Alejandro Mendoza
Uno de los terribles males en la actualidad que tiene sumergida a la sociedad en una pasmada inercia, inacción y sumisión, es la exacerbada corrupción política. Desde ahí se concreta la telaraña de intereses públicos y fácticos que hunden cada día el deseo de prosperidad y progreso de la ciudadanía.
Una y otra vez se repite la frase de John Emerich Edward Dalberg-Acton (Lord Acton) acerca de que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Esta frase ayuda a salir del paso cuando tratamos de comprender los motivos de los políticos corruptos.
Se tiene clara idea en la gente que el poder cambia a las personas de tal forma que las debilidades humanas, que de forma natural se presentan en todos nosotros, con el poder político se potencian hasta convertirse en conductas compulsivas, en desenfreno, en vicios incontrolables.
Es totalmente cierto que el ejercicio del poder político cambia a quienes lo detentan, pues la historia presenta sobrados ejemplos de gobernantes que ante sus propios ojos se vuelven intelectualmente infalibles, físicamente infatigables y hasta sexualmente irresistibles.
En tal contexto se puede entender que si una persona no es responsable de sus actos y tiene derechos ilimitados para hacer lo que quiere, ¿en qué se convierte de forma lógica? En un tirano.
Por ejemplo, Jorge Valín considera que el hombre medio desconoce que todo hombre se mueve por incentivos, no por vocaciones. La vocación del buen político es servir a la gente, según la opinión popular. Pero los incentivos para dedicarse a la política son el beneficio personal. Incluso el que por vocación se dedica a la política no puede triunfar, ya que el corporativismo del sector y la búsqueda de intereses personales lo expulsan.
El buen político, el que triunfa, es porque sabe negociar bien con relación a los intereses de su partido o del gobierno. Eso no tiene nada que ver con buscar fines humanistas para la sociedad. Los fines humanistas no son más que un engaño más para conseguir metas personales.
Al respecto, Benjamín Hill, en su publicación en la ‘Mente del Político Corrupto’, habla con toda claridad de lo tajante que es el cambio en las personalidades de quienes ejercen el poder con cierta arbitrariedad durante algún tiempo.
El trabajo de Dacher Keltner, académico de Berkeley e investigador del comportamiento humano, encontró en experimentos realizados a lo largo de dos décadas, que sujetos que habían estado bajo la influencia del poder político actuaban como si hubieran sufrido una lesión cerebral, tornándose más impulsivos, menos conscientes del riesgo y menos empáticos, incapaces de ver el mundo a través de los ojos de los demás.
Por su parte, Sukhwinder Obhi, neurocientífico de la Universidad de McMasters de Ontario, Canadá, demostró que el ejercicio del poder limita ciertas funciones neuronales del cerebro, dando sustento físico a los hallazgos conductuales de Keltner. Estas –y otras– investigaciones apoyan la idea de que la dinámica del ejercicio del poder limita la habilidad de las personas para sentir empatía y eventualmente genera un daño a nivel neuronal que, en efecto, convierte a los políticos en personas fuera de la realidad.
Estas transformaciones tienden a desarrollarse más en la medida del nivel de arbitrariedad con la que el político ejerce más el poder.
Comparto con Jorge Valín la idea de que la fe del ciudadano en el político se debe a la falacia de Hobbes o del Leviatán: el hombre es brutal y destructivo por naturaleza, por tanto, ha de existir uno de esos seres brutales y destructivos que lo coordine todo haciendo mejor a la sociedad. Tal invocación a la autoridad coercitiva no es más que un ensalzamiento mitificado del buen gobernante que solo existe en la imaginación de quien lo propugna.
La pregunta ¿Por qué los políticos son corruptos, ineficientes y mentirosos? Es interesante y profunda. La respuesta es porque les resulta fácil y gratis. No tienen controles personales. No hay restricciones a sus acciones ni puede haberlas, porque ellos creen poseer el poder cuando tienen responsabilidades de dirigencia o de gobierno.
La única solución es limitar la fuerza de los medios políticos con una ciudadanía consciente y activa, porque el mayor incentivo para la maldad actual es la corrupción política, especialmente con políticos o gobiernos que se sienten omnipotentes. Que terrible mal, debe vencerse.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz