Alejandro Mendoza

 

La hipocresía es muy común en las relaciones de las personas en la actualidad. Existe la idea de que se da con más intensidad en la actividad política partidista.

Por supuesto que no todo político es un hipócrita, ni todos los hipócritas son políticos.

Nos referimos a lo que llamamos tener doble cara. Pero el daño que se hace a un ciudadano el comprobar cómo algunos de sus políticos practican la hipocresía como norma, provoca una decepción muy grande, al extremo de llegar al descreimiento.

Y eso es lo que está pasando con el descrédito hacia políticos y en general a la actividad política. Desde luego alcanza a los gobernantes y a los servidores públicos.

Y en medio de la ceguera popular, el político hipócrita se aprovecha para hacer de las suyas y cumplir sus deseos más egoístas y corruptos.

Hay que referir que hipócrita es aquel que finge sentimientos o cualidades que, en realidad, contradicen lo que verdaderamente siente o piensa.

El concepto de hipocresía proviene de un vocablo griego que hace referencia a la función de desempeñar un papel, de actuar. En la Antigua Grecia el hipócrita era un actor teatral, sin ningún tipo de connotación negativa.

Posteriormente, en esta misma cultura, se utilizó el término para referirse a aquéllos que “actuaban” en la vida cotidiana, es decir que fingían ser personas que no eran; significado que todavía se le da.

Coincido en lo personal con el analista político Alfonso J. Palacios Echeverría, quien sostiene que la política es un campo que se presta admirablemente a la hipocresía. No es el único, pero quizá sí sea el terreno en el que más se use. Aunque la hipocresía está presente en el accionar de toda la esfera de la sociedad y hasta en los mismos hogares de las familias.

Todos tenemos una buena idea del hipócrita. Es esa persona que busca dar una apariencia que no tiene, que persigue simular lo que no es. Hace esto con la intención de lograr algún objetivo de beneficio propio por medio del engaño a los demás. Ese es su rasgo natural, el engaño intencional.

Es necesario distinguirlo del presumido, ese que también quiere dar una apariencia que no posee, pero que resulta inocente con respecto al hipócrita. Un presumido es más un vanidoso, un snob. El hipócrita es más profundo, más malévolo y torcido, alguien que busca no sólo aparentar sino engañar y mentir con esa apariencia.

La otra faceta es el engaño del hipócrita. En la superficie, se entenderá rápidamente que el hipócrita busca engañar a los demás para de allí lograr un beneficio. Quiere hacer que los otros crean que posee alguna cualidad, la que sea, que en verdad no tiene. Es, al final de cuentas, un caso de fraude, de mentira. Pero hay mucho debajo de esa superficie de la hipocresía. Sí, todos entendemos que se trata de una mentira, de un engaño.

Pero hay otra posibilidad aún más aterradora. ¿Qué sucede si el hipócrita termina creyendo que es verdad lo que aparenta? Me refiero a eso de convencerse a sí mismo del engaño que hace a otros. Pongamos esto de manera sistemática. La hipocresía de primer grado es la que engaña a otros. La hipocresía de segundo grado es la que engaña a otros, pero también al mismo hipócrita, el que acaba creyendo cierta su mentira.

Un articulista venezolano, Edgard Perdomo A., decía en uno de sus escritos lo siguiente: por encima de las palabras y los conceptos, la batalla de las ideas no significa de manera alguna una consigna, sino que implica la total comprensión de los ideales de un pueblo en busca de su soberanía, independencia, paz y progreso.

Para muchos la batalla por la anhelada justicia social se ha convertido en una recia actitud de avanzar ante la vida misma. Abraham Lincoln decía: “Los poderes del dinero están sobre la nación en tiempos de paz y conspiran contra ella en tiempos de adversidad. Es más despótico que la monarquía, más insolente que la autocracia, más egoísta que la burocracia”.

La hipocresía política cuando se une al cinismo, siempre apunta hacia una complicidad manifiesta, ordenada y sociológicamente concertada, que repercute directa o indirectamente, en una práctica beneficiosa para los hipócritas y no benefactora hacia el común de la gente.

El cinismo político implica por lo demás, la exaltación indiscriminada de la improbidad, de la práctica maliciosa y de la doble moral. Ocurre muchas veces que el político hipócrita no alardea de su incorrección, sino que siempre tiende al ocultamiento de la verdad cuando están al frente de los micrófonos y las cámaras de Radio, TV y redes sociales.

En tanto que el cínico politiquero, presume mucho de lo que sabe: que es un impostor arrogante y pendenciero. Cada día con mucha indignación y, lo que es peor, con mucha indiferencia, buena parte de la ciudadanía que vive al margen de los círculos clientelares del poder, el nepotismo, el tráfico de influencias, el amiguismo, la falsa información privilegiada que pulula alrededor de alcaldías, gobiernos estatales, instituciones del Estado etc., son testigos del cinismo ramplón con el cual actúan buena parte de los políticos tanto del gobierno como de la oposición.

El cinismo, la hipocresía, la desvergüenza, la desfachatez, el descaro, la impudicia, son los ingredientes corrosivos en el accionar político y son parte de la práctica diaria hoy en día. Y contra eso además se debe luchar…

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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