalecer realmente a un equipo con posibilidad de sucesores.

En realidad, en este escenario, ya se configuran los dirigentes autoritarios, obcecados, necios, ciegos, egoístas, soberbios, envidiosos e insensibles, que bajo ninguna razón permitirán que alguien debajo de él, lo supere o lo rebase.

Y este es un mal que afecta actualmente a la gran mayoría de los grupos que prevalecen al interior de todas las áreas de la sociedad, principalmente en la política y el gobierno. Hay desde luego sus raras excepciones de líderes que pugnan por todo lo contrario.

Hay hombres y mujeres con mucho talento, compromiso, responsabilidad y deseo de hacer las cosas mejor y bien, pero la pesada losa existente sobre ellos no les permite desarrollarse debidamente, por el contrario, se convierte en la razón principal de su decrecimiento o estancamiento.

Muchos dirigentes y líderes confunden la lealtad con la sumisión, la sujeción con la manipulación y la obediencia con que la persona se convierta en un tapete. No les gusta que sus subalternos opinen, reflexionen y sobresalgan. Los tratan de frenar a como dé lugar. No les permiten que crezcan. No les permiten brillar con luz propia.

Es cierto que en la actualidad hay mucho de sometidos y poco de ciudadanos pensantes. Y lo ideal sería que cada quien asumiera la responsabilidad que le toca para cambiar las cosas para bien. Depende de cada uno de nosotros, no hay más. El individuo no se puede quedar sometido, ni controlado, por el bien de él mismo, por el bien de todos.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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