Celebra el PRI su XXII Asamblea Nacional y afirma que ganará la elección en 2018.— Debe triunfar el PRI, para impulsar la consolidación de las reformas estructurales.— Ningún “mesías” puede echar para atrás los cambios, porque llevaría al fracaso del país
Enrique Vargas
El PRI celebró ayer en la Ciudad de México su XXII Asamblea Nacional, en la que reiteraron su confianza en que gracias al trabajo realizado y a las reformas estructurales del presidente Enrique Peña Nieto, que colocan al país en una situación de avanzada y mejoría, podrán ganar la mayoría de las posiciones que estarán en juego el año próximo, especialmente la Presidencia de la República.
Se trata se continuar con las obras y trabajos que se iniciaron en este sexenio y para mantener el proyecto del país, ya que hay otras propuestas de parte de la oposición, sobre todo la más radical, que pretenden anular todos los avances y hacer retroceder al país hasta mediados del siglo pasado.
Como titular del Ejecutivo federal, el mandatario señaló que los priistas tienen que proteger, cuidar y defender lo que entre todos los mexicanos hemos construido, porque México es responsabilidad de todos.
Insistió EPN, ante miles de priistas de todo el país, que mientras los militantes y trabajadores de su partido “asumimos con valor y visión un mejor futuro para México, hay quienes pretenden regresarnos al pasado; le apuestan al caudillismo, a la subordinación de los aliados y a la división de los mexicanos”.
Está claro que la mayor amenaza la representa el Partido de la Reconstrucción Nacional (Morena), ya que su único dueño y exclusivo manda más “le apuesta al caudillismo” y hasta al mesianismo, pues exige la “subordinación de los aliados”, ya que al PRD, MC y otros partidos opositores, les advirtió que si no se sometían a sus exigencias y caprichos, no los aceptaría como aliados en el 2018, lo que parece decidido a cumplir, además que pugna por “la división de los mexicanos”, pues asegura que sólo él es puro y honesto, aunque sus acciones y sus asociados muestran lo contrario, y que los demás son parte de la “mafia del poder”, que no lo dejan llegar al máximo puesto político del país.
En esta etapa previa a las elecciones debe hacerse una revisión de lo que ocurre en el ambiente político y gubernamental del país.
De los gobiernos panistas, de Vicente Fox y Felipe Calderón, que ocuparon dos sexenios, no puede decirse casi nada positivo, porque se hundieron en la burocracia y no fueron capaces de hacer obras o transformaciones importantes para el país, no obstante que les correspondió disfrutar de la mayor parte del boom petrolero, que les dejó cientos de miles de millones de dólares, que nadie sabe dónde fueron a dar, más que para concederse buenos sueldos y bonos estratosféricos, que nada más los beneficiaron a ellos.
Lo único que destaca y que todos tenemos que recordar de los panistas es que Calderón desató la peor etapa que ha vivido el país, al provocar la “guerra contra el narcotráfico”, que nada resolvió y en cambio metió a México en un baño de sangre que hasta ahora continúa.
El otro que aspira a la Presidencia es el candidato permanente, Andrés Manuel López Obrador, dos veces candidato, una vez derrotado por el panista Calderón y una segunda ocasión vencido por EPN. Si en la primera ocasión, en el 2006, fue derrotado con una diferencia mínima de 250 mil votos, en el 2012, el fracaso lo colocó en la segunda posición, después de Peña Nieto, con una diferencia de más de 3 millones de votos.
Va por la tercera oportunidad, pero si pasó de una derrota de un cuarto de millones de votos a 3 millones, la próxima va a ser de más de 5 millones de votos, ante el candidato priista que está aún por definirse, pero que lógicamente será el que tenga mejor imagen y mayor aceptación entre la ciudadanía, hasta con la posibilidad de que sea un externo al priismo, pero también con alguno de los secretarios que ahora puntean.
López Obrador tiene que volver a perder, para bien de todos, porque representa la personificación de un individuo que rechaza toda crítica y autocrítica y llega a presentarse hasta como si se tratara de un “mesías”, impoluto y virtuoso, que estría en los linderos de la perfección, y, peor aún, se manifiesta en contra de las reformas estructurales de EPN, aunque realmente muy poco o nada podría hacer para modificarlas.
No hay que perder de vista que vivimos en un sistema capitalista que está sujeto a una serie de amarres y definiciones, de modo que no podría revertir la reforma petrolera, por ejemplo, o la educativa, porque en la primera ya hay una serie de amarres y compromisos que no pueden echarse para atrás de un plumazo o sólo por la decisión autoritaria de El Peje, lo mismo que la reforma educativa, porque anularla y echarla para atrás sería regresar al sistema educativo nacional y a más de un millón de maestros, a los tiempos que se tenían hace 2 o 3 décadas, de modo que metería a la educación en un pantano sin futuro, no obstante que es el sector que requiere mayor avance y progreso, porque el adelanto de la nación depende de un sistema educativo nuevo, actualizado y nivelado con la educación que se imparte en los países que marcan la pauta en esas actividades de formación y preparación de las nuevas generaciones.
Además, es muy posible que en el remoto caso de que llegara a ganar, lo más seguro es que no tendrá el apoyo la mayoría de las cámaras de diputados y senadores, lo mismo que en las gubernaturas, que seguirán en manos de los priistas.
El Peje no podría imponer sus ideas alocadas de frenar los avances o cambiarlos, porque para eso tendría que tomar medidas autoritarias que lo acercarían al caso de Venezuela, aunque en ese país se ven forzados a hacerlo para contener las ambiciones de los gringos que quieren apoderarse de su petróleo, que representa la mayor reserva mundial y por eso tiene el apoyo popular mayoritario, y aquí sería el capricho de un solo sujeto, que no estaría muy bien de sus facultades mentales para intentarlo, de modo que hay que rechazar sus falsos discursos del gran cambio, como el que manejaron los panistas, para terminar en nada.
AMLO no puede ni debe ganar, porque representa una idea de gobierno atrasada, superada, trasnochada y hasta peligrosa, que ninguna posibilidad tiene de poder aplicarse en México.
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