Alejandro Mendoza
La integridad es un valor que está muy alejado del quehacer de las personas en todas las áreas de la sociedad, pero principalmente en la práctica política hoy en día.
Investigando y consultando a diferentes especialistas sobre este tema, se puede concluir que, integridad y política, son dos palabras que unen un sentimiento pedido a gritos por la sociedad, y una virtud practicable para cualquier persona, si existe voluntad y compromiso.
Si se entiende que la integridad política es la capacidad de obrar con rectitud y limpieza, donde cada acto, en cada momento se alinea con la honestidad, la franqueza y la justicia, se tiene la base para una nueva generación de estilo político.
Con respecto a una persona, la integridad personal puede referirse a un individuo educado, honesto, que tiene control emocional, que tiene respeto por sí mismo, apropiado, que tiene respeto por los demás, responsable, disciplinado, directo, puntual, leal, pulcro y que tiene firmeza en sus acciones, por lo tanto, es atento, correcto e intachable.
La integridad, en este último caso, es un valor y una cualidad de quien tiene entereza moral, rectitud y honradez en la conducta y en el comportamiento. En general, una persona íntegra es alguien en quien se puede confiar.
Se puede hacer una política diferente y se pueden tener líderes políticos diferentes, sin embargo, para ello se requiere valor para tomar decisiones ante las urnas, valor para reclamar de forma clara y contundente que no se quiere un país, estado o municipio envuelto en engaños, fraudes, malversación de fondos, comisiones ilegales y un sin fin de acciones que van en contra de la confianza puesta por el pueblo.
La integridad moral se define como la cualidad de una persona que la condiciona y le da autoridad para tomar decisiones sobre su comportamiento y resolver los problemas relacionados con sus acciones por sí misma. Está relacionada con los pensamientos, los comportamientos, las ideas, las creencias y la forma de actuar de cada individuo.
La sociedad está tan acostumbrada a recibir información sobre casos de corrupción que ya ha perdido toda credibilidad y confianza en los políticos, gobernantes e instituciones.
La realidad es que ni todos los políticos son corruptos, ni todas las personas de un mismo partido político actúan de la misma forma. La diferencia, marca la pauta de que es posible una política distinta.
Y para que sea conocida esa forma distinta de hacer política es necesaria una buena comunicación, pues la integridad de todo líder político se refleja en todo lo que hace y es ahí donde su palabra obtiene mayor valor, logrando que lo que dice sea confiable y como reflejo creamos que cumplirá lo que promete.
Así es la política, una generadora de ilusiones donde la base de todas ellas se llama confianza.
Si uno hace lo que dice, y a su vez, lo que dice lo hace, genera reputación y con ella obtiene la tranquilidad necesaria para disponer del tiempo imprescindible para llevar a cabo los proyectos políticos.
En política y en lo personal levantar una sólida reputación es realmente difícil, sin embargo, perderla es francamente muy fácil.
Decía Benjamín Franklin: “solo el hombre íntegro es capaz de confesar sus faltas y reconocer sus errores”, y sólo la integridad política ayuda a argumentar ideas y defender el compromiso que como agentes al servicio de la sociedad se debe asumir con dignidad.
Los errores fueron míos, los ciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz