* Y la sangre corrió… y llegó hasta el rio
* Ante el fracaso del diálogo, los balazos
* Versión de que fiscal renunció al cargo
Jorge VALDEZ REYCEN
La sangre… con ese olor característico que enerva los sentidos, volvió a correr y llegó hasta el río.
La matanza entre comunitarios armados era, otra vez, inminente desde hace varios meses de amenazas, balaceras y ejecuciones a mansalva. El diálogo patrocinado por autoridades, fracasó rotundamente, y el estrépito del fuego de fusiles de grueso calibre reinó en la irracional lógica del poder de la violencia.
Entre dos y ocho personas muertas en una refriega con armas largas de alto calibre, entre escopetas, fusiles AR-15 y Cuernos de Chivo. Los cuerpos fueron levantados por familiares y hasta las ocho de la noche se ignoraba la versión oficial de los hechos ocurridos en El Ocotito, tras un fin de semana de zozobra y tensión al extremo.
Nadie hizo algo por desarmar a los grupos confrontados por la disputa de “mantener la seguridad” en sus pueblos. La UPOEG de Bruno Plácido Valerio fue la que, al parecer, presenta más bajas, que la del FUSDEG.
Las más recientes palabras del gobernador Héctor Astudillo Flores que se recogieron en los medios fue un enérgico llamado a esos grupos antagónicos, en medio de un inminente riesgo de balacera, “a respetar y observar el espíritu de la Ley 701 sobre usos y costumbres” en comunidades indígenas. Y nada más.
Ya traían la sangre caliente desde hace meses, cuando no oyeron a nadie. Y velaban sus poderosas armas y sus trocas, las que fueron rafagueadas y quedaron horadadas. Todo fue el caos. Si de por sí las noches y madrugadas en El Ocotito eran largas, de inquietante miedo y tensión… ahora dicen que mejor se van a otro sitio con sus familias a vivir.
Lo que originalmente planteaban la FUSDEG y la UPOEG era combatir el flagelo de grupos armados ligados a la delincuencia, pero en su celo y contraposiciones de intereses extraños, terminaron por acusarse mutuamente de ser “brazos armados” de criminales y de estar a su servicio.
Lo extraño es que el segundo hombre más poderoso de Guerrero, el general Alejandro Saavedra Hernández, con toda la logística e inteligencia militar no haya tenido el tino para evitar que la sangre llegara al rio. No se ordenó ningún despliegue de las Bases de Operaciones Mixtas (BOM), ni tampoco se tomaron previsiones de que “algo grande” estaba por ocurrir en el valle del Ocotito.
La tensión crece desde Petaquillas, Mazatlán, Acahuizotla, El Rincón, Buenavista, Cajeles, Ocotito, Mohoneras, Dos Caminos, Tierra Colorada y Xaltianguis. Todo ese corredor es territorio altamente explosivo, donde deambulan encapuchados armados, con camisetas de comunitarios…. Muy similar historia a quienes usaban fornituras militares y se hacían pasar como soldados para sorprender y delinquir.
Con esto, la versión de la renuncia de Xavier Olea Peláez, a la Fiscalía General del Estado, corrió como reguero de pólvora desde el anochecer de este lunes. Una escueta hoja tamaño carta, dirigida al gobernador Héctor Astudillo Flores, fue recibida en la Secretaría General de Gobierno, se aseguró en dicho trascendido.
Olea Peláez ya había mostrado un rebasado límite de fuerza, paciencia y tolerancia al excesivo tren de trabajo sostenido desde hace casi un año. Era un tipo sin sonrisa, malhumorado, taciturno, compulsivo fumador al extremo. Su decepción era no sentir el apoyo efectivo de los altos mandos castrenses, de allí su enfado y malestar, que podría ser lo definitivo para él en la función pública del área de procuración de justicia.
Otra versión que se recoge es que era parte de los cambios previstos en el gabinete Astudillista, cosa que podría ser corroborada en breve.
Lo que se vive en El Ocotito es un cuento de horror, donde la sed de venganza transpira por las callejuelas y se otea en el viento gélido otoñal.
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.