Alejandro Mendoza

 

Todas las personas conscientes quieren que las cosas mejoren en todos los sentidos de la vida. Quieren que todo mejore en la sociedad, en el gobierno, en la empresa, en la cultura, en lo económico, en lo religioso, en la política, en las policías, en todos lados.

La interrogante sustancial es dónde radica el problema medular para que esto no ocurra así. Desde luego que cada quien puede realizar su esfuerzo individual para aportar lo que crea conducente para avanzar en ese sentido.

Y aunque la iniciativa puede ser sin duda alguna dignamente reconocida, lo cierto es que el impacto en ese cambio que se anhela será imperceptible y sí acaso en el contexto personal en el que se mueve.

Se necesita de un gran esfuerzo colectivo liderado en gran medida por quienes ostentan la honrosa distinción de gobernar. Y este ejercicio de gobierno debe superar todo interés político, económico, personal o de cualquier otra índole. En realidad, se requiere de una nueva cultura en el ejercicio de gobierno alejada completamente de la corrupción.

En esta ocasión coincido con lo expresado por el empresario Ricardo B. Salinas Pliego, al dar su mensaje titulado “Escuchemos el llamado del futuro”, quien definió que la cultura es el patrón recurrente de comportamiento por el cual los grupos sociales transmiten el conocimiento y los valores: es el corazón de las fortalezas y las debilidades de las naciones.

En tal sentido si se quiere progresar y que las cosas mejoren, se necesita un cambio de mentalidad en aspectos tan importantes como: cultura de la legalidad y Estado de derecho, esfuerzo y riqueza, educación, familia y la urgente necesidad de afianzar una cultura emprendedora, entre otros aspectos.

El primero paso es comenzar quitando las ataduras más poderosas que son las mentales.

Desde el gobierno se incentiva o se desmotiva los esfuerzos de quienes realmente desean que las cosas tomen un curso distinto, un curso de mayor beneficio para la colectividad. Sin embargo, los intereses en los que queda muchas de las veces atrapado el gobernante, se lo impiden.

A propósito de este tema, la historia da cuenta de que el General Vicente Guerrero dejó un legado de los grandes retos que puede enfrentar aquel que pretende erigirse líder para alentar un verdadero cambio al status quo non de la cúpula empoderada.

Guerrero le dio la espalda a su padre que le proponía rendirse, entregarse y a cambio le darían el perdón y un tentador cargo en el gobierno español. De ahí surgió la frase célebre “Éste es mi padre y siempre lo he respetado, pero la Patria es Primero”.

En la actualidad la cultura reinante está infestada por la corrupción, la impunidad, la ilegalidad, la inconsciencia, la apatía y el desorden. Y eso se refleja en la crisis que enfrentan cada una de las áreas de la sociedad y todas las actividades públicas y privadas de las personas.

Es cierto lo que dice Salinas Pliego bajo este esquema, pues a nadie le extraña que impere la corrupción en decenas de aspectos de nuestra vida social, pero la corrupción es un cáncer que corroe la economía y la convivencia civilizada.

Hoy, la sociedad mexicana experimenta una fuerte necesidad de cambio, pues está harta de la impunidad y de la estructura burocrática, corrupta y clientelar que afecta todas sus actividades. Por ello se necesita urgentemente reforzar la cultura de la legalidad.

Y es que otra clase de problemas fundamentales tienen que ver con el derrotismo y la falta de entusiasmo de la gente: algo que en gran medida se relaciona con nuestra torcida visión sobre la relación entre esfuerzo y riqueza.

Desafortunadamente, debido a esta visión perversa y equivocada sobre la riqueza, algunas personas tienden a arrebatar lo ajeno, a robar, y el problema se ha agravado en los últimos años.

El derrotismo que permea la mentalidad del mexicano es perverso y explica en gran medida nuestros altos, permanentes y corrosivos niveles de pobreza material y espiritual. Y todo surge en la imperante cultura nociva que prevalece entre los ciudadanos. Es absurdo que la gran mayoría quiera que las cosas cambien, pero al mismo tiempo abraza esta cultura.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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