* De Plata o Plomo II
Felipe Victoria
Para quienes gustan de las novelitas, les dedico un fragmento de la que le dio ñáñaras a algunos políticos, recordando que cuando puse en ejemplar en manos de uno de los grandes se espantó y me dijo que tuviera precaución pues vivían aquí.
“1 Los amos Beltranes”
“Por más que se quería esforzar Fabricio quien sabe qué Arellano, el barman y cocinero sinaloense particular del Chapo Goodman que fuera reclutado por La Barbie en una discoteca de la carretera panorámica tropical, no podía ordenar sus pensamientos ni las confusas imágenes que su mente atolondrada por una tremenda resaca, le mandaba a la cabeza, que además le dolía mucho por dentro punzándole los latidos en las meninges y por fuera hasta el cuero cabelludo, donde tenía varios chichones abiertos y moretones en la cara, como virtual sobreviviente de una despiadada golpiza”.
“Hacía mucho calor en el lugar para él desconocido donde estaba, los moscos y zancudos volaban en su entorno igual que las enormes avispas que se paraban sobre las gotas de sudor de su cuerpo desnudo, mientras enormes cucarachas paseaban por el piso y pequeños roedores corrían hacia costales con granos de maíz y frijoles, mientras acechaba por ahí una serpiente en busca de comer ratones”.
“Dolorosamente se pudo sentar sobre el petate mugriento de Chilapa para percatarse de que tenía moretones como de fuetazos o latigazos en el tórax, abdomen, la espalda, costillas, brazos y en las nalgas. ¿Por qué tenía costras como de sangre renegrida en las manos y en los antebrazos?”
“Quiso incorporarse poniéndose de pie y es entonces cuando cayó en la cuenta de que estaba encadenado de pies y manos a una estaca profundamente clavada en el piso de tierra. Tan aturdido estaba que no se había percatado”.
“Lo observaban aburridos y adormilados dos enormes canes chatos de hocico negro y pelambre cortito color café, junto a ellos una cazuela abollada de peltre con restos hediondos de tortillas, arroz y caldo coagulado con patas de pollo. Además una bandeja de plástico con agua sucia y apestosa, pero la sed era la sed… pecho a tierra se acercó para intentar beber, pero uno de los canes le gruñó amenazador”.
“En el tono más conciliador y dulce que se le pudo ocurrir se dirigió a la fiera doméstica”.
“Quishi quishi, quishi, fiu, fiu, fiuuu perrito chulo… amiguito mío. Conteniendo su miedo le extendió la mano izquierda con la palma hacia arriba, moviendo los dedos como llamando al animal a recibir una caricia estratégica de rascadita en el pecho y el cuello bajo el hocico, antes de las suaves palmaditas en el cráneo con la diestra”.
“Fabricio, que hasta toros bravos llegó a montar en espectáculos de narcojaripeos y rodeos, bien conocía algo del idioma universal que los perros dominan a la perfección. No hay can que se resista a que le rasquen la panza y el pecho mientras se le habla en tono amable y cariñoso; les encanta lamer las manos pues entre eso y su fino olfato es que detectan si alguien les tiene miedo o trae malas intenciones, normalmente nunca muerden por morder ni atacan por atacar, a diferencia de los humanos”.
“El can jugueteó de espaldas mientras Fabricio lo acariciaba y entonces el segundo animal acabó de despertar y se incorporó al agasajo, echándosele encima al encadenado procediendo a lamer alguna de las heridas que traía el humano en el pecho y le supuraban. Vaya instinto canino de pretender curar con su lengua donde hay lastimaduras”.
“La sed que Fabricio sentía era descomunal, pero su estómago estaba demasiado revuelto, tanto que tuvo que vomitar lo último que tenía en la víscera digestiva: un amargo líquido verdoso y ardiente con sabor a bilis y pedazos de algo parecido a la carne de quien sabe qué cosa no bien masticada”.
“Curiosamente, los perros rascaron con sus patas y taparon la vomitada. No se animó Fabricio a beber de esa agua puerca a la que los animales no le tenían asco y lengüeteaban”
“Con la mirada comenzó a explorar el cuartucho de ramada donde estaba. Como de tres metros por tres y medio calculó, un poco alto el techado con palapa de forma circular, las paredes de hueso de palmera que por las hendiduras dejan correr algo de aire caliente con olor a laguna, una puertita de madera y una ventanita con vista hacia el mar abierto. Cajas de cartón con quien sabe qué cosas, sacos de cemento y bultos con arena, tramos de varilla y rollos de alambre, bidones de plástico con olor a combustible de avión unos, a gasolina y a kerosén otros, tambos de ácido, artes de pesca colgadas de las trabes, costales de azúcar, sal, frijoles y maíz, botellas con aceite comestible y latería, bolsas de detergentes, jabones y cajas con galletas”.
“Igual descubrió latas de aceite para motor y de refrigerante, una caja de herramientas de mecánico; cuatro palas, dos zapapicos, dos martillos y un mazo junto a tres cinceles enormes, dos moto sierras, justo lo que necesitaba para quitarse las cadenas de las muñecas y los pies, pero solo había un problema: no los alcanzaba por más que quiso estirarse, tenía que aflojar la estaca”.