Alejandro Mendoza
No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, reza el conocido refrán popular para advertir que todo tiene su fin y más cuando se trata de escenarios bastantes desalentadores y desoladores como lo que viven muchas personas, según su perspectiva de vida.
Y es que muchas veces pareciera que sólo la política y el gobierno son los entes que más desilusión, decepción y descrédito provocan en la población. Sin embargo, en todas las esferas de la sociedad hay males que la gente no quisiera que duraran ni siquiera unas horas.
Es tal el mal que se genera muchas de las veces desde el mismo seno familiar, que también repercute de manera muy negativa en el curso de la sociedad. No hay forma confiable de medir el impacto desastroso que se alienta en todos los lugares a donde va una persona que sale de un seno familiar desintegrado y desordenado.
Y aunque tiene mucho que ver la forma en como los gobiernos a lo largo de la historia de nuestro país, han pretendido imponer y proteger sus intereses a costa de la gente, lo cierto es que prevalece un círculo viciado de males constantes, resultado también del empobrecido sistema educativo con que se cuenta.
Es preferible que el pueblo sea ignorante y que no sepa lo que realmente sucede con las pretensiones de quienes gobiernan o los dirigen, porque en el 96 por ciento de los casos, responden sólo a intereses personales.
En el fondo las acciones que se emprenden están plagadas de maldad y por consiguiente en todas las esferas de la sociedad hay gente así.
Y que varios autores coinciden que la maldad es el término a partir del cual designamos la inclinación espontánea que alguien ostenta a la hora de provocarle el mal a otros individuos o seres vivos. Es una inclinación que una persona tiene hacia el mal.
En tanto, por mal se refiere a la ausencia total del bien y de la bondad que existe en una persona o ser. Es una cuestión negativa de la cual apartarse.
Desde los inicios de la humanidad, el mal, se ve como una realidad de la cual hay que alejarse porque no trae aparejado nada positivo sino más bien todo lo opuesto.
Entonces, de esta concepción es que ha derivado que prácticamente todas las religiones que existen en el mundo le propongan a sus fieles que se alejen del mal o de cualquiera de las formas que éste puede adoptar, y en contrapartida promueven que se acerquen al bien para combatirlo definitivamente, de alguna manera toman al camino del bien como un antídoto efectivo contra el mal y la maldad.
Es también una predisposición natural e innata, o un hecho la desencadena. Cabe destacar que la mencionada tendencia de practicar el mal para dañar a otros puede tratarse de una característica inherente al individuo, es decir, la misma es parte de su personalidad y aflorará en todo comportamiento y acción que despliegue, o en su defecto, puede desencadenarse ante una situación determinada que termina por generar en una persona un acto revestido de maldad, pero claramente no hay una tendencia constante a ejercer la maldad, un hecho puntual desencadena es comportamiento disruptivo.
El individuo que presenta maldad se caracterizará especialmente por no disponer ante nadie que lo rodea sentimientos de cariño, de bondad, de afecto, de empatía para con el otro que sufre, entre otras emociones positivas, sino que por el contrario, primará un sentimiento de aversión absoluta hacia todo lo que lo rodea que lo llevará justamente a desenvolverse con la más fría y desentendida conducta que pueda tenerse.
Uno de los sinónimos que normalmente empleamos en sustitución del concepto de maldad es el de perversidad, el cual además es recurrentemente usado cuando se quiere dar cuenta de una maldad muy grande y provocada adrede.
La contracara de la maldad es la bondad. El concepto que directamente se opone el de maldad es el de bondad, que implica la tendencia natural hacia la realización del bien.
La disposición de la maldad predispone a una persona a que sea mala, así la apreciará y la llamará la sociedad, mientras que la persona que hace el bien, practicando la bondad y la solidaridad, será designada como buena.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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